entró por la puerta de metal y miró a través del grueso cristal de la ventana. No era muy interesante; solo había un retrete, un lavabo y un camastro.
—Solo es una celda de comisaría, Molly. A los que arrestamos los enviamos al calabozo del condado.
—Entonces, ¿para quiénes es esta celda?
—Para los que cometen delitos menores.
Ella se giró, y se dio cuenta de que él la estaba observando fijamente.
Ben arqueó una ceja.
—Chicas que bloquean calles nevadas con sus cochecitos inútiles incluso después de que la policía se lo haya advertido.
—¡Ja! —ella comenzó a caminar hacia él, y se sintió feliz al ver que él retrocedía hasta la pared—. Seré hábil como un conejito. Ya lo verás.
—Tengo experiencia en este tipo de cosas…
—Ya sé que tú tienes experiencia, pero yo tampoco soy una principiante.
Ben carraspeó, se alejó de la pared y se dirigió hacia la parte delantera de la comisaría. Por desgracia, el abrigo le ocultaba la mayor parte del trasero, pero de todos modos, Molly veía el movimiento de sus muslos duros y su nuca bajo el sombrero.
—Gracias por ponerte el sombrero de vaquero por mí, Ben.
Aquel cuello se volvió rosa.
—Es parte de mi uniforme, Molly —gruñó él.
Ella estaba casi segura de que él estaba un poco interesado en ella, pero de repente, tuvo miedo de que sus rubores fueran más del tipo «Déjame en paz», que del tipo «Estás buenísima, no me tomes el pelo». Él siempre había sido callado y casi tímido, hasta que se soltaba y se volvía divertido. Así pues, ¿aquello era timidez o interés? ¿Cómo podía averiguarlo?
Bueno, ella siempre había pensado que el mejor camino era el más directo.
—Mi hermano dice que eres soltero.
Ben se detuvo tan rápidamente que Molly tuvo que apoyar la mano en su espalda para poder detenerse y no chocar con él. Cuando él se giró, ella sintió moverse sus músculos bajo el grueso abrigo, y entonces, en vez de tener la mano en su espalda, tenía el brazo alrededor de su cintura y su cadera tocando la de él. Incluso Molly se quedó asombrada de lo rápidamente que había tomado confianzas.
Él arqueó una ceja y miró su brazo hasta que ella lo quitó.
—Un accidente. Lo siento. Te juro que no soy una fresca.
La palabra «fresca» la hizo reír hasta que soltó un resoplido, y Ben la miró con cierta diversión.
—Mira, Molly, me pareces muy mona. Y yo soy soltero. Pero este es un pueblo pequeño, ¿sabes? Demasiado complicado.
—¿Demasiado complicado? ¿De verdad? Vaya, eres una persona llena de vida, profesor.
—Vamos. Ya sabes cómo son las cosas.
—Solo estaba intentando conseguir una cita. Una cita. Te prometo que no te voy a atar a las escaleras del sótano.
—Yo no salgo con mujeres de Tumble Creek.
—¿De verdad? Vamos, Ben. ¿Y qué haces, vuelas hacia el norte cuando los días se hacen más largos? ¿Tienes una ruta de migración establecida o paras en sitios diferentes cada año?
—Yo… Es complicado.
—Sí. Eso parece.
Pasó por delante de él e inhaló su olor al hacerlo. Umm. Aire frío y bosque. Aquello no tenía nada de complicado. Él abrió la puerta estirando el brazo por delante de ella y su pecho le rozó la espalda. Agradable. No iba a rendirse tan fácilmente.
Molly bajó los escalones sonriendo y lo esperó.
—No es complicado —dijo por fin—. Te prometo que soy una chica sencilla.
No parecía que él se lo creyera. Seguramente, no fue de ayuda el hecho de que un hombre cruzara la calle gritando su nombre.
«Por favor, que no sea uno de los chicos de Cameron», pensó ella, mientras se giraba.
—¿Es usted Molly Jennings? Iba de camino a su casa.
El señor Randolph se dirigía hacia su furgoneta.
—Hola, señor Randolph.
Él se metió en la parte trasera de la furgoneta y reapareció con un enorme jarrón de rosas.
—Son para usted.
—Oh, vaya —gruñó ella, aunque consiguió mantener la sonrisa.
—Dos docenas de rosas —dijo el señor Randolph—. Ese joven debe de tenerla en mucha estima —añadió mientras miraba la tarjeta del ramo—. ¿Era Devlin o Evan?
—Devon —dijo Molly, agarrando las malditas flores. Vio el gesto burlón de Ben y lo fulminó con la mirada.
—Sencillo, ¿eh? —murmuró él—. ¿Solo es otro chico de Denver, Molly?
—Sí. Es un amigo. De Denver.
El señor Randolph se echó a reír y echó por tierra la opinión de Molly.
—¿Un amigo? ¡Ja! Estos son tallos largos. A cuarenta dólares la docena. ¿Qué ha estado haciendo en Denver, señora Jennings?
—Nada.
—¿Es una mujer de negocios con éxito?
—No —respondió ella. Intentó dejar así las cosas, pero el señor Randolph la estaba mirando implacablemente. Molly suspiró. Había pasado antes por aquello, y sabía cómo salir del enredo—. Trabajo para una empresa de tecnología, pero no es nada emocionante.
—Una técnica, ¿eh? Bueno, pues enhorabuena por las flores. La veré por aquí. Me alegro de que haya vuelto.
—Gracias, señor Randolph.
Lo vio marcharse mientras ignoraba la sensación de calor en la nuca. El hombre saludó mientras desaparecía dentro de su tienda de flores y de regalos, y no le dejó a Molly otra opción que darse la vuelta y enfrentarse con la mirada dura de Ben.
—Así que trabajas para una compañía tecnológica.
—No.
—Entonces eres una mentirosa.
—Sí. He averiguado que es mucho más fácil mentir que decir la verdad.
—¿Y cuál es la verdad?
—Que no hablo con nadie de mi trabajo.
—¿Y por qué, Molly?
—Eso no es asunto tuyo. Además, es complicado, y yo sé que odias las complicaciones.
Ben no se quedó satisfecho con eso. De hecho, Molly sintió una necesidad muy poco digna de retorcerse bajo su examen, y darle una confesión falsa. Él se puso las manos en las caderas y ella vio su arma, y no precisamente el arma en la que estaba interesada. Apretó las flores con fuerza contra su pecho.
—No voy a permitir nada ilegal en este pueblo.
—Yo no…
—¿Está claro?
—¡Por el amor de Dios, Ben! ¿Quién te crees que soy?
—Ya no lo sé.
—Soy solo Molly Jennings, de adulta. Y espero ser también encantadora.
—No debería resultarte sorprendente que yo no aprecie la emoción de una vida misteriosa. Nunca saldría con una mujer que mantiene en secreto la mitad de su vida, ni aunque quisiera hacerlo.
—¿Quieres?
Él frunció el ceño de nuevo, y Molly