Sinclair Lewis

Eso no puede pasar aquí


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a Doremus usando el término “señor” y, a diferencia de la mayoría de los adolescentes de dieciocho años de Fort Beulah (hipnotizados por la radio y los coches), había leído libros y, por voluntad propia, a Thomas Wolfe, William Rollins, John Strachey, Stuart Chase y Ortega. Su padre no sabía si a Sissy le gustaba más él o Malcolm Tasbrough. Malcolm era más alto y fuerte que Julian; además, conducía su propio De Soto aerodinámico, mientras que Julian solo podía pedirle prestada una carraca increíblemente vieja a su abuelo.

      Sissy y Julian discutieron cordialmente sobre la habilidad de Alice Aylot para jugar al blackgammon, mientras Foolish se rascaba al sol.

      Sin embargo, Doremus no estaba siendo muy bucólico. En realidad, estaba inquieto y pensaba de un modo científico. Mientras los otros se burlaban de él (“¿cuándo tiene papá la audición?” y “¿qué oficio está aprendiendo: cantante melódico o comentarista de hockey?”), Doremus ajustaba la radio portátil que, todo hay que decirlo, inspiraba poca confianza. En un momento dado, pensó que iba a poder disfrutar con ellos de un ambiente hogareño, así que sintonizó un programa de canciones antiguas y todos, incluido el primo Henry Veeder (que tenía una pasión oculta por los violinistas, los bailes en los graneros y los armonios), tatarearon “Gaily the Troubadour”, “Maid of Athens” y “Darling Nelly Gray”. Pero, cuando el locutor les informó de que esas canciones estaban patrocinadas por Toily Oily, el purgante casero natural, y que estaban interpretadas por un sexteto de hombres jóvenes con el horrible epíteto de “The Smoothies”2, Doremus la apagó repentinamente.

      “¿Pero qué pasa, papá?”, chilló Sissy.

      “¡Los ‘Smoothies’! ¡Dios! ¡Este país se merece lo que va a obtener!”, dijo Doremus bruscamente. “¡Quizá necesitemos a un Buzz Windrip!”

      Luego llegó el momento de la alocución semanal del obispo Paul Peter Prang (debía haberse anunciado con los repiques de las campanas de una catedral).

      Procedente de un gabinete mal ventilado en Persépolis (Indiana), que olía a trajes de lana sacerdotales, saltó hasta las estrellas más lejanas y trazó un círculo alrededor del planeta a 186.000 millas por segundo (un millón de millas en lo que uno tardaba en rascarse). Se coló en el camarote de un ballenero en un oscuro mar polar, en una oficina revestida con paneles tallados en roble, robados de un castillo de Nottinghamshire, en la 67ª planta de un edificio en Wall Street, en el ministerio de asuntos exteriores de Tokio y en la depresión rocosa bajo los brillantes abedules situados sobre el monte Terror, en Vermont.

      El obispo Prang habló, como solía hacerlo, con una bondad solemne y una resonancia viril, que le convertían en un ser que llegaba mágicamente a través de una autopista aérea invisible, a la vez dominante y encantador; fueran cuales fueran sus intenciones, estaba claro que sus palabras estaban de parte de los ángeles:

      “Amigos míos de la audiencia radiofónica, solo tendré seis peticiones semanales más que haceros antes de las convenciones nacionales, las cuales decidirán el destino de esta angustiada nación. Ya ha llegado la hora de actuar. ¡Actuar! ¡Ya basta de palabras! Dejadme reunir varias frases del sexto capítulo de Jeremías, que parecen haber sido escritas proféticamente para esta época de crisis desesperada en América:

      ‘Reuníos, hijos de Benjamín, para escapar del interior de Jerusalén... Preparaos para la guerra... ¡en pie y subamos a mediodía! ¡Ay, de nosotros! Que el día va cayendo y se alargan las sombras de la tarde. Levantaos y subamos de noche a destruir sus palacios... Estoy lleno de la furia del Señor y cansado de contenerla. La verteré sobre los niños extranjeros y sobre el grupo de mancebos reunidos. Incluso el marido y la esposa serán apresados, el anciano con el que ha vivido muchos días... Extenderé mi mano sobre los habitantes de esta tierra, dijo el Señor. Porque desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, todos se han dado a la codicia; y desde el profeta hasta el sacerdote, todos practican el fraude... diciendo «¡paz, paz!», cuando no hay paz.’

      Así habla el Libro sobre la antigüedad... ¡Pero el mensaje también está dirigido a los Estados Unidos de 1936!

      ¡No hay paz! Durante más de un año, la Liga de los Hombres Olvidados ha advertido a los políticos, a todo el gobierno, de que estamos hartos de ser los desposeídos y de que, por fin, somos más de cincuenta millones; ¡no una horda de quejicas, sino gente con la voluntad, las voces y los votos para hacer valer nuestra soberanía! Hemos informado muy claramente a cada político de que exigimos, ¡exigimos!, determinadas medidas y no toleraremos ningún retraso. Una y otra vez hemos exigido que se quite totalmente a los bancos privados tanto el control de los créditos como la capacidad para emitir dinero; que los soldados no solo reciban la bonificación que se ganaron tan justamente con su sangre y agonía en 1917 y 1918, sino que la cantidad acordada se duplique a partir de ahora; que se limiten con severidad todos los ingresos hinchados y que las herencias se recorten en sumas pequeñas que puedan sustentar a los herederos solo en su juventud y vejez; que los sindicatos laborales y agrarios no solo se reconozcan como instrumentos para las negociaciones conjuntas, sino que, como en Italia, se conviertan en partes oficiales del Gobierno para representar a los trabajadores; y que, con toda la severidad solemne y la inflexibilidad que sea capaz de mostrar esta gran nación, se prohíba toda actividad a las Finanzas Judías Internacionales, así como al Comunismo, el Anarquismo y el Ateísmo Judíos Internacionales. Los que me hayáis escuchado antes sabréis que yo (o más bien, la Liga de los Hombres Olvidados) no tengo nada en contra de los judíos individuales y que estamos orgullosos de contar con varios rabinos entre nuestros directores; pero esas organizaciones internacionales subversivas que, por desgracia, están formadas en gran parte por judíos, deben expulsarse de la faz de la tierra con látigos y escorpiones.

      Hemos presentado estas exigencias. Pero, ¿cuánto tiempo?, ¡oh, Señor, cuánto tiempo han fingido escuchar y obedecer los políticos y los sonrientes representantes del Gran Capital! ‘Sí, claro, señores de la Liga de los Hombres Olvidados. ¡Lo entendemos, pero necesitamos un poco más de tiempo!’

      ¡No queda más tiempo! Su tiempo se ha acabado, ¡al igual que todo su poder impuro!

      Los senadores conservadores, la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, los grandes banqueros, los monarcas del acero, los motores, la electricidad y el carbón, los agentes de bolsa y los holdings..., todos ellos son como los reyes borbones, de los que se decía que, ‘no olvidaban nada y no aprendían nada’.

      ¡Pero acabaron muriendo en la guillotina!

      Quizá podamos ser más compasivos con nuestros borbones. Quizá, solo quizá, podamos salvarles de la guillotina, la horca o el rápido pelotón de fusilamiento. Quizá, en nuestro nuevo régimen, bajo nuestra nueva Constitución, con nuestro ‘New Deal’, que será realmente un nuevo reparto y no un experimento arrogante..., quizá nos limitemos a obligar a estos peces gordos de las finanzas y la política a que se sienten en sillas duras, en lúgubres oficinas, trabajando sin descanso durante horas interminables armados, con pluma y máquina de escribir, como lo han hecho para ellos, durante demasiados años, tantos esclavos administrativos.

      Como afirma el senador Berzelius Windrip, estamos en ‘la hora cero’, ahora, en este mismo segundo. Hemos dejado de bombardear a estos falsos e irresponsables dirigentes con nuestras quejas. Vamos a actuar ‘sin moderación’. Por fin, tras meses y meses de asesoramiento conjunto, los directores de la Liga de los Hombres Olvidados y yo, anunciamos que en la próxima convención nacional del partido demócrata y sin ningún tipo de reserva...”

      “¡Escuchad! ¡Escuchad! ¡Se está haciendo historia!”, gritó Doremus a su inconsciente familia.

      “... usaremos la tremenda fuerza de los millones de miembros de nuestra Liga para conseguir que la candidatura presidencial del partido demócrata sea para el senador... Berzelius... Windrip. Eso significa, en pocas palabras, que saldrá elegido y que seremos nosotros los que le llevaremos al cargo como presidente de los Estados Unidos.

      Su programa y el de la Liga no coinciden en todos los detalles. Pero él se ha comprometido incondicionalmente a dejarse asesorar por nosotros y, al menos hasta las elecciones, le apoyaremos absolutamente..., con nuestro dinero,