inspiró cientos de respuestas de pensadores eminentes, concernientes al desacuerdo entre el físico y el filósofo. El libro fue tan polémico como exitoso. Casi una década después de su publicación, un escritor y lector ávido de la obra de ambos hombres seguía preguntándose: «¿El libro del más brillante de los filósofos contemporáneos aclara las ideas del más brillante de los científicos?»28. En 1936, menos de una década y media después de salir impreso, un reputado biólogo avisaba a los interesados de que les costaría encontrar un ejemplar de Duración y simultaneidad, dado que la última edición se había agotado29.
Actualmente, Einstein es alguien conocido y respetado; Bergson lo es mucho menos. Sin embargo, en el momento de su encuentro la situación era más bien la opuesta. Bergson era un intelectual y filósofo renombrado que por la mañana se codeaba con jefes de estado, por la tarde llenaba salas de conferencias y, por la noche, amenizaba a muchos con sus textos; Einstein acababa de saltar a la fama y aún estaba buscando su voz fuera de los círculos científicos.
Bergson y Einstein se vieron unas pocas veces más e intercambiaron un par de cartas. Einstein le envió a Bergson una postal cordial desde Río de Janeiro tras su encontronazo en París30. No volvieron a debatir jamás en público, sino que propagaron sus respectivas posturas en publicaciones y cartas a terceros. Algunas de estas cartas acabaron haciéndose públicas; otras permanecieron en manos privadas hasta que terminaron en archivos. En ellas podemos detectar casos claros de injurias proferidas a espaldas del otro. Una serie de destacados discípulos se agenciaron la tarea de finiquitar el debate en favor del hombre al que respaldaban. Cuando el debate acabó llegando al gran público pocas personas se mantuvieron neutrales.
Después de conocerse, Einstein recalcó que el filósofo simplemente no entendía la física de la relatividad, una acusación que abrazaba la mayoría de los prosélitos de Einstein y que Bergson negaba tajantemente. A la vista de estas acusaciones, Bergson revisó su argumento en tres apéndices —que añadió por separado a Duración y simultaneidad en la segunda edición— y en otro ensayo publicado en una revista especializada. La respuesta de Bergson se ha solido ignorar. Si la tenemos en consideración, podemos ver que su desacuerdo radicaba en mucho más que en meras discrepancias técnicas acerca de la teoría de la relatividad. Bergson no reconoció nunca la derrota. Según él, eran Einstein y sus interlocutores los que no lo entendían a él.
Antes de que los dos hombres se conocieran en persona, parecía casi imposible prever que pudiera nacer un conflicto tan encarnizado entre ellos, entre su visión científica y su filosofía. Hallamos ciertos síntomas de animosidad en Einstein en 1914, cuando escribió una carta a un amigo describiendo la filosofía de Bergson como «flácida» e indigna de ser leída, ni siquiera para mejorar su dominio del idioma francés31. Para Bergson, tenemos pruebas que revelan lo contrario: una fascinación inicial con Einstein y su teoría. Un amigo suyo recuerda que, al oír hablar de ella, el filósofo se lanzó a estudiar de pe a pa su teoría. En aquel momento, Bergson pensaba publicar solamente una «nota» sobre la teoría, con una valoración general positiva. Como admitió a un amigo: «Mostrará el concierto entre la relatividad y mis opiniones sobre el espacio y el tiempo espacial». Pero estas intenciones conciliadoras se desvanecieron enseguida. Se hizo patente que el concepto de la duración —una etiqueta que Bergson usaba para describir aspectos del tiempo que nunca se podrían plasmar cuantitativamente— tenía que «distinguirse»32.
En el Congreso de Filosofía de Oxford de 1921, se entregaron artículos sobre la filosofía de Bergson y la física de Einstein conjuntamente, sin problemas aparentes. ¿Qué pasó el 6 de abril para revertir esa situación?
Este libro versa sobre dos hombres y un día. Pero también trata de lo que esos dos hombres han acabado personificando. Para ser más precisos, trata sobre cómo esos hombres y sus adeptos llegaron a ser lo que fueron. Varios sucesos e interacciones particulares les moldearon tanto como ellos moldearon al mundo que les rodeaba. Después de debatir durante casi un siglo mediante partidarios y detractores, ahora podemos buscar una tercera vía: entender las dos posturas, su aparición y su contexto.
UNA REVOLUCIÓN CONTRA BERGSON
La fama de Einstein le precede; es un hombre comparado a menudo con Newton y Colón. Al publicar «el que tal vez sea el artículo científico más famoso de la historia», inició una revolución equiparable a la de Copérnico33. En 1919, una expedición enviada a observar un eclipse catapultó a la fama internacional al controvertido científico. En parte, su posición categórica a favor del pacifismo y del antinacionalismo hizo que Einstein, un científico nacido en Alemania, fuera respaldado por muchos miembros de países desangrados por la guerra y fuera admirado por las personas que criticaban el peligroso auge del nacionalismo alemán. Como lo expresó un científico de ese periodo, cuando se hablaba sobre el tiempo había que hablar de Einstein. Lo contrario sería como «no hablar del Sol al discutir sobre la luz diurna»34. Desde entonces, Einstein fue coronado como el hombre cuyo trabajo poseía «la percepción sensorial y los principios analíticos como fuentes de conocimiento», nada más y nada menos35. La teoría de la relatividad rompió con la física clásica en tres sentidos fundamentales: primero, redefinió los conceptos de tiempo y espacio propugnando que ya no eran universales; segundo, demostró que el tiempo y el espacio estaban íntimamente relacionados; y tercero, la teoría acabó con el concepto del éter, una sustancia que presuntamente llenaba el espacio vacío y que los científicos esperaban que otorgara un entorno estable tanto al universo como a sus teorías de mecánica clásica.
Juntas, estas tres perspectivas contribuyeron a generar un efecto nuevo sorprendente, la dilatación del tiempo, que galvanizó profundamente a científicos y personas de a pie. En términos coloquiales, los científicos describieron el fenómeno diciendo que el tiempo se ralentizaba a altas velocidades y que, por si fuera poco, se detenía completamente a velocidades infinitas. Si se pusieran dos relojes a la misma hora y uno de ellos se separara desplazándose a una velocidad constante, marcarían horas diferentes en función de sus velocidades respectivas. Aunque los observadores que viajaran con sendos relojes no podrían detectar ningún cambio en su propio organismo, uno de ellos sería más lento que el otro. Los investigadores descubrieron una diferencia pasmosa entre el «tiempo1» medido por el reloj estático y el «tiempo2» medido por el reloj en movimiento. ¿Cuál de ellos era el tiempo auténtico? Según Einstein, ambos. Es decir, todos los marcos de referencia debían tratarse como iguales. Ambas cantidades aludían igualmente al tiempo. ¿Einstein había encontrado un modo de detenerlo?
Bergson no las tenía todas consigo. Afirmó que las magníficas conclusiones de la teoría del físico no distaban mucho de las búsquedas fantásticas de la fuente de la juventud, concluyendo: «Tendremos que encontrar otra forma para no envejecer»36.
Para los científicos que defendían la relatividad, había que sublimar nuestra concepción habitual de la «simultaneidad»: dos sucesos que parecían ocurrir simultáneamente para un observador no tenían por qué ser simultáneos para otro. Este efecto estaba conectado con otros aspectos de la teoría: que la velocidad de la luz (en el vacío y sin campo gravitatorio) era constante37. Podía aumentarse sucesivamente la velocidad de la mayor parte de los objetos físicos montándolos sobre otros objetos que viajaban a gran velocidad. Por ejemplo, un tren que viajara a una cierta velocidad podía circular más rápido colocándose encima de otro tren veloz. Si el primer tren podía circular a unos 80 kms/h, el que llevaba encima iría a ciento sesenta, el siguiente a doscientos cuarenta, etc. Pero con las ondas de luz, no. Según los postulados de la relatividad especial de Einstein, la velocidad de la luz no solo era constante, sino que era insuperable. Este simple hecho hizo que los científicos abandonaran el concepto de simultaneidad absoluta y les abrió la puerta a un sinfín de otros efectos paradójicos, incluyendo la dilatación del tiempo.
Como sucede con Einstein, la fama de Bergson también le precede38. Se le comparó con Sócrates, Copérnico, Kant, Simón Bolívar e incluso con Don Juan39. El filósofo John Dewey, conocido como uno de los máximos exponentes del pragmatismo norteamericano, aseguró que, «después del profesor