También existe la percepción general de que el trabajo de Einstein tuvo un efecto decisivo en el arte moderno. Se cree que las perspectivas multidimensionales de la realidad descritas por la teoría de la relatividad asentaron los cimientos de importantes transformaciones en las artes plásticas, afectando a artistas importantes como Matisse o Picasso y a movimientos enteros, como el cubismo84. Pero ahora parece que se pueden descubrir influencias más fuertes directamente en la filosofía de Bergson85. En la literatura, la tesis del influjo de Bergson es aún más fuerte que en el caso de las artes plásticas. Su influencia sobre En busca del tiempo perdido de Marcel Proust no solo se valora en términos de organización o enfoque temático, sino que puede atribuirse a relaciones propiamente dichas, pues Bergson se casó con la prima de Proust. El escritor fue un celoso seguidor de la obra de Bergson y relató cómo se prohibía a los curas católicos leer sus libros y frecuentar sus seminarios86. «El grueso de la obra de Proust es una exposición de la filosofía de Bergson», señaló un renombrado crítico literario87.
A Bergson, se le suele recordar como un reaccionario, aunque los principales responsables de este cargo poseían opiniones políticas extremistas: el escritor radical francés Julien Benda y el autor fascista Charles Maurras. Estos extremistas eran como la noche y el día, pero les unía su odio hacia Bergson. Maurras pertenecía a la extrema derecha católica y Benda era un intelectual judío de la izquierda anticlerical. Era «lo que unía a Benda y Maurras, dos personas que, por lo demás, chocaban diametralmente» y respaldaban dos visiones políticas opuestas88.
Sabemos que Einstein fue víctima de ataques constantes por ser judío y algunos autores han especulado que el propio ataque de Bergson encaja con este tipo de acometidas genéricas fascistas. Pero Bergson también fue atacado por este mismo motivo89. El Action française, un foro racista de derechas, se opuso a su candidatura para la Academia Francesa solo por su origen. El antisemita Maurras tachó a Bergson de maestro de «la Francia judía», un «meteco [métèque]» al que había que combatir por esa simple razón90. Cuando se presentó la candidatura de Bergson en 1914, Maurras lo achacó a un «complot judío para colocar a Bergson en la Académie»91. De modo similar, otro escritor afirmó: «Todo Israel tiene sus ojos clavados en esta elección, considerada por esta raza enemiga nuestra como un episodio importante de la guerra francojudía»92.
Tras los ataques vertidos por la derecha católica, Bergson recibió los de la izquierda judía. Benda acusó a Bergson de no pertenecer a la corriente ideológica judía «adecuada». Según él, por lo común había dos tipos de judíos: los hebreos que veneraban a Yahvé y cuyo líder moderno era Spinoza; y los «hedonistas» cartagineses, que veneraban a Belfegor y cuyo líder moderno era Bergson93. La inquina de Benda era tal que, presuntamente, una vez afirmó que habría «matado de buen grado a Bergson»94 si hubiera sido la única forma de quebrar su influencia. Léon Daudet, un periodista y amigo del alma del antisemita Maurras, se refirió despectivamente a Bergson como «pequeño judío ornamentado»95.
No solo se atacó a Bergson por ser judío o por no ser un judío «de bien», sino que se le acusó de propagandista del catolicismo. En una ocasión afirmó que sus reflexiones le habían ido acercando más y más al catolicismo, que consideraba «la culminación absoluta del judaísmo»96. Sí es cierto que tuvo un entierro católico y que llegó a sopesar el bautizo. Sin embargo, hemos de reconsiderar su asociación habitual al catolicismo. Bergson se sentía atraído sobre todo por el misticismo cristiano, en especial el que representaban Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. La Iglesia católica solía ver con recelo el misticismo. Era un movimiento que a veces formaba parte del catolicismo, pero era mucho más amplio y podía suponer una amenaza grave para la propia Iglesia. Aquello que más fascinaba a Bergson eran los místicos que se solían considerar más radicales y que la Iglesia católica había condenado, como Jeanne Guyon. El misticismo precristiano también le llamaba la atención97. Se le añadió oficialmente al Índice de Libros Prohibidos en junio de 1914.
Era habitual describir y recordar a Bergson como alguien que despreciaba la ciencia y que sentía un odio irracional por los hechos científicos, una impresión que Einstein trató de inculcar activamente. En el prefacio de Duración y simultaneidad, tuvo cuidado de declarar que no se opondría a ningún hecho observado: «Cogemos las fórmulas […] término a término y averiguamos a qué realidad concreta, a qué cosa percibida o perceptible, corresponde cada uno»98. Bergson quería dar más peso a los experimentos y las matemáticas, no quitárselo. Quería regresar a los resultados del experimento de Michelson-Morley, capital para los debates sobre la teoría de la relatividad99. Impugnó la acusación de antiintelectualismo y tildó su proyecto filosófico textualmente de «supraintelectual».
El filósofo puso la proa a subrayar que no tenía nada contra Einstein como persona y que no se oponía al cariz físico de la teoría de Einstein. Así apartó su postura de los ataques racistas y nacionalistas con que se topó Einstein en Alemania. Solo puso en cuestión ciertas extensiones filosóficas de la relatividad. «La física podía ayudar a la filosofía abandonando ciertas expresiones que la inducían al error y que se arriesgan a confundir a los propios físicos sobre el significado metafísico de sus opiniones»100. Estas expresiones confusas, argumentaba, provenían de personas como Einstein, que querían «transformar esta física, telle quelle, en filosofía»101. Bergson abanderó la cruzada contra lo que se veía como una invasión de la física en tierra de la filosofía, una lucha que imantó enseguida a jóvenes reclutas.
Bergson recalcó que determinar el tiempo era una operación compleja. «Para conocer el tiempo», no bastaba con leer un número (la hora) que da un instrumento (el reloj). Había que evaluar el significado general de ese momento. El significado amplio de ciertos sucesos explicaba por qué los relojes «funcionan», por qué se «fabrican» y por qué la gente los «compra». Pero durante aquellos años Einstein no tenía mucho interés en estas cuestiones, pues creía que el tiempo era lo que medían los relojes o no era nada en absoluto. En su mente no cabía la idea de explorar los motivos por los que los relojes podrían haberse inventado siquiera. El caso de Bergson era justo el contrario. Él quería saber qué nos impelía a vivir una existencia condicionada por los relojes y descubrir cómo romper las cadenas: «El tiempo para mí es el que es más real y necesario; es la condición fundamental de la acción: ¿Pero qué estoy diciendo? Es la acción en sí misma»102.
Al principio de su carrera, Einstein era muy modesto respecto de sus conocimientos filosóficos. De hecho, declinó una oferta para ser coeditor jefe de Annalen der Philosophie debido a su limitado conocimiento en ese campo. También era reticente a publicar artículos en revistas de filosofía, aunque se lo pidieran. En 1919 se describió a sí mismo como alguien «demasiado poco versado en filosofía», como un mero «receptor pasivo» de ella103. Pero al enfrentarse a Bergson, su modestia brilló por su ausencia.
Aunque a menudo se les catalogaba en categorías opuestas (como el mecanicismo versus el vitalismo y la objetividad versus la subjetividad), ninguna de estas dicotomías hace justicia a las complejidades de la obra de ambos individuos. En los debates vertebrados en torno a grandes divisiones, Bergson se negaba siempre a tomar partido porque consideraba que su filosofía se basaba en explicar conexiones104. En especial, siempre se negaba a tomar aquel partido del que se le acusaba a menudo, el del espiritualismo. Su interés era claro: exponer «el punto de contacto entre la conciencia y las cosas, entre el cuerpo y el espíritu»105. Einstein también hizo comentarios frecuentes que hacen que sea imposible confinarlo a posturas específicas. Cuando empezó a acumular apoyos a su trabajo, las opiniones personales del físico sobre su obra previa y sobre la ciencia en general cambiaron. Se volvió más reservado acerca de cómo conciliaba con otras formas de conocimiento. Al final de su vida, el físico ponía el vocablo «verdad» entre comillas, dado que lo veía limitado y ceñido por «sistemas conceptuales» (Begriffsystem) mucho más amplios. Según su explicación, la «“verdad” científica» solo era diferente de la «fantasía vacua» en grado, pero no en esencia. Simplemente diferían en la cantidad de certeza que podían lograr106.