en agua de borrajas. De indudable atractivo, como adolescente rompió corazones, tuvo una hija fuera del matrimonio (que casi con toda probabilidad fue dada en adopción), fue acusado de adulterio por su primera esposa, se enfrascó en una larga batalla legal por el divorcio y la pensión y, entre tanto, acumuló unos cuantos deslices amorosos. Einstein estuvo cerca de la bancarrota varias veces y le costó reunir el dinero para mantener a dos familias. Durante su estancia parisina consiguió ahorrar «un trozo de jabón bueno y un tubo de pasta de dientes» para dárselos generosamente a su mujer, que se había quedado en casa42. Le azoró descubrir que enviar una sola carta costaba «diecisiete marcos» y que tendría que usar el correo con moderación. «En vista de esto —explicó a su esposa—, no voy a escribir muy a menudo»43.
Bergson fue un ejemplo en su vida privada: adoraba a su hija, que nació con sordera y acabó convirtiéndose en una hábil artista, y los amigos cercanos dicen que su matrimonio fue de «felicidad ininterrumpida»44. Era una persona pudiente y llevaba la vida tranquila de un acomodado profesor universitario. Según dijo un estudiante, era la «imagen de la sobriedad», alguien que al encontrarse «un cúmulo de platos conformando un banquete», prefería tomar «un bollo y un vaso de leche»45. «Logrando una consonancia entre hábitat y teoría como pocos filósofos aciertan a conseguir, reside en la rue Vital», explicaba un coetáneo suyo46. Mientras que Bergson loaba las virtudes del vegetarianismo, Einstein esperaba como el santo advenimiento los deliciosos chicharrones de oca que le enviaba su segunda esposa por correo. Durante unos años, de 1902 a 1915, Bergson vivió en una mansión situada en un bonito paseo (en Villa Montmorency, 18 avenue des Tilleuls), cultivando rosas y cuidando de dos gatos47. En cambio, el actor Charlie Chaplin, que visitó el hogar de Einstein en Berlín, pensó que «se podría encontrar el mismo piso en el Bronx»48. Si echamos un vistazo al interior de sus respectivas casas, la vivienda de Bergson estaba decorada con «varios dibujos de su hija sordomuda, que tenía talento y había dado clases con Rodin». George Oprescu, un historiador del arte que los conocía a los dos, comparó su dispar estilo decorativo: «Einstein, en sus humildes dependencias de Berlín, tampoco tenía ninguna obra de arte, pero recuerdo la mirada de agradecimiento que me brindó cuando le ofrecí unas litografías de Daumier, que en París podían comprarse por unos pocos francos»49.
Igual que con las matrioshkas, las diferencias entre ellos eran perfectamente claras desde todas las perspectivas, de la más íntima a la más pública. ¿Las diferencias entre Einstein y Bergson eran principalmente culturales, personales, políticas e ideológicas?50 Las diferencias psicológicas, intelectuales, sociales, institucionales, políticas y nacionales demostraron ser un caldo de cultivo ideal para un conflicto en auge. Sin embargo, los contornos de este conflicto creciente eran sorprendentemente parecidos cuando se analizaban desde cierto ángulo: Einstein y Bergson discrepaban en sus opiniones sobre la naturaleza del tiempo y el poder de la ciencia para revelarla. Los debates y las referencias al tiempo aparecieron por todas partes, desde los lugares más privados a los más públicos, desde los más científicos a los más políticos y filosóficos, desde los más profundos a los más informales. En cada ocasión, Einstein y Bergson disentían.
TIEMPO, CON TE MAYÚSCULA
En el prefacio de la segunda edición de Duración y simultaneidad, Bergson escribió «Tiempo» en mayúscula. Con ello, indicaba a sus lectores que estaba incluyendo algo más grande en el concepto que si se hubiera referido simplemente al «tiempo» con minúscula51. El resto del libro aclaraba que no se estaba refiriendo a la misma categoría usada por los físicos. Durante años, él y sus alumnos habían estado intentando separar su concepto del Tiempo del de los demás. Para ellos, el «Tiempo» englobaba facetas del universo que nunca se podrían reflejar del todo con instrumentos (como relojes o dispositivos de grabación) ni fórmulas matemáticas. Para Bergson, no había nada más aborrecible que confundir el tiempo de reloj con el tiempo en general, así como juzgar uno con los criterios del otro. Pero estas diferencias eran sutiles y muchos lectores decididos a evaluar el argumento de Bergson ignoraban estas distinciones.
La mayoría de las interpretaciones del debate entre ambos recalcan que Bergson cometió un error en Duración y simultaneidad porque no entendió del todo la física de la relatividad. Se suele citar una premisa del libro como la principal culpable: que el tiempo no se altera en función de la velocidad de un sistema. En el prefacio de su segunda edición, Bergson explicó que el mensaje central del libro era «demostrar explícitamente que, en lo tocante al Tiempo, no existe diferencia entre un sistema en movimiento y un sistema en traslado uniforme»52. En otro fragmento del libro, declara categóricamente que si un reloj viaja casi a la velocidad de la luz y luego se compara con un reloj estático, «no exhibe una demora cuando se encuentra con el reloj real [estático], al regresar»53. Esta proposición, a primera vista y por sí sola, chocaba de frente con el concepto de la «dilatación del tiempo» de la teoría de la relatividad. Debido a esta hipótesis particular, muchos lectores subrayaron que Bergson «no era lo bastante versado con el punto de vista y los problemas de las matemáticas y la física»54. Comentaristas posteriores citaron la observación de Bergson de que «al volver [a la Tierra] [el reloj] marcará la misma hora que el otro» como prueba de que no había entendido en absoluto la relatividad55. Esta sola afirmación sobre el retraso del reloj ha bastado para que la mayoría de los científicos y algunos filósofos le desacrediten56.
¿Qué era exactamente lo que Bergson no aceptaba de la relatividad? En una nota al pie del cuerpo del texto, explica que acepta de pleno «la invariancia de las ecuaciones electromagnéticas»57. En otro fragmento, confirma que sus dudas no atañen en absoluto a ningún resultado o conclusión técnicos. Ninguna tiene que ver con la física: «La teoría se estudió con el afán de responder a una pregunta formulada por un filósofo, ya no por un físico». «La física —añadía— no tenía la responsabilidad de contestar a esa pregunta»58. No había que interpretar literalmente su afirmación de que no había diferencia alguna en el Tiempo de un sistema en movimiento y otro estático. «Es solo una forma de hablar» para poder llegar «al fondo de la cuestión», se excusó ante el científico Hendrik Lorentz59.
A pesar de las protestas de Bergson, la mayor parte del público instruido dedujo que había cometido un error de bulto durante su debate con Einstein y en sus subsiguientes publicaciones sobre la teoría de la relatividad: «Estos intentos [de Bergson] […] han fracasado por completo: la ciencia, en este asunto, ha pasado a ser pura y simplemente el orden del día»60. En los sesenta, se daba ya por hecho que Bergson sencillamente no entendía la ciencia: «La mejor explicación para el monumental fracaso de Bergson como teórico científico es la misma que para su incapacidad para triunfar como metafísico: no era lo bastante versado en el punto de vista y los problemas de la física matemática»61. Incluso un escritor de los Annales Bergsoniens —una serie en curso dedicada exclusivamente a su filosofía— declaró que «Bergson no lo entendía [a Einstein]»62.
Aun así, en su cara a cara y en el libro siguiente Bergson recalcó repetidamente que no estaba impugnando ninguno de los postulados científicos de Einstein. Explicó con asiduidad que se refería al «Tiempo», algo diferente del «tiempo» de los físicos. A menudo elegía una palabra completamente distinta, duración, para realzar los aspectos del tiempo que le concernían. Entonces, ¿por qué se ha analizado tan a menudo el debate en clave del error de Bergson? Hay muchas razones que llevaron a la gente a pensar que Bergson se había equivocado. Las claves esenciales se esconden en los archivos, como en la correspondencia de Einstein. Allí supimos que el propio Einstein fue el primero en andar de coronilla para difundir esta opinión; que, en el fondo (como vemos en su diario y en la correspondencia posterior), él era más sabio.
DURACIÓN Y «ÉLAN VITAL»
¿Qué impulsaba a los alumnos de Bergson a llamarle «mago»? ¿Qué llevaba a los burgueses a enviar sirvientes para que les guardaran un asiento para sus conferencias? ¿Por qué le leían religiosamente presidentes y primeros ministros? ¿Por qué sus enemigos querían