suficiente dinero para alquilar un smoking, robó uno. Al menos, eso es lo que intentó hacer, pero lo pillaron. Salió en libertad condicional porque tenía planeado devolverlo después de la fiesta y era un alumno de matrícula de honor, y nunca se había metido en líos antes, pero cuando surgió lo del banco y parecía que él era el culpable, nadie se preocupó de seguir investigando.
—Lo cual no significa que no fuese el padre de la hija de Abbie Prather. ¿Por qué no investigó esto tu novio? —levantó la mano para acallar sus protestas—. Lo único que quiero decir es que puede ser que estés metiéndote en camisa de once varas. Quizás no sea el tipo de regalo de boda que le guste a tu novio. Puede que haya un buen motivo para que no investigase.
—Hay un buen motivo, es decir un motivo bastante bueno, si uno lo ve desde el punto de vista de Lucas. Solo tenía cuatro años cuando encarcelaron a su padre, así que lo único que recuerda es cómo trataban a su familia por ser la de un convicto. En cuanto su padre salió de la cárcel hace dieciséis años, se mudaron a Pennsylvania, donde nadie sabía nada de ello y comenzaron una vida nueva. Sus padres le han dicho repetidas veces que tienen que olvidarse de aquello y seguir adelante, darse a sí mismos y a los demás la oportunidad de olvidar. Ni siquiera vendrán a Briar Creek para la boda.
—Y si ellos no quieren sacar los trapos sucios, ¿para qué lo haces tú?
—Para que sus padres se sientan cómodos al venir a nuestra boda y porque Lucas, en el fondo de su corazón, quiere saber la verdad.
—Ajá —era obvio que no la creía.
—¡En serio! De acuerdo, nunca me lo ha dicho, pero lo indica todos los días con sus acciones. Es médico. Podría ejercer en cualquier parte del país, pero decidió ir a Briar Creek a trabajar con mi padre. Intenta indicar con su comportamiento ejemplar que su padre no podría ser culpable de ninguna manera. Si él dice que su padre es un hombre de bien, yo lo creo. Encuentra la partida de nacimiento de esa niña y veremos quién es el padre y te garantizo que no será Wayne Daniels.
—Tengo toda la intención del mundo de hacerlo, pero hoy es sábado por la noche y los juzgados no abren hasta el lunes por la mañana a las nueve.
—Entonces —suspiró ella—, supongo que tendremos que esperar para aclarar ese punto. ¿Cómo se llama la niña? ¿Lo recordaba alguien?
—Oh, sí. Muchas personas lo recordaban porque Abbie le gritaba tanto. Sara.
—¡Sara! —la extraña sensación la volvió a asaltar—. Cuando yo era pequeña, mi hermana imaginaria se llamaba Sara, y luego, cuando tenía seis años, llamé así a mi muñeca favorita.
—Es un nombre corriente.
—Supongo que sí —pero su muñeca, al igual que ella y la hija de Abbie, era pelirroja. De hecho, todavía tenía la muñeca en su cochecito en un rincón de su dormitorio, como si no pudiese desprenderse de una parte de su infancia.
Se quedó en silencio un instante, pensando en la hija de Abbie, en el parecido de cabello y edad, y en tener una muñeca con el nombre de la niña. Si creyese en el destino, pensaría que Sara estaba destinada a ser su amiga o incluso su hermana adoptiva, pero que el crimen de Abbie lo había torcido.
Muchas veces había oído a sus padres lamentarse de que ella no tuviese hermanos y hablar de la posibilidad de tener otro bebé. Cuando era niña, creía que ellos no lo hacían porque ella era tan problemática que a ellos no les quedaba tiempo para preocuparse de otro niño. Ahora que sabía más sobre el proceso de tener bebés, se daba cuenta de que quizás ellos no podían tener otro.
O podía ser que el supuesto original estuviese bien. Era tal su deseo de demostrar que se podía valer por sí misma, que generalmente sucedía todo lo contrario. Como con este viaje.
El avión cayó en un pozo de aire, haciendo que ella, sobresaltada, se fuese hacia delante. Aunque el cinturón la sujetaba bien, Nick alargó el brazo para protegerla, del mismo modo en que lo hacían sus padres cuando ella era pequeña e iban a frenar el coche.
Pero el contacto de Nick no tenía nada de paternal cuando le apoyó el brazo en el pecho izquierdo y la palma de la mano en el derecho.
Lo miró de reojo sin atreverse a mover la cabeza por temor a que el más leve movimiento aumentara la sensación prohibida y deliciosa del contacto accidental. Y lo terrible del tema era que ella quería que esas sensaciones aumentasen, llevarlas al límite, fueran cuales fuesen esos límites.
Se mordió el labio. No tendría que tener esos pensamientos mientras estaba comprometida con Lucas. ¡Y hablando de límites, ya se había pasado de la raya!
¡Y pensar que ella había creído que salir de Briar Creek un tiempo la iba a ayudar a relajarse! Nada podía ser menos tranquilo que viajar con Nick hacia Nebraska.
Él se inclinaba hacia delante, mirándola, detenido en el tiempo durante un instante. Ninguno de los dos se movió. Sus ojos, que eran del color del cielo de Texas, se oscurecieron como si una tormenta los hubiera cubierto. Analise se dijo que era debido al efecto de la luz en la cabina, pero la lógica no alteró el efecto de su mirada ni la descarga que sintió por su contacto.
Como si de repente él se diese cuenta de dónde tenía la mano, la retiró de golpe y miró al frente, perdidos sus ojos en la oscuridad externa.
—Perdona, ha sido un acto reflejo. Tenía cuatro hermanas pequeñas y una ex mujer que nunca se ponían el cinturón de seguridad ni en el coche ni en el avión.
—No importa —tragó Analise con esfuerzo—. Lo comprendo.
Hurgó en el bolso y sacó el resto de las galletas, para meterse una entera en la boca. Si la comida la ayudaba a olvidarse de que estaba volando, también le serviría para olvidarse del piloto, del recuerdo de su mano en su pecho, de la sensación de cosquilleo que todavía le quedaba donde él la había tocado y de la culpabilidad de traicionar a Lucas, su mejor amigo. Nick se inclinó hacia delante para hacer algún tipo de ajuste y Analise sintió su peligroso y masculino aroma, que habría reconocido en cualquier parte. Le quedaban solo otra bolsa de galletas, tres chocolatinas, dos bolsas de patatas fritas, un paquete de caramelos de menta y una bolsa de pistachos. Probablemente no le resultarían suficientes.
Capítulo 2
NICK se despertó con el ruido de las cañerías del agua. Esperaba que Analise hubiese dormido igual de mal en el motel de Prairieview, Nebraska. Así, estaría deseosa de volverse a casa.
Cuando llegaron la noche anterior, el dueño del motel se había disculpado porque el aire acondicionado no funcionaba, y la temperatura de la pequeña habitación estaba ideal para cocer pan. Para peor, lo único que había cenado eran las galletas que Analise le diera. Y cuando pensaba en que el pequeño dormitorio estaba como un horno, no podía dejar de imaginarse comida, lo que hacía que su estómago protestase desesperado.
Sin embargo, ni el calor ni el hambre habían sido las razones principales de su dificultad para dormir, dándose una y otra vuelta toda la noche, sino Analise.
Analise, que había hablado y comido casi todo el viaje, incluyendo el viaje desde el pequeño aeropuerto hasta Prairieview en el destartalado coche que le había conseguido su contacto. Había hablado sobre su novio, su padre, su madre, los padres de ella, sus amigos… Había llenado el avión de tanta gente, y los había hecho tan reales, que casi esperó que ellos también se bajasen del avión cuando aterrizaron.
Cuando llegaron al motel, los dos últimos años de paz y tranquilidad habían desaparecido sin rastro y él estaba nuevamente inmerso en el caos. Había crecido con cuatro, sí, cuatro hermanas menores, que se habían preocupado por mantener el nivel de ruidos bien alto y además por meterse sistemáticamente en líos de los cuales él las tenía que rescatar. Luego, como si lo hubiese dominado el masoquismo, cuando las mellizas se fueron a la universidad, se casó con una mujer que hacía parecer a sus hermanas seres sensatos y razonables. Hacía tres años que las mellizas se habían ido y su mujer cuatro meses después