Candace Camp

Entre el amor y la lealtad


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puso los ojos en blanco y Reed rio por lo bajo antes de decidirse a intervenir:

      —Será mejor que pares antes de hundirte más en el fango.

      —Pareces muy arreglada —concluyó Theo.

      —Elegante —declaró Reed—. Impresionante.

      —Mucho mejor así —Kyria asintió en un gesto de aprobación.

      —¿Quieres que…? Esto… —Theo dudaba si continuar o no—. ¿Quieres que te acompañe a la conferencia?

      —¡No! —gritó Thisbe antes de volverse hacia su mellizo y, al ver la expresión de su cara, empezar a reír—. No hace falta que pongas esa cara, como si estuvieras a punto de subir al patíbulo. Agradezco tu ofrecimiento, pero jamás te pediría tamaño sacrificio —su hermano era tan aficionado a la investigación como ella, pero sus intereses se centraban en el mundo de lo físico, no en el de la investigación científica.

      —Gracias —Theo sonrió—. Vamos, Reed, vamos a contarle a Coffey lo de la expedición. Puede que te animes a unirte a nosotros.

      Reed siguió a su hermano al pasillo antes de volverse hacia sus hermanas y sacudir la cabeza.

      —No lo haré.

      —¿Reed se está pensando lo de acompañar a Theo al Amazonas? —preguntó Olivia.

      —No —afirmó Kyria con rotundidad. De toda la familia era la más próxima a Reed, apenas dos años más joven que él y, al igual que él, tenía fama de ser la más «normal» de los Moreland—. Theo tendría que apartar a la fuerza a Reed de trabajar en ese problema en la fábrica de papá.

      —¿Esa fábrica que conserva porque allí conoció a mamá?

      —Sí. Solo a papá le podía parecer romántico que ella invadiera su despacho y le amenazara con encadenarse a la puerta —Kyria rio.

      —Lo que a mí me sorprende es que papá estuviera en la oficina.

      —Era joven. Supongo que intentaba asumir sus funciones como el nuevo duque —Kyria volvió a Thisbe hacia el espejo—. Volvamos a nuestro asunto —ella ladeó la cabeza—. Tienes que ponerte uno de mis sombreros. Los tuyos ocultarán mi obra. He elegido el perfecto.

      El sombrero «perfecto» resultó ser una pequeña pieza, poco más grande que un cazo, con un lazo verde y una espiga fijada en la parte delantera.

      —Es lo menos práctico que he visto en mi vida —Thisbe rio—. Es imposible que esto proteja tus ojos del sol o mantenga la cabeza caliente.

      —Pues claro que no. Los sombreros de Philippina son obras de arte.

      —¿Y cómo se mantiene sujeto sobre la cabeza?

      —Con alfileres de sombreros, querida —Kyria mostró dos largos alfileres de aspecto mortífero.

      —Por lo menos dispondré de un arma si me encuentro con alguno de los bandidos de Olivia.

      Kyria colocó el sombrero sobre la parte delantera de la cabeza de Thisbe para que se levantara de la parte trasera y rozara la elaborada hélice de cabello sobre la coronilla, y a su vez se inclinara sobre la frente. A continuación hundió los alfileres de sombrero profundamente en la masa de cabello trenzado y enrollado.

      —Encantador.

      —¡Desde luego que sí! —exclamó Olivia mientras saltaba de la cama para admirar a su hermana más de cerca—. Tu señor Harrison se va a quedar obnubilado.

      —Es muy bonito, Kyria. Gracias —dijo Thisbe, sus palabras cargadas de emoción. El minúsculo e inútil sombrerito era adorable, y el vestido y el peinado muy favorecedores.

      A pesar de lo cual, durante todo el trayecto hasta la sala de conferencias, no pudo evitar sentirse preocupada.

      —¿Y si la encontraba demasiado cambiada? ¿Demasiado adinerada? ¿Demasiado aristocrática? No estaba segura de qué aspecto tenía una aristócrata, pero quizás los demás sí lo supieran. O quizás Desmond asumiera que intentaba atraparlo. ¿Pensaría que le gustaba? ¿Creería que se sentía atraída hacia él?

      Lo cierto era que sí le gustaba, y también se sentía atraída hacia él, de modo que no existía ningún motivo racional para ocultarlo, ¿no? Parecía lo más razonable. Pero también estaba segura de que Kyria nunca permitía que los hombres que la cortejaban supieran si prefería a uno o a otro.

      Resultaba de lo más complicado. Thisbe no sabía casi nada de artimañas femeninas. Quizás debería haber prestado más atención a las lecciones de comportamiento de la señorita Crabtree en lugar de dedicarse a leer libros. Kyria parecía saber todas esas cosas sin necesidad de aprenderlas.

      Para cuando llegó a la sala de conferencias, el estómago de Thisbe estaba hecho un nudo. Hizo que el cochero la dejara a una manzana de la Royal Institution y caminó el resto del trayecto. Después de todas sus maquinaciones para ocultar el coche la última vez, sería una estupidez delatarse.

      Por supuesto era poco probable que Desmond llegara en ese preciso instante, o que estuviera esperando fuera, sobre todo siendo tan temprano. Thisbe había llegado media hora antes para poder estar ya acomodada en su asiento cuando él llegara. Era importante que Desmond pudiera elegir entre sentarse a su lado o no. También quería encontrar el sitio perfecto para que le resultara fácil llegar hasta ella, y debía guardarle un asiento, pero de manera que no resultara demasiado descarado. Quizás no fuera necesario, pero no le gustaba dejar ningún fleco suelto.

      No se encontró con él mientras se dirigía hacia el edificio, ni lo encontró esperándola fuera, y eso le produjo cierta decepción, aunque era muy consciente de lo ilógico que era. Entró al vestíbulo y echó un vistazo a la sala. Y allí estaba él. Había llegado incluso antes que ella. Había poco público y se dio cuenta de que Desmond había elegido uno de los asientos que habría elegido ella. También había echado el abrigo sobre el respaldo de la silla contigua, lo que le arrancó una sonrisa a pesar de los nervios que agarrotaban su estómago. De repente sintió una muy poco habitual timidez.

      Desmond se volvió, buscando por la sala y, cuando sus ojos se toparon con ella, se levantó sonriente de un salto. El gélido nudo del estómago de Thisbe desapareció al instante y ella le devolvió la sonrisa con el mismo entusiasmo. Al acercarse a él, vio claramente su mirada, que reflejaba todo lo que ella había esperado.

      Se quitó los guantes y le ofreció una mano, consciente de la necesidad que sentía de tocarlo.

      —Señor Harrison…

      —Señorita Moreland…

      La mano de Desmond era cálida y ligeramente rugosa. La miraba del mismo modo que los pretendientes de Kyria a su hermana, tal y como Thisbe había deseado que hiciera, pero había más, algo más profundo e intenso.

      —Está preciosa.

      Thisbe sintió el calor ascender hasta sus mejillas. No estaba acostumbrada a esa clase de cumplidos. El pecho se le inflamó de felicidad, pero no supo cómo responder.

      —Usted también —fue lo único que se le ocurrió mientras se sonrojaba más profundamente. Estaba casi segura de que no había sido una respuesta apropiada—. Quiero decir, atractivo. Me refiero a que, eh, pues a que tiene muy buen aspecto hoy.

      —Gracias.

      Hasta que no le soltó la mano, Thisbe no se había dado cuenta de que aún la tenía sujeta.

      —No estaba segura de que fuera a venir —le aseguró.

      —No me lo habría perdido por nada —Desmond quitó su abrigo de la otra silla y se sentaron, volviéndose ambos para mirarse de frente—. Mi jefe es un buen tipo. Si voy a trabajar antes de la hora, me deja salir antes también.

      —Me alegro. Aunque es una pena que ocupe así sus días pudiendo dedicarlos a la ciencia.

      —Desde luego me gustaría más —admitió