Candace Camp

Entre el amor y la lealtad


Скачать книгу

alrededor había estado gris y la amenaza invisible, no había encontrado la vaguedad que solía haber en sus sueños. Había sido nítido y cristalinamente claro. Y los detalles no se habían esfumado de su memoria. Cada detalle, cada momento, seguía grabado en su mente.

      Sin embargo, lo más extraño había sido el final. En otras pesadillas, el sueño acababa antes de que empezara lo malo, fuera lo que fuera. Caía, pero no impactaba contra el suelo. Veía el cuchillo, pero no lo sentía hundirse en su cuerpo. Experimentaba el miedo, pero no sentía el dolor físico.

      Pero esa noche todo su cuerpo se había visto inundado de dolor. Recordaba los dedos agarrándole la pierna, las uñas clavándose. Se estremeció ante el recuerdo mientras se agachaba para frotarse la pantorrilla. Tenía la sensación de que había sucedido realmente. Lo cual, por supuesto, era ridículo. Se subió el camisón para convencerse a sí misma.

      Sobre la pálida piel de su pantorrilla se veían cinco pequeñas marcas, del tamaño y profundidad de unas uñas.

      Thisbe se quedó paralizada, contemplando los arañazos. Su mente bullía con terribles pensamientos. Pero solo duró un instante. Las ideas no solo le producían miedo, sino que eran imposibles. Debía haber una explicación lógica, siempre la había.

      Una mano hundiéndose en su piel en un sueño no podía crear una marca física verdadera. Al despertar no había habido nadie más en la habitación. Por tanto… se lo había hecho ella misma.

      ¡Eso era! En medio de la agonía de la vívida pesadilla, se había agarrado desesperadamente a algo, y lo único al alcance de su mano había sido su propia pierna. Había hundido las uñas con tal fuerza que le habían dejado marcas en la piel. Y eso explicaba también la sensación de dolor, lo había sentido porque era real. De repente todo tuvo sentido.

      Satisfecha, Thisbe sopló la vela y volvió a meterse en la cama.

      Capítulo 4

      Unos días después, Thisbe estaba sentada ante el espejo mientras Kyria le arreglaba el pelo, y preguntándose si no habría sido un error acceder al ofrecimiento de su hermana. El vestido era precioso, y acentuaba el color verde de sus ojos. Tal y como le había prometido Kyria, no había ni un solo volante, y la falda era más estrecha y menos voluminosa por delante, con lo cual no estaría tropezando con todo a su alrededor. Lo cierto era que, bueno, que estaba atractiva, pero no se sentía exactamente ella misma.

      En ese preciso instante desde luego su aspecto era el de una bruja, eso sí, una bruja muy bien vestida, mientras Kyria separaba su cabello en mechones y lo colocaba en distintos lugares de su cabeza, cada puñado de cabellos atado con una cinta.

      —¿Estás segura de que sabes hacer esto?

      —No te preocupes —Kyria la tranquilizó mientras retorcía uno de los mechones en un bonito moño sobre la cabeza—. Joan me ha enseñado.

      —Y lo ha practicado conmigo —intervino Olivia desde su atalaya en el borde de la cama—. Me quedó precioso… por lo menos hasta que empecé a jugar con Alex y con Con.

      —Ya me lo imagino —Thisbe soltó un bufido.

      —Alex tuvo que deshacerlo todo para ver cómo estaba hecho, y se sintió de lo más decepcionado al ver que yo no podía volver a peinármelo igual.

      —Eso mismo le pasó al reloj de pared del estudio de papá —añadió Kyria.

      —¡Thisbe! —una profunda voz masculina llegó desde la puerta—. ¡Por Dios santo! ¿En qué te ha metido Kyria esta vez?

      —Hola, Theo —bueno, pues esa era la gota que colmaba el vaso.

      Su mellizo. Por mucho que lo quisiera, estaba segura de que iba a empezar a gastarle bromas. O, peor aún, iba a adoptar su pose de hermano mayor a pesar de que, por cierto, no era su hermano mayor, ya que había llegado al mundo cuatro minutos después que ella.

      —¿Qué está pasando aquí? —preguntó Reed asomando la cabeza por la puerta.

      —¿Qué hacéis aquí? —preguntó Kyria irritada—. Es el día después de Navidad. ¿No tenéis ningún regalo que repartir?

      —Ya lo hemos hecho —contestó Theo.

      —Bueno, pues, ¿no tenéis ningún amigo a quien visitar? ¿Ningún ponche que beber?

      —Es un poco temprano para eso —Reed sonrió—. Además, ¿qué puede haber más agradable que pasar tiempo con nuestras dulces hermanitas?

      —Largaos. Los dos.

      —¿Por qué? ¿Qué estáis tramando? —insistió Theo.

      Era alto, con los mismos cabellos negros y ojos verdes que su hermana melliza. Apoyado descuidadamente contra el marco de la puerta, los brazos cruzados, les sonreía.

      —¿Qué le estás haciendo a Thisbe? ¿Estás enfadada con ella? —Reed entró en la habitación.

      Era la versión más joven, y menos musculosa, de su hermano mayor. Tenía los cabellos de color castaño oscuro y sus ojos eran grises, pero poseía la indiscutible barbilla Moreland y sus ojos llenos de inteligencia, marca de la casa y de todo el clan.

      —No, no estoy enfadada con Thisbe. Pero lo estaré con vosotros si no dejáis de molestarnos.

      —No estamos haciendo nada —señaló Theo.

      —Kyria está peinando a Thisbe —explicó Olivia.

      —Ya, pero ¿por qué? ¿Y por qué así?

      —Porque es un peinado bonito —Kyria se volvió hacia sus dos hermanos, las manos apoyadas en las caderas y un peligroso destello en su mirada.

      —Entiendo —contestó Theo con aspecto de no entender nada.

      —Bueno, será bonito cuando esté terminado, y lo estaría antes si no estuvierais aquí —Kyria retomó la tarea de trenzar y sujetar con horquillas el cabello de su hermana.

      —Pero ¿por qué? —insistieron Theo y Reed mientras se miraban con expresión de sospecha y Thisbe se preparaba para una andanada de preguntas.

      A través del espejo le dedicó una mirada suplicante a su hermana, pero fue Olivia quien la salvó.

      —Thisbe perdió una apuesta. Y, si ganaba Kyria, le permitiría elegirle el vestido y peinarla para la conferencia de Navidad a la que va a asistir.

      —¡Ah, bueno! —un desafío era algo que los dos hermanos se sentían capaces de entender.

      —Thisbe me acusó de no ser cultivada y dijo que no sería capaz de citar a todos los monarcas ingleses desde Guillermo el Conquistador, y yo le dije que era capaz de citarlos hacia atrás —añadió Kyria, participando en la fabulación—. Y lo hice —hábilmente retorció las trenzas y las fijó con horquillas, escondiendo la punta bajo el nudo—. ¡Ya está! ¿Lo ves? Ha quedado precioso.

      —Tienes razón. Es muy bonito. Estás impresionante, Thiz —le aseguró Theo.

      —Tampoco hacía falta que lo dijeras en ese tono de sorpresa —protestó ella mientras tomaba el espejo de mano que le ofrecía su hermana y giraba la cabeza para poder verse desde todos los ángulos.

      Su pelo estaba entretejido en un complicado despliegue de gruesas trenzas, todas retorcidas y conformando una elaborada composición que no parecía tener principio ni fin, y que resultaba tan delicado y suave que atraía las miradas sin que pareciera que llamaba la atención. No había lazos, ni adornos, ni rizos sueltos, solo un grueso y lustroso marco alrededor del rostro

      —Es precioso, Kyria. Me veo tan… tan…

      —¿Maravillosa? —sugirió su hermana.

      —Diferente —Thisbe se volvió hacia el espejo, inclinando la cabeza.

      —No seas tonta. Theo, dile que está diferente.