Candace Camp

Entre el amor y la lealtad


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de las pocas concesiones a la vanidad de la duquesa: se negaba a ponerse gafas para ver de cerca—. Nos desea a todos una feliz Navidad y, ahí está, lo sabía… se queja de haber estado sola en Bath durante las vacaciones —Emmeline hizo una mueca de desagrado y miró a su hija—. Como si yo la hubiese obligado a quedarse allí. La invité a reunirse con nosotros aquí. Gracias a Dios que no vino.

      —A la abuela siempre le ha gustado dramatizar. Estoy segura de que se lo ha pasado en grande con todos sus secuaces.

      —Pues claro que sí… ¡Maldita sea! —Emmeline contempló horrorizada la carta—. Ha cambiado de idea.

      —¿Va a venir? Yo creía que odiaba la ciudad.

      —Así es. Según ella, el aire es «insalubre». Bueno, para ser justa, eso no puede negarse. Pero ¡mira! —la duquesa agitó la carta delante de Thisbe—. Es peor. ¡Viene para la temporada de baile! Yo no la invité para toda la temporada.

      —Madre mía…

      —Está convencida de que Kyria no está siendo adecuadamente promocionada, dada mi «inexperiencia en actividades sociales». Como si lady Jeffries no fuese uno de los pilares de la alta sociedad, además de una generosa contribuyente a mi campaña contra el trabajo infantil. Fue muy considerado por parte de lady Jeffries ofrecerse, y Kyria la adora. Estoy segura de que está haciendo una labor de presentación de Kyria en la sociedad mucho mejor de lo que puede hacer la duquesa viuda, que, y escúchame bien, habrá ofendido a la mitad nada más llegar.

      —A Kyria no le va a gustar —concedió Thisbe—. Estoy segura de que la abuela pondrá pegas a todo lo que hace.

      —Claro que lo hará. A eso viene. Con la ventaja añadida de complicarme a mí la vida —añadió Emmeline sombríamente—. Yo me siento capaz de hacerle frente, pero tu pobre padre… esa mujer siempre logra disgustar a Henry. Si no es quejándose de su dejadez en sus deberes como duque para «jugar con sus jarrones», lo consigue comparándolo con su «bendito» padre, al que quiere mucho más ahora que está muerto que cuando vivía. Siempre encuentra la oportunidad de recordarle que se casó por debajo de sus posibilidades. Y eso siempre consigue enfurecer a tu padre, y ya sabes lo mucho que odia enfadarse.

      —El tío Bellard se largará en cuanto ella aparezca.

      —Sí. Seguramente permanecerá todo el tiempo encerrado en sus habitaciones. El pobre siente terror hacia esa mujer. No sé de qué la creerá capaz, no es más que su cuñada.

      —Creo que fue porque ella dijo que el tío Bellard estaba loco como una cabra y que debería ser encerrado en el ático.

      —Sí. Eso no fue nada amable por su parte, pero el tío Bellard debería saber que Henry jamás lo permitiría. Hasta el viejo duque lo habría impedido, por mucho que se quejara Cornelia. Henry está convencido de que su padre le seguía la corriente a ella porque era la única forma de que le dejara en paz —la duquesa suspiró—. Lo siento, querida. No debería criticar a tu abuela delante de ti. Ella os quieres a todos. A su manera.

      —Lo sé. Sobre todo a Theo. Reed y él podrán mantenerla apartada de papá durante un buen tiempo. Y los gemelos estarán felices de verla de nuevo.

      —Cierto —Emmeline rio por lo bajo—. Ella no es capaz de intimidarlos.

      —Pocas cosas lo consiguen. Ellos adoran todas esas cosas brillantes que se cuelga. Es a Olivia a quien le da miedo, con toda esa charla sobre que ha heredado el «don» de su abuela.

      —Sí, Olivia seguramente le hará compañía al tío Bellard en su habitación de lectura y batallas. Pero ya conoces a Livvy, le encantará hacerlo. Y así se asegurará de que el tío Bellard no se salte sus comidas.

      Thisbe subió las escaleras, parándose delante de la puerta de la habitación de su mellizo. Theo estaba sentado ante el pequeño escritorio de la esquina con un libro abierto, mientras escribía en una hoja de papel. Ella lo contempló durante un rato.

      Toda su vida, Theo había sido la persona más cercana a ella. No podía decirse que lo quisiera más que al resto de sus hermanos, pues cada uno de ellos era imprescindible en su vida. Pero tenía un vínculo adicional con Theo, un entendimiento y una consciencia que no requería de palabras. A pesar de lo diferentes que eran sus respectivos intereses, Thisbe siempre se sentía capaz de compartir con su hermano lo que sentía, y a él le sucedía lo mismo. Ella, por ejemplo, no sentía el menor deseo de viajar a Egipto, pero el año anterior, cuando Theo había ido, había sentido y participado de su ilusión. Y cuando fallaba algún experimento, podía contárselo a Theo y sabía que él sentiría una parte de su decepción.

      Pero de repente había un hombre nuevo abriéndose paso en su vida y, por primera vez, estaba ocultándole algo importante a su mellizo. Resultaba inquietante y no pudo evitar sentir cierta culpabilidad. Pero conocía bien a su hermano y, por mucho progresismo que su madre hubiera inculcado en todos sus hijos, el habitualmente amistoso y relajado Theo era muy protector con sus hermanas. Kyria había terminado por negarse a asistir a fiestas si sabía que su hermano estaría allí, fulminando con la mirada a todos sus pretendientes y haciéndoles innumerables preguntas incómodas. Thisbe sospechaba que su actitud sería aún más exagerada ante las intenciones de cualquier hombre hacia su hermana melliza. Sin duda querría conocer a Desmond, y lo último que ella quería era que Theo sometiese a ese pobre hombre a su interrogatorio.

      Theo levantó la mirada y la vio. Arrojó el lápiz a un lado, en absoluto molesto con la interrupción de su tarea, y se levantó.

      —Hola, Thiz. ¿Qué tal la conferencia?

      —Maravillosa —ella se acercó.

      —¿De qué trataba?

      —De las propiedades del carbono.

      —Vaya, vaya. Apasionante, desde luego —él hizo una mueca de desagrado.

      —Tengo otra noticia menos agradable aún. La abuela viene de visita.

      —¿Pronto? —preguntó Theo con recelo—. Puede que yo ya me haya ido.

      —No estás de suerte. Da la sensación de que tiene intención de venir pronto.

      —Y entonces tendré que acompañarla a la ópera —su hermano gruñó—. Y todo lo demás.

      —No hace falta que lo hagas.

      —¡Ja! Si no lo hago, se pondrá a hablar sin parar de mis deberes como heredero.

      —Es tu castigo por ser su favorito —espetó Thisbe.

      —Y porque soy el heredero. Ojalá pudieras serlo tú. Tienes cuatro minutos más que yo.

      —¿Quién, yo? No gracias. Es un aspecto en el que me alegra que no se permita la participación de la mujer. De todos modos se me daría fatal.

      —¿Y cómo te crees que se me va a dar a mí? —Theo frunció el ceño, aparentemente reflexionando sobre su destino—. Reed sería un duque excelente. Él debería ser el heredero del título.

      —Sospecho que, de todos modos, será él quien haga todo el trabajo —bromeó Thisbe, arrancándole una risa avergonzada a su hermano—. ¿Qué estabas haciendo? —preguntó mientras miraba hacia la mesa—. No me digas que escribías una carta.

      —No, por Dios —el disgusto de Theo por la escritura de cartas era legendario—. Estaba haciendo una lista con las cosas que debería llevarme a la expedición. Ya hemos fijado la fecha.

      —¿Por eso te has reunido hoy con ese hombre en el museo Cavendish?

      —Sí —él asintió, la ilusión reflejándose en la mirada—. Ha encontrado a alguien que hará de guía. Le ha costado muchísimo encontrar a alguien con conocimiento sobre el Amazonas. Partimos dentro de un mes.

      —¿Tan pronto? —Thisbe sintió una opresión en el corazón—. ¿Vas a marcharte en invierno?

      —Bueno, ya sabes que allí es al revés.

      —Sí,