Juan Gualberto Godoy

Narrativa completa. Juan Godoy


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a Juan Godoy y la Generación del 38».

      6 «Breve ensayo sobre el Roto», Revista Atenea CLXIII, Concepción, enero de 1939.

      7 Jorge Jobet, «Algo sobre Sangre de Murciélago, otra novela» de Juan Godoy». Prólogo a El impedido, 1968.

      8 Pablo García, Atenea. Julio - Agosto 1949.

       Testimonios

      Sensibles al anuncio de la reedición de la obra narrativa de Juan Godoy, varios ex alumnos suyos o personas que lo trataron, personalidades de las artes, la literatura o la enseñanza superior, han querido asociarse a este evento a través de testimonios personales sobre la obra y la persona del fundador del angurrientismo.

       Jorge Guzmán

      Fui su alumno en el Instituto Nacional, junto con León Schidlowsky (Premio Nacional de Música), Guillermo Núñez (Premio Nacional de Artes Plásticas) y Eduardo Martínez Bonati (pintor de reconocimiento mundial). Creo que los cuatro le debemos mucho a las clases de Juan, pero su mayor deudor soy yo. Empecé a escribir bajo la influencia de la lectura de su novela Angurrientos. Me pareció deslumbrante que el lenguaje pudiera ser usado de esa manera. Creo que es uno de los hombres más inteligentes y cultos que haya conocido nunca. Recuerdo aún hoy la conferencia que nos dio (hace más de medio siglo) cuando le preguntamos qué era la dialéctica. Sus clases eran inspiradoras, por decir lo menos, además de muy informativas y formativas. Tenía una espontaneidad ejemplar; en una de sus clases un alumno puso a funcionar un giróscopo de juguete, que ocultó cuando Juan lo increpó y hubo de mostrarlo cuando se lo ordenó con voz muy amenazadora, y luego lo puso a funcionar; el maestro miró bailar el aparato en la punta de un lápiz y dijo alegremente: «¡Qué bonito! Yo soy un hombre que no tuvo infancia. Hágalo girar de nuevo, por favor».

      Jorge Guzmán (1930), narrador y académico vinculado a la Universidad de Chile, luego de cursar la secundaria en el Instituto Nacional, donde participó en la Academia de Letras del plantel. Ingresó luego a estudiar Pedagogía en Castellano en la Universidad de Chile y más tarde realizó un doctorado en Filología Románica en la Universidad de Iowa, Estados Unidos. Guzmán ha sido merecedor de importantes distinciones: Premio «Academia», el Premio Municipal de Literatura, el del Consejo del Libro, el Municipal de Novela y el Jaén de Literatura (España), entre otros. La obra de Guzmán comporta textos teóricos y literarios. Entre los primeros, ensayos como Diferencias latinoamericanas: Mistral, Carpentier, García Márquez, Puig (1984), y Contra el secreto profesional: lectura mestiza de César Vallejo (1991). Constituyen su obra narrativa cuentos y novelas como Job Boj (1967), Ay mama Inés (1993), La ley del gallinero (1999), Cuando florece la higuera (2003), Deus Machi (2010) y Cuerpos (2014).

       Guillermo Núñez

      Si dejamos de lado, y olvidamos la escondida intención de herir a su maestro, la opinión de Herder sobre Kant, podemos utilizarla para, agradecidos y ahora salida desde el corazón, manifestar nuestra estima y afecto a nuestro antiguo maestro Juan Godoy:

      «Nada digno de ser sabido le era indiferente. Cuando se trataba de extender e iluminar la verdad, ninguna intriga, ninguna secta, ningún prejuicio, ningún afán por adquirir renombre lo afectaba. Excitaba y forzaba agradablemente a que cada uno pensara por sí mismo: el despotismo era extraño a su espíritu. Este hombre que menciono con el más grande respeto y reconocimiento, es Immanuel Kant». Para mí, también se llama Juan Godoy, el escritor, el maestro querido.

      Juan Godoy les dio alas a nuestras ansias de ir más lejos que nuestro cotidiano escolar en el Instituto Nacional. Juan Godoy, prosista refinado, culto a más no poder, supo guiar nuestros balbuceos por descubrir la belleza, adentrarnos en la poesía, el arte, la literatura.

      Buscó envenenarnos con la belleza según sus propias palabras.

      Estaré siempre agradecido de ese veneno que, para mí, ha sido agua lustral, bautismo, fermento, germen de todo lo que soy ahora: preguntarme, interrogarme siempre y saber mirar el mundo con ojos de niño asustado y curioso.

      Ahora echo de menos, me hace falta ese país que vivimos junto a él, el país que nos hicieron pedazos, el país en que vivió este fino y sabio amante de lo bello, la buena mesa, los libros y el vino a borbotones, como los poetas y maestros zen de la Antigüedad. Juan Godoy partió antes y no alcanzó a ver estas ruinas: supo coger la luna sin ahogarse.

      (Santiago de Chile, Febrero de 2018).

      Guillermo Núñez (1930), pintor, estudió en la Escuela de Teatro, y luego de la Escuela de Bellas Artes, en la Universidad de Chile, en donde fue alumno de Gregorio de la Fuente y de Pablo Burchard. Profundizó en París su formación artística en la Academia Grand Chaumiére y en la Biblioteca del Arsenal y de la Opera. En esta ciudad conoció a Roberto Matta, quien influiría en los inicios de su trabajo. Más tarde, se trasladó a Checoslovaquia, donde estudió grabado en la UMPRUM, Alta Escuela de Artes Aplicadas de Praga, en 1959. En 1971, ejerció como director del Museo de Arte Contemporáneo de Santiago. Víctima de la represión de parte de la dictadura militar, Núñez debió partir al exilio a Francia, donde residió durante doce años. Su obra ha circulado por museos y galerías de Cuba, Estados Unidos, Francia, Alemania y Suiza, entre otros países. Su extensa trayectoria fue reconocida en el año 2007 con el Premio Nacional de Artes Plásticas, galardón oficial que se suma a numerosas recompensas recibidas en Chile y el extranjero en los diversos campos de su creación.

       Grínor Rojo de la Rosa

      No fui alumno de Juan Godoy, pero lo escuché leer sus textos más de una vez, en la Academia de Letras Castellanas del Instituto Nacional. Yo era un mocoso de catorce o quince años, que había decidido ser escritor. Oír a don Juan leer «El gato de la maestranza» o algún capítulo de Sangre de murciélago fue para mí una revelación. El poder de sus imágenes y la riqueza eufónica de sus palabras me enseñaron de qué manera podía yo ser eso a lo cual aspiraba, en qué consistía en realidad lo de ser escritor. Más tarde leí todos sus libros y los admiré, pero me quedé con Angurrientos. No es esa una novela proletaria, como La sangre y la esperanza, de Nicomedes Guzmán, sino una novela subproletaria o, como dirían algunos hoy día, marginal o de la marginalidad. «Extramuros» se titula la sección que precede al relato, y esa palabra, puesta ahí, en el comienzo de la lectura, funciona como una advertencia respecto de la «zona de realidad» en la que estamos a punto de ingresar:

      Apenas se deja el Cementerio Católico, y se sigue el callejón de Recoleta abajo, por donde se va a Conchalí, ha ido creciendo el barrio más allá de la muerte. Por el lado del cementerio, del cual asoman las rechonchas estatuas de hombres graves, desenrollando pergaminos, o de ángeles rollizos entre los cipreses, nidos de presagios y guairaos, canturrean las sartenes su fritanga irremediable de los barrios pobres. Mujeres gruesas y despeinadas soplan las brasas, las mejillas sollamadas, y muestran la sierra gorda de sus senos pulposos. En la misma esquina, está el almácén ‘El hombre feliz’ donde beben su ‘litriao’ ‘pa pasar la grasa de los muertos’ los trabajadores del Cementerio Católico o los hombres hirsutos que suda la fábrica de calzado Ilharreborde, puesta detrás de los álamos que bordean el canal, cuyas aguas se tornan de sangre con los ácidos de la curtiembre9.

      En esa zona, «por el callejón de Recoleta abajo», como escribe Godoy, que en la época de Angurrientos (y que al parecer es contemporánea con la fecha de publicación de la novela, 1939) era todavía un área semirrural, donde alternaban los obreros del cementerio y los del calzado con las putas, los vagos citadinos, los carretoneros y los gañanes desplazados o en vías de desplazamiento desde el campo a la ciudad, planta el novelista el escenario de su relato. Entre el personal que mencioné más arriba, los héroes serán los galleros, una turba indefinible de machos