con una persona cuya aportación a la historia de la humanidad me parece esencial. Isabel Zendal, oriunda de Galicia, fue la enfermera que ayudó a llevar la primera vacuna, la de la viruela concretamente, tanto a la América española como a las Islas Filipinas en la Real Expedición de la Vacuna, organizada por el médico y científico Francisco Javier Balmis, durante el reinado de Carlos IV.
Isabel Zendal
Primera enfermera internacional de la historia.
Declarada por la OMS (Organización Mundial de la Salud) como la primera enfermera de la historia en misión internacional, Isabel Zendal zarpó desde La Coruña, la única mujer en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, conocida como Expedición Balmis, para llevar la vacuna de la viruela hasta las colonias americanas y Filipinas.
Isabel Zendal Gómez nació el 26 de febrero de 1773 en el seno de una familia de labradores, en la localidad coruñesa de Agrela, Santa Mariña de Parada. Corrían tiempos de muchas dificultades y enfermedades, entre ellas la temible viruela que acabó con la vida de la madre de Isabel, entre otros muchos. Isabel tuvo un hijo, Benito, al que crió como madre soltera. En 1800 entra a trabajar como rectora y enfermera de la Inclusa de La Coruña, que se hallaba en condiciones miserables.
Para que esta historia sea completa hay que presentar a dos personajes claves y coetáneos a Isabel. El primero sería el médico inglés, Edward Jenner que en una de sus investigaciones de la viruela que estaba arrasando en Europa, comprobó como los campesinos que ordeñaban vacas eran inmunes a la enfermedad. Jenner pudo observar que la llamada viruela bovina con la que los lecheros se infectaban, brotaba de una forma mucho más leve que la humana ¡Había descubierto la vacuna contra la contagiosa viruela!, que la OMS consideró erradicada en 1990. A pesar de que ardua fue la lucha de Jenner y de sus seguidores por implantar la que bautizó como vacuna dada su procedencia, que sí en un en principio su apelativo estaba destinado exclusivamente a la enfermedad de la viruela, más tarde se generalizó a aquellos medicamentos que evitaran la contracción viral de cualquier enfermedad. Uno de los enemigos más acérrimos contra el descubrimiento genial de Jenner fue la iglesia la cual consideraba una irreverencia inocular fluidos animales en el género humano, inyectando el mismo mal para curarlo.
El eje fundamental del episodio que sigue, uno de los más bellos en la historia de la humanidad, es el médico militar y cirujano de la Corte de Carlos IV, Francisco Javier Balmis. Brillante científico que vio en la vacuna de Jenner una forma de erradicar la viruela en las colonias. Noventa millones de indígenas morían por el choque microbiano llegado del otro lado del Atlántico, la mayor parte por la viruela. En una era en que en el Imperio Español no se ponía el sol, el joven doctor Balmis ejerció en La Habana, y en Ciudad de México, donde, entre otras investigaciones, realizó un estudio sobre la cura de las enfermedades venéreas. Durante su estancia ultramar pudo comprobar cómo la viruela, exportada por los españoles al continente americano y a Filipinas estaba causando tremendos estragos en la población. A su vuelta a España y firmemente decidido a llevar a las colonias españolas la recién descubierta vacuna contra la viruela del Doctor Jenner, convenció al rey para que financiara la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Al igual que Jenner, la decisión de Balmis tuvo enemigos de diversa índole, como Manuel Godoy, que no veía nada claro invertir fondos en la aventura de Balmis, en momentos en que a la corte no le sobraban escudos para dilapidar, según él. Sin embargo, el monarca reinante Carlos IV, testigo en primera fila de los efectos de la mortal viruela que se había cobrado varios miembros de su familia, y terminado con la dinastía de los Habsburgo en España, apoyó la Expedición Balmis, que a bordo de una corbeta y zarpando del puerto de La Coruña, comenzó en el año 1803 y lo finalizó el 1806. El mismo Jenner vio esta expedición con admiración y expresó sus quejas sobre los compatriotas ingleses por no hacer lo mismo.
El otro protagonista de la aventura científica y altruista fue el médico y cirujano militar José Salvany y Lleopart, a quien Francisco Balmis reclamó como acompañante en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.
El principal problema que se planteaba en la filantrópica empresa era el cómo llevar la vacuna a las colonias en una época en la que aún no existía la cadena de frío por lo que evidentemente tras meses de travesía, estaría más que obsoleta. Tras darle vueltas, a Balmis se le ocurrió que la única manera sería una cadena humana que transportara dicha vacuna en su mismo cuerpo. Inoculado el pus infectado de las vacas en un ser humano que le crearía anticuerpos, se le volvería inyectar a otro en menos de una semana, lo que tarda en hacer efecto la vacuna, y así sucesivamente. La siguiente dificultad a resolver era quienes iban a ser los destinados a dicha inoculación …
No había lugar a dudas, la cadena humana debía estar formada por niños. Balmis ideó una cadena humana de veintidós niños a los que se les vacunaba paulatinamente en el velero, cambiándoles en puerto por otros, hasta su destino final, Filipinas, donde debía llegar recién vacunado el ultimo infante del eslabón humano. Y ¿qué padres iban a permitir que sus infantes se embarcaran en semejante hazaña? Ninguno. La única alternativa eran los pequeños de un orfanato.
Y aquí es cuando entra en escena la figura primordial de Isabel Zendal, nacida Pobre de Solemnidad, como rezaban los datos que encontró el periodista Antonio López Mariño,haciendo un reportaje en la Coruña en el año 1999.
Mariño fue uniendo cabos e informándose sobre la vida de esta peculiar mujer. Descubrió cómo su madre, La Ignacia, muere de viruela dejándole a ella al cargo de sus hermanos en la pedanía de Santa Mariña de Paredes en Ordes. Isabel cuida a sus hermanos, cultiva el campo, trabaja como criada, y tiene un hijo ilegítimo de un soldado. Más tarde, ya con sus hermanos creciditos, Isabel, se cree que de apellido Zendal, ya que se han encontrado más de once apelativos para nombrarla, se encarga finalmente de la Casa de los Expósitos de La Coruña. Y allí estaba ella, en su orfanato, como rectora y enfermera, ajena a lo que en breve le acontecería cambiándole de lleno el curso de sus días, cuando recibió la visita del renombrado científico Francisco Javier Balmis.
Balmis fue al orfanato y habló con ella del contradictorio proyecto que ni siquiera al Consejo de Indias terminaba por convencer. De no ser por el apoyo del Rey jamás se hubiera llevado a cabo la Expedición. Necesitaban veintidós eslabones infantiles a los que inyectar la vacuna durante el tiempo de la travesía, hasta llegar al primer puerto americano y pasársela a un nativo. Isabel tras pesarlo y sopesarlo alegó que la única forma en la que esos niños emprendieran viaje sería si ella les acompañaba, para cuidarles y protegerles. ¡Tema difícil! ya que para los hombres de la mar el que una mujer fuera a bordo, no traería más que mala suerte. Balmis vio la determinación de la que iba a ser la primera enfermera que atravesara el mar en pos de las Américas y de Filipinas, y dio su consentimiento.
El 30 de noviembre de 1803 embarcan desde La Coruña en la corbeta María Pita, veintiséis tripulantes, veintidós niños huérfanos y una mujer. Isabel los acompañaba en su filantrópica expedición llevando con ella a su propio hijo, al que también vacunarían. Ella fue la columna vertebral del viaje ocupándose constantemente de los pequeños con edades comprendidas entre tres y siete años, a los que por otro lado les costaba muchísimo adaptarse al duro medio. Luchando por que los médicos estuvieran pendientes de ellos, Isabel consiguió que de la primera cadena humana de veintidós infantes llegaran todos con vida al primer puerto. Tras muchos avatares que ella conciliaba con inteligencia y bondad procurando siempre el bienestar de esos niños que de brazo a brazo, llevaron a América y Asia la primera vacuna de la historia, llegando a Manila el 15 de Abril de 1805. Todos ellos vivos, menos un par, uno de ellos, comprado en Puerto Rico, y que Isabel se negaba a embarcar por verle débil e incapaz de soportar el viaje. El resto sobrevivieron gracias a los constantes cuidados de Isabel, habiendo dado prácticamente la vuelta al mundo, Canarias, Venezuela, Colombia, Ecuador, Guatemala, Cuba, Chile, Perú, México, y Filipinas. “Sin Isabel a cargo de los niños el proyecto no hubiera llegado a su fin. Con el excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable noche y día ha derramado todas las ternuras de la más sensible. Madre sobre los angelitos que tiene a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña y en todos los