Sally Carleen

La novia prestada


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No sabía cómo podía ser posible, pero mientras el cerebro le decía que se alejara para salvarse mientras todavía podía hacerlo, su cuerpo la deseaba con una intensidad que amenazaba con dominarlo.

      El poco sueño que había logrado conciliar a intervalos estuvo poblado de sueños de Analise… Analise hablando, comiendo, ofreciéndole chocolatinas, chupándose el chocolate de los dedos con esos labios suaves y llenos…

      Un golpe en la puerta interrumpió los pensamientos que Nick no quería tener pero no podía evitar. Se desenredó la sábana de los pies y se puso los vaqueros mientras se dirigía a la puerta.

      Recortada en la luz cegadora del sol matutino había un ángel pequeñito con el rostro arrugado y un halo de rizos blancos como la nieve. Llevaba un vestido color azul marino con cuello de encaje blanco, igual al que su abuela llevaba cuando iba a la iglesia. Elevó una resplandeciente sonrisa hacia él y le mostró la gran bandeja que llevaba.

      —Buenos días, señor Claiborne. Le traigo el desayuno.

      Nick pestañeó un par de veces, pero la alucinación no desapareció. Por el contrario, su olfato intervino para indicarle que el ángel llevaba panceta, huevos y café en la bandeja. Retrocedió un paso, permitiéndole que entrase.

      —Soy Mabel Finch —dijo ella, moviendo la lámpara de la mesilla para apoyar la bandeja—. Mi marido, Horace, y yo somos los dueños de este sitio. Horace es quien los recibió anoche.

      Levantó la servilleta, descubriendo un plato lleno de panceta frita, huevos revueltos, dos dorados bollos de pan, un recipiente con manteca y una gran taza de café.

      —Gra… gracias —tartamudeó Nick, convencido de que se había muerto de un ataque al corazón debido a sus sueños con Analise y se encontraba en el cielo—. Tiene un aspecto estupendo.

      Mabel atravesó la habitación para abrir las cortinas y luego se apoyó contra la cómoda, cruzando los brazos sobre el amplio busto.

      —Analise quería que tomase un buen desayuno. Dijo que lo único que usted había comido anoche era un puñado de galletas.

      Analise. Debió de haberlo adivinado.

      —¿Cuánto hace que conoce a Analise?

      —Desde más o menos las siete de la mañana. Siéntese. Coma. No querrá llegar tarde a la iglesia.

      —¿La iglesia? —se dejó caer en el borde de la cama. Una cosa era que le llevase el desayuno a la habitación, pero mandarlo a la iglesia era pasarse un poco de la raya. Aunque era un precio muy bajo por semejante comida. Desplegó la servilleta, agarró los cubiertos y se puso a comer.

      —Analise nos contó el motivo por el que están aquí, buscando a esa Abbie Prather.

      Nick masticó la crujiente panceta mientras untaba el bollito. No permitiría que Analise le arruinara el desayuno.

      —La verdad es que nosotros llevamos solo diez años aquí, y no conocemos a ninguna June Martin o Abbie Prather, aunque si ella no es una persona que socialice demasiado, quizás no la conozcamos por eso. Yo le dije a Analise que les preguntase a los ministros, ya que ellos son quienes conocen a todo el mundo.

      Nick abrió el otro panecillo, sintiéndose como un embaucador al ir a la iglesia.

      —Y, dicho y hecho, cuando Analise llamó a Bob Sampson, el pastor de la iglesia bautista, él le dijo que fuese a hablar con él. Analise dijo que estaba segura de que a usted no le importaría que le tomase prestado el coche para ir hasta allí, así no tenía que despertarlo.

      ¿Analise se había llevado el coche? Ya que tenía una sola llave, debió de poner nuevamente en práctica sus habilidades con la ganzúa, además de hacerle un puente.

      —Me dijo que le dijera que volverá a buscarlo durante la escuela dominical para que ambos pudieran ir al servicio de las once —prosiguió Mabel, sacudiendo la cabeza de lado a lado, lo que no movió ni uno de sus apretados rulos—. No creo que al Buen Dios le moleste que lleve esos pantaloncitos púrpura a la iglesia, pero nosotros somos metodistas. No sé lo que los bautistas pensarán. Le ofrecí uno de mis vestidos, pero ella no quiso saber nada.

      ¿Pantaloncitos púrpura?

      Nick dejó el tenedor, se terminó el café y se dio por vencido.

      Antes de que él siquiera se levantase, Analise se había hecho amiga de los dueños del motel, conseguido que le diesen a él el desayuno, encontrado un contacto que recordaba a la persona que buscaban y le había robado el coche para irse a la iglesia con pantalones cortos color púrpura.

      Y él que pensaba que se había librado para siempre de las mujeres irresponsables y llenas de recursos. Aunque su ex mujer nunca le había desatado la libido de la forma en que lo hacía Analise. ¿Cómo iba a hacer que ella no se metiese en líos si él ya estaba metido hasta el cuello en uno?

      Analise dejó la casa del reverendo Robert Sampson y se dirigió al motel a buscar a Nick para que pudiesen hablar con otros miembros de la congregación que pudiesen recordar a Abbie Prather, alias June Martin, y Sara.

      Ya se estaba haciendo una idea de cómo era la mujer que había causado la agonía a la familia de Lucas, y no era precisamente agradable. Había sido tan estricta con su hija que incluso el reverendo Sampson, un estricto sacerdote, la consideraba cruel más que dedicada.

      El coche decrépito que conducía iba tan lento que le dieron deseos de sacar el pie para empujar. Qué diferente de su propio coche, un deportivo rojo con cinco marchas y suficiente potencia para mantenerla al día con las multas por exceso de velocidad. No es que estuviese demasiado ansiosa por volver a ver a Nick para compartir las noticias con él ni que necesitase contarle todo lo que había logrado para demostrarle nada. Le daba igual lo que pensase de ella. Aunque el día anterior no había sido uno de sus mejores días.

      Nick era diametralmente opuesto a Lucas. Lucas era la seguridad, el amigo en quien podía confiar. Nick era el peligro, la invitación a lo desconocido, a probar la emoción de un vuelo por los aires que la aterrorizaba a la vez que la tentaba a probar que lo podía hacer.

      Se había pasado la mayoría de la noche despierta en la calurosa habitación del motel, intentando olvidar la forma en que su contacto accidental la había hecho sentirse, la manera en que su aroma le había invadido los sentidos y permanecía como si él estuviese en la cama con ella.

      Aferró el volante con fuerza, diciéndose que tenía que dejar de pensar en eso. No solo eran sentimientos inapropiados para una mujer comprometida, sino que también lo eran para cualquier mujer en su sano juicio. Su mala costumbre de flirtear con el desastre generalmente acababa en una catástrofe en vez de en éxito.

      Se había levantado temprano y, ante su sorpresa, había encontrado una pista, algo que decidió seguir para ser útil, para dejar de pensar en esos sentimientos que la invadían desde la noche anterior. Y se había encontrado con información que los ayudaría a localizar a Abbie… y rescatar a Sara.

      El sonido familiar de una sirena le interrumpió los pensamientos.

      ¡Cuernos! ¿Estaría excediéndose del límite otra vez? ¿Cuál sería el límite? Estaba tan absorta en sus pensamientos que ni se había fijado. ¡Pero esa carraca no podía ir a más del límite!

      Miró por el retrovisor al joven agente que se acercaba con andares pendencieros. Mala señal.

      Buscó la licencia de conducir y la sacó por la ventanilla cuando el hombre se acercó. No quería que el policía mirase demasiado dentro y se diese cuenta de que le había hecho un puente al coche en vez de pedirle las llaves a Nick. Él la agarró y se la llevó a su coche, para verificar la información. ¡Dios Santo! La policía de Briar Creek nunca hacía eso. La iba a hacer perder todo el día.

      Nick se hallaba en la acera frente a su habitación esa mañana de domingo, todavía fresca. En otras circunstancias habría considerado que era un día perfecto, pero mientras esperaba que Analise apareciese en su coche prestado que ella había vuelto a tomar prestado, tuvo