Victoria Dahl

E-Pack HQN Victoria Dahl 1


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Yo creía que salías con Ricky Nowell.

      —Sí… Demonios, no seguirá viviendo aquí, ¿verdad?

      —No, ¿por qué?

      —Porque les he contado a muchas personas lo pequeño que tenía el pene, así que sería algo muy embarazoso.

      Lori soltó un resoplido, y el martini se le metió por la nariz. Entonces se pasó un minuto tosiendo y enjugándose los ojos. Todos las miraron de nuevo.

      Y después de eso, la cosa solo fue a peor.

      Ben asintió hacia las dos mujeres achispadas.

      —Creo que será mejor que las lleve a casa, señoritas —dijo, como si solo estuviera siendo amable, y no fuera un oficial de policía.

      Molly descartó su ofrecimiento con un gesto lánguido de la mano.

      —Oh, yo he venido andando, no te preocupes.

      —Entonces, insisto.

      —¿Qué pasa? ¿Es que piensas que mañana por la mañana me vas a encontrar enterrada en la nieve?

      —Todavía no hay nieve suficiente para eso —dijo él, y la llevó hacia la puerta. Molly consiguió caminar sin tambalearse.

      Lori los siguió entre risitas.

      —Yo solo estoy a dos calles, Ben. No tienes que llevarme.

      —Me sentiré mejor si lo hago.

      —Sí —añadió Molly—. Además, todo el mundo hablaría de nosotros si nos fuéramos solos. Lori está loca por mí, Ben. Y tal vez te dejemos mirar si nos lo pides con amabilidad.

      Dios Santo. Ni la imagen ni el chismorreo que él necesitaba.

      —Trato hecho —dijo—. Vamos a mi casa —añadió, y con eso, le cerró la boca rápidamente. Lori se dejó caer contra su espalda, riéndose a mandíbula batiente, y él no pudo evitar sonreír—. Bueno, chicas. Vamos a ver si puedo llevaros a casa antes de que hagáis algo vergonzoso —dijo, y eso provocó otro ataque de risa en ellas—. Nadie va a vomitar, ¿de acuerdo?

      —¡Si solo he bebido tres copas! —protestó Molly, pero cuando él se detuvo para abrir la puerta del pasajero de su camioneta, la miró con severidad.

      —Bueno, es verdad, cuatro. Pero la primera fue hace dos horas.

      —Entonces, ¿esa hilaridad tuya es algo natural?

      —¡Sí! ¿Es que no lo sabías?

      Sí lo sabía, en realidad, y también sabía que era preciosa antes de que ella apareciera con las botas negras y las mallas y aquella diminuta minifalda. Y llevaba un jersey de cuello alto rosa, un poco ajustado. Rosa, rosa, rosa. Se había convertido en su color favorito.

      —Lori, ¿necesitas ayuda?

      —No, yo puedo —dijo mientras trepaba a duras penas al asiento trasero. Ben no se molestó en pedirle que se pusiera el cinturón de seguridad. Solo estaban a treinta metros de su casa.

      Molly empezó a subir al asiento a cámara lenta, así que, ¿qué podía hacer él, salvo agarrarla por la cintura y ayudarla? Su jersey era muy fino, y Ben sintió la calidez de su piel. Tuvo la tentación de tenderla en el amplio asiento delantero y cubrirla con su cuerpo.

      Claro que todo el equipamiento informático que había en medio podía aguar un poco la fiesta. No era exactamente un lecho de plumas.

      —¿Ben? —susurró ella.

      —¿Umm?

      Ella abrió unos ojos como platos y alzó la cara hacia él. Se humedeció los labios, y él se fijó en su boca, que era de su nuevo color favorito… y entonces ella se echó a reír.

      Bien. Se le había olvidado por un momento lo de la borrachera.

      —Vamos, Jefe —dijo Lori desde atrás, recordándole que también había una amiga. Y además, estaba la complicación del posible intercambio de sexo por dinero.

      —Está bien —murmuró él, y cerró la puerta de Molly.

      Solo había tomado dos cervezas aquella noche, así que estaba bien para conducir, pero parecía que no estaba tan bien como para poner la mano sobre la curva cálida de la cintura de Molly.

      Intentó convencerse a sí mismo de que no tenía una erección en mitad de Main Street, mientras pasaba de un lado del coche al otro y se sentaba tras el volante.

      Lori movió la mano desde el asiento trasero mientras él arrancaba el motor y encendía la calefacción.

      —Ben, ¿tú crees que soy lesbiana?

      —Eh… No, no había pensado en… ¿Por qué? Estás intentando… encontrarte a ti misma o…

      —¡Solo quiero tener una cita en condiciones! —gimoteó ella—. ¡Y que no sea con alguien como Ricky Nowell!

      —Um, mmm —murmuró él. Con el paso de los años, había descubierto que lo mejor con los borrachos era fingir que los comprendía.

      —Si alguna vez surge la oportunidad, ¿me mandarías a un tipo agradable? Yo solo quiero ir al cine, ¿sabes? Y tal vez, un poco de marcha después… ¿Es tan malo eso?

      —Por supuesto que no.

      Molly estaba agitando la cabeza con seriedad, demostrando toda su solidaridad.

      —Lo de que Lori y yo íbamos a hacerlo delante de ti era una broma, Ben.

      —Sí, eso ya lo sabía.

      —Lori no es lesbiana.

      —Sí, también me estoy dando cuenta. ¡Ya hemos llegado!

      Lori se incorporó del asiento, y su frente se apoyó directamente en el reposa cabezas de Ben.

      —Oh.

      Aquello respondió la pregunta de Ben sobre si ella necesitaba que la acompañara a la puerta de su casa. Terminó metiéndola en casa y acostándola en el sofá. Cuando volvió a la furgoneta, Molly estaba acurrucada, con la mejilla apoyada en el respaldo del asiento y los pies metidos debajo de las piernas.

      —Hola, Ben —dijo, y abrió los ojos con una sonrisa lenta, somnolienta. Fue el demonio, o tal vez un sátiro errante, el que le susurró que así era exactamente como estaba ella después de haber pasado una noche llena de relaciones sexuales. Así era exactamente como iba a estar a la mañana siguiente.

      Ben encendió el motor con fuerza extra, y oyó el chirrido de indignación del motor. Magnífico.

      —¿Qué le pasa a tu furgoneta?

      —Que está cachonda —murmuró él.

      —Ummm.

      De nuevo, ella agitó la cabeza comprensivamente. Debía de parecerle completamente normal.

      Aunque conocía perfectamente el límite de velocidad, Ben lo rebasó de camino a casa de Molly. Tal vez fuera el profesor Lógico durante el día, pero aquella noche estaba descubriendo una parte nueva de su personalidad. No le importaban las complicaciones, ni los misterios, ni la intoxicación etílica. Sabía que iba a importarle al día siguiente, y eso tampoco le importaba. Deseaba a Molly con todas sus fuerzas.

      Las dos horas que había pasado en el bar habían sido un puro placer para él. Había reconocido a la vieja Molly que le gustaba tanto de joven. Ella estaba boba e inmadura, riéndose como una niña, pero confortable, cómoda consigo misma.

      Atraía las miradas sin darse cuenta, y no se sentía azorada con la atención, aunque no la necesitaba tampoco. Y se reía. Mucho. Él no se reía demasiado, y pensaba que sería una bendición en su vida oír reírse a una mujer todos los días, todas las horas. Oír la risa de una mujer en su cama.

      Hubo algo que se le removió en el pecho y le asustó. Ben disminuyó la velocidad. Tenía que controlarse,