Jimena Canales

El físico y el filósofo


Скачать книгу

filosofía era un antídoto contra la comprensión matemática y estática del universo, cuya rigidez era objeto común de desprecio, asociada como estaba al racionalismo vacío y los excesos violentos de la Revolución francesa. Corregía el optimismo ingenuo de algunos representantes de la Ilustración, como el marqués de Condorcet (que, irónicamente, decidió suicidarse después de redactar un tratado sobre el progreso) y Jean-Jacques Rousseau, cuyas ilustres descripciones de los «buenos salvajes» simplemente no concordaban con las reyertas imperiales en los albores del siglo XX. Era tan profunda como la religión, aunque liberada del control de una Iglesia frecuentemente reaccionaria, antimoderna y cada vez más distanciada del mundo. Representaba una nueva espiritualidad basada en unos principios éticos nuevos y no dogmáticos. En vez de ofrecer una filosofía que negaba la existencia de Dios, proporcionaba una en que apenas se mencionaba a Cristo (y cuando se le nombraba, era en compañía de otras figuras religiosas). Notoriamente aconfesional, fue adoptada en gran medida por ciudadanos que seguían siendo bautizados, confirmados, unidos en matrimonio y enterrados por párrocos; por ciudadanos que iban a misa los domingos y que ayunaban durante la Cuaresma, pero que preferían leer a Bergson en vez de la Biblia.

      En todo lo que ofrecía no solo había explicaciones útiles sobre la naturaleza del tiempo, sino tratados íntegros consagrados a las preocupaciones más imperiosas de los representantes de carne y hueso del nuevo siglo, asuntos que eludían la fría lógica de la ciencia y el estéril academicismo filosófico de las universidades. Bergson era el filósofo por antonomasia de los recuerdos, los sueños y el humor75.

      EL ASCENSO Y LA CAÍDA

      Pero si fue tan sumamente famoso, ¿por qué Bergson es mucho menos conocido actualmente? La entrada de «Tiempo» en la Stanford Encyclopedia of Philosophy (2010) ni siquiera le menciona. Muchas veces, los expertos interesados en este tema recurren a autores menos controvertidos, como John McTaggart, que fueron mucho menos importantes durante esos años76.

      ¿Cómo se pudo borrar de la historia una figura que había sido tan prominente? La muerte de Bergson el 3 de enero de 1941 fue en particular sobrecogedora porque el mundo ya le había dado por muerto77. El debate con Einstein precipitó su vertiginosa caída. El filósofo había alcanzado la cúspide de su popularidad cuando tenía casi cincuenta años. Pero esta popularidad le abandonó tan pronto como le había llegado. Einstein, en cambio, siguió siendo un perfecto desconocido para el gran público hasta que llegó a la cuarentena, pero pudo conservar su condición de icono hasta después de morir.

      La controversia afectó a la percepción y al recuerdo de ambos hombres. Einstein solía retratarse como una figura inquebrantable que luchó contra la intuición y que albergaba opiniones muy sólidas acerca del poder de la ciencia como medio privilegiado para averiguar la verdad sobre el mundo. En parte, el desarrollo y el resultado de su debate con Bergson nos suelen llevar a pensar que la teoría de la relatividad fue probada empíricamente de forma irrefutable: «Los experimentos han fallado a favor de la concepción de Einstein», explicó Hans Reichenbach, uno de los defensores más acérrimos de Einstein y, hemos de recordar, un enemigo declarado de Bergson78. A la luz de la relación personal de Reichenbach con Einstein y el concepto negativo que tenía de Bergson, podemos ver lo tendenciosa que era su formulación.

      La primera vez que Einstein desarrolló su teoría en 1905 fue criticado a menudo por carecer de pruebas empíricas. Einstein continuó esmerándose mucho en ella, desarrollando una teoría más sólida, conocida como la teoría general79. Explicó con mayor claridad algunas de sus hipótesis previas, como las relativas a «la constancia de la velocidad de la luz» (aproximadamente 300.000 km/s) y a la velocidad «infinitamente grande», dos premisas que parecían contradecirse. Luego reclasificó su obra anterior como parte de la teoría «especial», que —para gran sorpresa suya— seguía siendo completamente válida con el nuevo marco de referencia. La teoría más «general» ensanchó su radio de acción, sus aplicaciones y la cantidad de comprobaciones experimentales.

      El número de experimentos que han demostrado sin asomo de duda la validez de la teoría de Einstein se han ido multiplicando. En 1972 se produjo una confirmación aplastante de la teoría: los científicos hicieron dar la vuelta al mundo a un reloj atómico en dirección este y lo compararon con otro transportado en dirección oeste. El primero perdió cincuenta y nueve nanosegundos, mientras que el otro ganó doscientos setenta y tres80. Otros experimentos con muones de rayos cósmicos (partículas que penetran en la atmósfera terrestre procedentes del espacio exterior) demostraron que su esperanza de vida antes de descomponerse había aumentado notablemente. Los científicos achacaron la vida prolongada de las partículas a los efectos de la dilatación temporal producidos por viajar a velocidades próximas a la de la luz.

      A la vista de esta sólida prueba experimental, ¿podemos concluir que Bergson simplemente no podía objetar… y sanseacabó? Para Bergson, lo más importante que había encima de la mesa no cuestionaba en absoluto la validez de la teoría de Einstein; concernía a la relación de la ciencia con la metafísica y a la relación de la ciencia con los experimentos en líneas generales. ¿Cómo se relacionan los conceptos científicos abstractos, como la variable t del tiempo en las ecuaciones de relatividad, con hechos experimentales concretos? ¿Hay otras teorías que puedan explicar esos mismos hechos? ¿Qué conexión existe entre la ciencia teórica (con sus leyes universales) y el trabajo experimental, las cosas concretas y los contextos locales? Estas preguntas, aducía, no se podían dejar de lado.

      Siguiendo el debate y su resolución podemos entender por qué Einstein se alzó como el hombre que distinguió la ciencia de la metafísica y por qué se consideraba un científico profano, aunque fuera profundamente espiritual. Einstein dijo en múltiples ocasiones que creía en Dios, aunque era una deidad que no se entrometía directamente en los asuntos humanos. El físico acostumbraba a insertar referencias a la religión en debates científicos, como cuando profirió su famosa exclamación contra la mecánica cuántica: «Dios no juega a los dados con el universo». Una vez, un amigo suyo recordó: «En muchas ocasiones, cuando una nueva teoría le parecía forzada, [Einstein] señalaba que “Dios no hace cosas así”»81. Cuando el poeta Paul Valéry, que en su día había hecho de nexo entre Einstein y Bergson, le preguntó qué prueba podía presentar a favor de la unidad de la naturaleza, Einstein contestó que consideraba esta unidad «un acto de fe»82.

      Aunque ahora recordamos a Einstein como un revolucionario que destronó teorías previas, a muchos observadores coetáneos les parecía que la teoría de la relatividad tenía más semejanzas que diferencias con la física clásica, como la ciencia de Newton o la filosofía de Descartes83. El propio Bergson propagó la idea de que Einstein era un conservador, más que un revolucionario. A menudo se le acusó de haber introducido la cuestión del «relativismo» en la ciencia y el conocimiento en general. Con todo, él se oponía directamente a cualquier descripción genérica de su teoría, uniéndola a otras formas de «relativismo» artístico o cultural. Bergson, en cambio, no tenía reparos en ensalzar las virtudes de concebir el mundo como una red de relaciones cambiantes y criticó a Einstein por producir una teoría basada en conceptos absolutos.

      Si bien solemos recordar a Einstein como un pacifista, tendemos a olvidar que no apoyaba la Sociedad de las Naciones y que renunció a su pacifismo una vez los nazis se alzaron con el poder. La famosa carta de 1939 que le envió al presidente Roosevelt, instándole a respaldar la investigación de armas nucleares, fue escrita solo un mes después de que el físico dimitiera del CIC, una institución de la Sociedad de las Naciones que había encabezado Bergson y que abogaba por una política completamente diferente respecto al control de armamento. Bergson, a quien se acusó de belicista durante la Gran Guerra, promovió el control armamentístico y la diplomacia durante el resto de su vida.

      Tal vez nuestro mayor error con Einstein es asociarle tanto con el desarrollo de la bomba atómica. Esta vinculación quedó incrustada en el imaginario colectivo tras aparecer en la portada de la revista Time, en julio de 1946, con una nube en forma de seta en el fondo y la inscripción de la ilustre ecuación «E = mc2». Pero Einstein nunca trabajó en el proyecto Manhattan. Para comprender