Rosa María De Pablo

Vientos de libertad


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queremos ir más allá de lo posible, queremos saber qué hay detrás de los límites, al final del horizonte.

      Pero la travesía no es fácil, el mar que hoy se nos muestra en calma, de repente se encrespa. Sin saber cómo nuestra barca es zarandeada de un lado para otro por vientos de todo tipo, que levantan olas como montañas o abren abismos que parecen no tener fin. Son vientos de libertad que nadie sabe de dónde vienen ni hacia dónde van.

      Quizás nadie nos lo había explicado cuando nos animamos a tomar el barco, quizás por ello otros se quedaron en tierra, quizás por eso vemos maderas y velámenes rotos, sucios a nuestro alrededor. Otros también lo intentaron y parece que fracasaron. Entonces uno se pregunta: ¿Qué será de mi vida? Me embarqué siguiendo el soplo del viento que me prometía libertad, la plenitud interior. Pero he descubierto que hay otros vientos, que parecen prometerme lo mismo.

      Hablo con otros navegantes, me dan sus indicaciones, sus experiencias, pero están como yo, en camino ¿Cómo saber si son verdaderas? Alcanzar tierra firme en medio de las pasiones humanas, casi siempre contradictorias, puede ser toda una odisea. Y sin embargo en esta empresa está en juego nada más y nada menos que mi vida.

      Aprender a discernir qué viento me conduce al centro de mí mismo y cual me mete en una jaula de cristal o de oro, en una burbuja inconsciente. Conocer las fuerzas que anidan en mi interior, que a veces me llevan a donde no quiero ir, enfrentar miedos. Levantarse de las caídas, volver a comenzar sin esconder las heridas.

      Reconocer errores, abandonar caminos que distraen. Ser humilde para reconocer que hay límites, aprender a vivir con ellos.

      Superar el desgaste de la incoherencia que todos llevamos dentro, ser humano entre humanos, y al mismo tiempo confiar en que hay una mirada que me conoce mejor que yo mismo, y que me contempla con amor. Experimentar que hay una mano que me sostiene y levanta siempre de nuevo, regalándome fuerzas al parecer insospechadas y que existe un viento: “el Viento de lo alto” que me impulsa siempre de nuevo hacia lo mejor de mí mismo.

      Viento de Pentecostés. El evangelio nos pinta la realidad tal cual es: los apóstoles eran como yo, seres humanos con defectos y debilidades. Pedro era irreflexivo e impetuoso, Tomás difícil de convencer, Santiago y Juan reñían con los demás porque querían ocupar los primeros puestos en el futuro reino de Jesús. Aunque habían visto milagros y vivido en la intimidad con Jesús, asegurando que creían que era el Mesías, huyeron ante el peligro de la muerte, y tanto miedo tenían, que a Jesús lo enterró un fariseo que lo seguía en secreto. Les costó aceptar el testimonio de las mujeres que les decían que Jesús había resucitado y aún después de verlo vivo, permanecían encerrados por miedo a los judíos.

      Viento de Pentecostés, me enseñas que hay un Dios más grande que todos nosotros, que por encima de todo me ama, que jamás estaré demasiado lejos de su alcance, que siempre puedo volver a comenzar. Contigo, Pedro puede dar la vida por Cristo y Pablo en medio de incontables penurias, recorre kilómetros para proclamar su nombre. Sus vidas estuvieron llenas de espíritu, de tu Espíritu. Pero corro el peligro de creer que eso son cuentos, historias que se trasmiten, que están agrandadas, manipuladas… Viento de Pentecostés ¿existes de verdad?

      Porque los hombres somos pequeños y nos gusta tocar, ver para creer, tienes misericordia y nos mandas personas en las que se reedita este misterio. Así puedo entender la vida de otro hombre que no fue fácil, que estuvo llena de soledad interior, de luchas a veces titánicas, y riesgos que no se pueden entender sin la Luz, Fuerza y Amor que sólo Tú, Viento de Libertad, puedes regalar. A comienzos de Diciembre de 1941 desde la cárcel de Coblenza, en la que está recluido después de haber permanecido un mes en un bunker de la Gestapo, un sacerdote llamado José Kentenich escribe:

      Hay dos formas de enfrentar la vida, desde el amor o lejos del amor, uno puede desempeñar su trabajo, estudiar, limpiar su casa, tener amigos, hacer un comentario, corregir o hacer un cumplido desde el amor o lejos de él. Uno puede hacer un gesto o dedicar una sonrisa desde el amor o lejos de él. Esto es lo que da la diferencia, no tanto si lo hago perfecto o no.

      Si vivo y actúo desde el amor, desde el Viento del Espíritu, obtengo experiencias derivadas del amor, y si actúo lejos de Él, obtengo experiencias derivadas de los otros vientos, que incluso pueden tener el título de “libres”.

      La misma situación se puede solucionar desde la venganza, la violencia o la indiferencia, entonces uno se ha dejado llevar por los vientos de “exigir justicia” de “colocar la verdad ante todo” o del “fin justifica los medios”. En este caso la relación se enfriará, se deteriorará y ambos saldremos perdiendo. Pero si trato de gestionarlo desde la empatía, la tolerancia y el diálogo con humor, se está actuando desde el amor y se llegará a un acuerdo y la amistad se verá reforzada. Una vida llena del Espíritu Santo es una vida llena de Amor que una y otra vez me conecta con mi esencia, esa esencia que proviene del mismo Dios Amor, que “actualiza todas mis aplicaciones”, y me permite encontrarme siempre de nuevo conmigo mismo.

      Ojalá estas páginas te ayuden a descubrir la vida de este hombre que supo guiar el barco de su vida bajo la dirección del Viento de Libertad que viene de Dios. Su vida comenzó como la de cualquier persona signada por el dolor del abandono y la inapariencia, en medio de una sociedad encorsetada y limitada.

      Su camino estuvo jalonado por la presencia de María, y de su mano llegó a la nueva orilla de los tiempos más nuevos, se convirtió en un hombre lleno de luz, de una luz tierna y apacible en la que muchos pudieron descansar y encontrar consejo. Su vida se convirtió en camino y misión que muchos acogieron formando el Movimiento Apostólico de Schoenstatt. Su secreto y bandera: como María, estar lleno del Viento de Dios, del Viento del Amor, que da la libertad de los hijos de Dios. Su misión: formar personalidades libres, recias y llenas de Dios.