cumplir Su objetivo para la humanidad. Como mujer bicultural en la narrativa bíblica, Ester siempre será considerada una pieza imprescindible en la obra todavía inconclusa de la expansión del reino de Dios. ¿Quiénes serán las latinas multiculturales que Dios llamará «para un momento como este» en cada generación? Espero que seas tú, yo y todas nosotras juntas alzando nuestra voz en honor del legado de Ester.
LA MUJER SULAMITA
AMADA, ANTES QUE NADA
NATALIA KOHN
¡Cuán bella eres, amada mía!
¡Cuán bella eres!
¡Tus ojos son dos palomas! (Cant. 1:15)
Paloma mía, que te escondes
en las grietas de las rocas,
en las hendiduras de las montañas,
muéstrame tu rostro,
déjame oír tu voz;
pues tu voz es placentera
y hermoso tu semblante. (Cant. 2:14)
Cautivaste mi corazón,
hermana y novia mía,
con una mirada de tus ojos;
con una vuelta de tu collar
cautivaste mi corazón. (Cant. 4:9)
Permite que estos versículos refresquen tu corazón y revitalicen tu alma como una cascada. Este pasaje, esta antigua y hermosa canción posee verdades de lo que siente Jesús por ti. Tú le robaste el corazón y ahora gozas de su cuidado. Eres Su amada.
Lo ha cautivado quién eres, tu amor, tu devoción y tu amistad. Tu belleza lo impresiona y ha quedado encantado por tu amor. Continuamente pronuncia versos de amor para ti. ¿Cómo te sientes al leer y recibir estas verdades? ¿Qué significaría para ti ser amada por Jesús? ¿Cómo afectaría esta intimidad tu relación con Él y tu vínculo e influencia con las demás personas?
La mujer sulamita en esta historia de amor del Cantar de los cantares de Salomón es un ejemplo excepcional de la manera en que el amor dirige. Ella sabe que es amada y desde esa perspectiva guía a sus amigos hacia el amor de Jesús.
DE OBREROS A AMANTES
Cuando leí Cantares por primera vez y comencé a profundizar en ese mundo de intimidad con Jesús, descubrí con asombro que yo podía cautivarlo y que Él se deleita en mí. Yo sabía que Jesús me cuidaba y que murió para salvarme, pero no imaginaba que Él pudiera disfrutar mi ser y mi compañía. La faceta de cortejador y pretendiente de Jesús le parecía extraña a esta mente trabajólica mía. Jamás había escuchado el concepto de Cristo como novio en las múltiples iglesias que visité de niña, de adolescente y de joven adulta. Jesús, el que ama mi alma, era una realidad espiritual que no me habían enseñado durante mi educación y crianza cristiana.
El ministerio del que yo formaba parte enseñaba que Jesús era el eterno novio, como lo muestran los Evangelios. Sin embargo, yo nunca había comprendido la relevancia de esto para mi relación con Cristo y mi liderazgo. En su lugar, adopté con denuedo la identidad de obrera por Jesús. Con el tiempo, esto provocó que yo viera al Señor como mi director, mi jefe y mi supervisor en este gran proyecto de cosecha en la tierra. Yo disfrutaba trabajar y me apasionaba la misión. Trabajaba para Él más de 70 horas a la semana, procurando agotar las entradas a Su venida y determinada a producir lo más posible para el Señor. El proyecto me consumía y no me dejaba tiempo para cuidar de mi relación personal con Jesús: Ser Su amada, escuchar Su voz, conocer Su corazón, invertir en nuestra intimidad. Había mucho trabajo por hacer.
Nosotros los latinos trabajamos duro y comprendemos la palabra esfuerzo. Nos es familiar trabajar a medio tiempo, en condiciones difíciles, varios empleos a la vez para que el dinero alcance en nuestro hogar, pagar la cuenta del teléfono y ahorrar un poco para cuando nos agobie una crisis. Nuestros padres, tíos, hermanos, primos y amigos se reúnen afuera de Home Depot o en los parques para obtener algún trabajo ese día o toda la semana. En cada ciudad, la gente sabe dónde hallar jornaleros; esos son nuestros hombres proveyendo un servicio. Somos muy creativos e ingeniosos cuando de empleo se trata. Si un trabajo no nos conviene, nos contactamos con un familiar o un amigo para que lo intente. Nuestra gente es trabajadora y sentimos un orgullo sano al respecto.
No hay nada de malo en trabajar para mejorar la situación de nuestra familia. Sin duda tampoco es erróneo esforzarse para que el evangelio alcance comunidades, subculturas, familias, ciudades y naciones que no lo han experimentado. Sin embargo, es peligroso cuando nuestra identidad yace en el trabajo y en ser obreros de Jesús. ¿Qué crees tú? ¿Te identificas con ser una obrera o alguien amada por Jesús?
EL PARADIGMA DEL OBRERO
En la Biblia abundan los paradigmas y el del obrero es uno desde el cual operan muchos creyentes y líderes espirituales. Solemos referenciar pasajes bíblicos cargados de visión, acción y verdad; versículos que nos inspiran a unirnos a un ministerio y expandir el reino de Dios. Esos textos nos revelan la necesidad de guiar a más personas hacia la gracia y el amor de Jesús, entonces se convierten en la misión de nuestras iglesias y en nuestro propósito de vida. Esto es bíblico y santo; sin embargo, corremos el peligro de trabajar por la misión y soslayar a Cristo. Podemos llegar a obsesionarnos con estos proyectos y a olvidar a Aquel quien es la razón de nuestra obra. A continuación, encontrarás pasajes bíblicos donde Jesús trata el paradigma del obrero: Mateo 9, Mateo 28 y Hechos 1.
La cosecha es abundante, pero son pocos los obreros —les dijo a sus discípulos—. (Mat. 9:37)
Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. (Mat. 28:19-20)
Pero, cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra. (Hech. 1:8)
Estos pasajes muestran el preciso e increíble plan de Dios para redimir y rescatar a Su pueblo, Su creación. Son textos cargados del anhelo del Señor de traer el cielo a la tierra. Esa necesidad puede motivarnos a participar en el proyecto, a asociarnos con Dios para efectuar un cambio en el mundo. El paradigma del obrero es verdadero y bíblico. No obstante, debemos entender que Dios no basa nuestra identidad en ese concepto. Él no nos ve como empleados, trabajadores o sirvientes. Jesús es el nuevo pacto, que nos trajo un nuevo método de salvación: una relación personal con Él, mas no la religión, la cultura cristiana ni nuestros esfuerzos por ser los mejores obreros.
Cristo vino para reconciliarnos con el Padre y con nuestra identidad como hijos de Dios, Su novia y los coherederos del paraíso. Él vino como un novio para rescatar, redimir y alistar a Su novia para Su regreso. Estos pasajes sobre la obra inconclusa nos motivan, pero si nuestro acercamiento al plan de Dios no es mediante el paradigma de la novia, podemos quedar desconectados de nuestra fuente de vida y amor. Corremos el riesgo de olvidar por qué creemos en estas verdades y albergar resentimiento hacia Jesús, el empleador. No debemos olvidar que gozamos de la amistad y del amor de Cristo.
Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes. (Juan 15:15)
Nuestra