Victoria Dahl

Demasiado sexy


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horrorizó la dirección que había tomado su pensamiento. Se trataba de Charlie. Era una chica demasiado lista como para salir con un tipo como él, y demasiado buena como para utilizarla para satisfacer un ataque de lujuria. Pero, claramente, era mucho más fácil ser amigo suyo antes de que se hubiera hecho toda una mujer con tacones. Y que flirteaba. Con un brillo labial que hacía que su boca fuera carnosa, exuberante y…

      Alzó la vista, y se dio cuenta de que Nate lo estaba fulminando con la mirada por encima de la cabeza de Charlie. Walker se encogió de hombros con una expresión de inocencia, como si no supiera por qué estaba disgustado Nate. Sin embargo, su gesto no sirvió para aplacar a Nate. Y las cosas no mejoraron cuando ella se echó hacia atrás, apoyó su cadera contra él y le pasó un brazo por la cintura. Además, alzó la cabeza hasta que Walker se inclinó para acercar su oreja a ella.

      –¿Por qué me da la impresión de que mi primo quiere matarte? ¿Es que me estabas mirando el culo, Walker Pearce?

      –Eh… –murmuró él, y carraspeó–. Bueno, sí, puede ser que estuviera haciendo eso.

      –Puedes mirar. A mí también me parece un buen trasero. ¿Y a ti?

      –Yo… eh…

      –Vaya –dijo ella, e hizo un mohín–. ¿No te gusta? Pues a mí me parece que lo tengo bonito, redondo y firme.

      Oh, Dios. ¿Qué estaba haciendo Charlie? ¿Acaso no sabía las imágenes que podían conjurar aquellas palabras?

      –Demonios, Charlie…

      –¿Qué?

      –Ya está bien. Deja de tomarme el pelo. Tú no eres…

      Walker se quedó callado y respiró profundamente.

      –¿No soy qué?

      –No eres de esa clase de chicas.

      –¿De qué clase de chicas?

      Él se ruborizó y se ajustó el sombrero para poder pensar con más claridad.

      –Ya sabes. Tú siempre fuiste una chica lista. Nunca te metiste en líos con el resto de los chicos. Tú…

      –Y sigo siendo lista –respondió ella, hablándole tan cerca, que le rozó la oreja con los labios–. Pero ya no soy esa clase de chica. Ahora soy una mujer adulta. ¿Es que no te has dado cuenta?

      Sí, claro que sí. De hecho, su miembro estaba empezando a hincharse debido al cosquilleo que le habían producido sus palabras. Estaba claro que aquella no era la Charlie del instituto.

      –Es impresionante –murmuró.

      –¿El qué?

      –Tu trasero. Es precioso. Pero no puedo darte mi opinión sobre si es firme o no. Tal vez sea el trasero más firme de todo el condado, pero no podría saberlo solo mirando.

      Ella sonrió.

      –¿Es que no me crees? –le preguntó.

      Entonces, deslizó los dedos por su propia cadera, extendiéndolos un poco, como si fuera a probar la firmeza de su carne allí mismo.

      Walker no se atrevió a mirar hacia arriba. Nate tenía que estar viendo que Charlie se había acurrucado contra él. Y Walker sabía que no iba a poder disimular el ardor de sus ojos, y que no iba a poder ocultar su erección si aquello continuaba así. No podía dejar de imaginarse a Charlie desnuda, extendiendo la mano sobre su trasero y observándolo con una sonrisa, y preguntándole si le gustaba. Y él respondería apretándole el trasero con fuerza y posando su miembro en sus nalgas redondeadas mientras…

      –Dios… –dijo, y soltó una imprecación y una carcajada seca, mientras cabeceaba–. Te has vuelto muy cruel durante estos años, Charlie. Dios santo.

      Ella se encogió de hombros.

      –Puede que sea un poco cruel. Pero seguro que tú puedes soportarlo. Ya eres un chico grande.

      Y se estaba haciendo más y más grande a cada segundo, demonios. Pero no parecía que ella se diera cuenta. Empezó a sonar una canción de sus días de instituto, y Charlie se alejó de él bailando.

      –Rayleen, ¿se puede bailar aquí? –le preguntó.

      Rayleen se quitó el cigarrillo de la boca y señaló hacia las mesas.

      –Si encuentras sitio, adelante.

      –Umm… –Charlie se giró a mirarlo de arriba abajo, y negó con la cabeza–. No, creo que este es demasiado grande como para ser hábil.

      Rayleen se echó a reír con ganas.

      –En eso tienes razón. No creo que te sirva.

      –¡Eh! –protestó él.

      Pero Rayleen se echó a reír otra vez.

      –Mira qué cara, pobrecillo –chilló.

      Charlie cabeceó con lástima.

      –Es una pena. Voy a tener que buscarme otro compañero de baile.

      –Soy muy hábil –gruñó Walker–. Nunca he tenido quejas.

      Tenía que haberse dado cuenta de que la sonrisa de entusiasmo de Rayleen significaba que estaba a punto de causarle problemas, pero no fue lo suficientemente rápido como para contenerla.

      –No –dijo Rayleen, con malicia–. Tiene buenas críticas, como un hotel de lujo. Hay fotos en Internet, y todo.

      A Charlie se le iluminó la mirada.

      –¿Cómo?

      –Demonios, Rayleen, ¡eso no es verdad!

      Sin embargo, Rayleen no cedió, y le dijo a Charlie:

      –Sí, ya sabes, cuando los hombres se hacen una foto del…

      –¡Eso no es lo que sucedió! –gritó él. Entonces, se dio cuenta del volumen de su voz y se encogió–. Disculpa, Rayleen.

      Sin embargo, ella estaba riéndose a carcajadas y dando palmadas en la mesa, mientras Charlie los miraba a los dos alternativamente, con la boca abierta.

      –¿En serio? –preguntó, con un jadeo de asombro.

      –¡No, claro que no! No hay ninguna foto de esas mías en Internet. Ni en ningún otro sitio, que yo sepa.

      –Ah. Las cámaras de los móviles son incontrolables, ¿eh? –preguntó Charlie, tratando de mostrarse comprensiva, pero no pudo evitar echarse a reír.

      No, no había fotografías de su pene en ningún sitio, pero sí había un pequeño problema que…

      Rayleen se tapó la boca con la mano como si fuera a contar un secreto.

      –Alguien publicó una foto de su culo desnudo en Facebook.

      –Rayleen –gruñó él.

      –Tardé unos días en encontrarla, pero mereció la pena.

      Walker cerró los ojos para no ver la cara de horror y deleite de Charlie. Después, cabeceó.

      –¿Por qué tienes que contárselo a todo el mundo? Solo es la foto de un culo, por el amor de Dios.

      De nuevo, volvió a dar las gracias por estar acostumbrado a dormir boca abajo. Tenía que haberse dado cuenta de que aquella mujer le causaría problemas. Había empezado a enviarles mensajes de texto a sus amigas a los cinco segundos de tener un orgasmo.

      –Oh, Walker –le dijo Charlie, y le dio una palmadita en la mejilla. Él siguió sin abrir los ojos–. No has cambiado nada.

      Aunque le habría gustado contradecirla, no podía cambiar la realidad. Aquella mañana, se había despertado con lo mismo que tenía cuando Charlie se había marchado a la universidad: una camioneta, una espalda fuerte, unas buenas manos y la posibilidad de conseguir trabajo