su historia.
¿Quién no tuvo que tomar una decisión alguna vez? ¿Quién no sintió miedo ante las consecuencias de una decisión tomada? ¿Quién no se vio enfrentado con la imposibilidad de decidir?
Cuando, allá por el 2002, fui convocada por Daniel Martínez, conductor y creador de Buenas compañías, para integrar su equipo como columnista del programa, tuve que enfrentar ciertos miedos e inseguridades con objeto de asumir el lugar que me esperaba y el cual, inconscientemente, yo deseaba.
Y así tuve que decidir enfrentarme por primera vez a aquel micrófono que puso al descubierto uno de mis más auténticos deseos: el trabajo en un medio de comunicación, como es la radio.
Y por atreverme a vivir tan maravillosa experiencia, me encontré con una de mis verdades más íntimas. Decidí dar un paso hacia un mundo que no conocía. Y este paso cambió mi vida para siempre.
Decisiones, desde lo imponente de su título, nos remontará a todos y a cada uno de los que viajemos por estas páginas, hasta lugares, recuerdos, historias y momentos de nuestras vidas que muchas veces tenemos guardados en rincones muy íntimos que no acostumbramos visitar.
Venimos al mundo por la decisión de alguien que quiso que así fuera.
Nacemos también porque decidimos hacerlo. Comenzamos a caminar porque un día decidimos soltarnos de la mano de mamá o de papá para intentarlo solos.
Hay decisiones que duran un instante, como elevar nuestra mirada al cielo y disfrutar de su inmensidad. Existen decisiones que duran ocho, diez o doce horas, cuando comenzamos un día laboral. Y además, hay decisiones que duran toda la vida, y vivir es una de ellas, quizá la más difícil.
Más de una vez despierta el miedo. Miedo. Esa sombra que aparece con frecuencia en muchas personas. Miedo al cambio de varias cosas, pero fundamentalmente a soltar amarras e ir en busca del propio camino. Tarea que, para muchos, resulta fácil y natural, porque así lo han aprendido, aunque para otros está cargada de imposibilidades.
Muchos viven instalados en la tragedia y creen que el destino se les presenta como inmodificable.
Este libro te convoca a escucharte a través de cada cuento, de cada historia, de cada test… interesantes recursos que el autor utiliza como un disparador para que cada uno pueda encontrar sus propias palabras y descubrirse en cada respuesta.
El lector se sentirá acompañado y transitará cada capítulo de la mano de quien lo invita a recorrer aquellas decisiones que marcaron o pueden marcar su historia personal, venciendo el miedo a acceder a la novela familiar, a la vez que construye un camino hacia un final libre de mandatos y acorde al propio deseo.
Daniel J. Martínez, inspirado en su experiencia personal y profesional, nos habla de la importancia de pensar, reflexionar, sentir, conmoverse, aprender de las crisis, reestablecer o establecer vínculos, abandonar enfermedades, disfrutar la sexualidad, sin presiones, sin culpa y con plena libertad.
Creo en el mensaje de estas páginas, en la responsabilidad de su autor para con ellas. Y por eso, le deseo a Decisiones —y a mi querido amigo, compañero y maestro en esta actividad radial que me enseñó a amar—, el mejor de los logros, que será, sin dudas, sembrar en cada lector la certeza de que la felicidad es una decisión que depende absolutamente de uno mismo.
Con el cariño de siempre.
Lic. Gabriela S. Rodríguez
Introducción
“No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo”.
Oscar Wilde (1854-1900)
Creo que esta es la exacta definición de lo que me ha llevado a escribir el presente libro.
Desde hace muchos años, conduzco un programa de radio que, de lunes a viernes por la medianoche, propone un encuentro con uno mismo. Durante el programa, se suceden diálogos entre cada oyente y yo, en los que ambos intercambiamos vivencias y toda clase de sensaciones.
A esa hora suele venir el silencio, nos despojamos de las caretas que nos ponemos durante el día para transitar los diferentes roles. Es la hora del encuentro con nosotros mismos, la hora en que, invariablemente, la mayoría deja a un lado ese muñeco social que arma cada vez que, al levantarse, sale a la vida vestido para la ocasión. Nos disfrazamos de vendedor, de chofer, de maestro, de padre, de médico, de profesor, de arquitecto, de obrero y de tantas otras cosas como las circunstancias lo requieran. Y muchas veces, no te das cuenta de que no sos eso. Pues hay una gran diferencia entre lo que hacemos y lo que somos: quizás una infinidad de cosas que no mostramos a cualquiera y, a veces, a nadie.
Somos, la mayoría del tiempo, lo que no transitamos normalmente, lo que no expresamos a cada paso.
Y hay personas que muchas de esas cosas las guardan, las esconden, las postergan. Ocurre, entonces, que en las madrugadas de radio, durante esas charlas de confesiones profundas, he escuchado historias de toda clase que empezaron a empujar mis ganas de escribir sobre algo que es común a la mayoría de los que no logran ser felices en su vida: las decisiones.
Sentí que reunía las dos circunstancias que Oscar Wilde define como “reglas para escribir”:
No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.
Sentí que tenía algo que decir, y me decidí a decirlo.
Espero que tu decisión de leerlo nos lleve a los dos a pensar que nos hemos encontrado por esas causalidades de la vida.
Para entrar en tema
“Fracasa quien no intenta, muere quien no decide”.
Hoy es 26 de julio de 2005. Anochece…
Vos te preguntarás por qué menciono esta fecha. En verdad, me la estoy diciendo a mí mismo. No me entendés, ¿no? Bueno… te explico: este es mi cuarto libro, y cada uno de ellos tuvo su particularidad. Cuando empecé el primero, me dio mucho miedo porque al leer lo que escribía, tomé conciencia de que todo eso quedaría impreso para siempre, lo cual me hacía absolutamente responsable ante cada lector de lo que había escrito, y entonces me sentí algo paranoico. Me vino cierto temor al releer cada capítulo, miedo al decir cosas que pudieran influir mal en quien lo leyera, de ser criticado por conceptos mal vertidos. Miedo a la crítica del editor —cuando lo leyera—, por la gramática y la ortografía cuando pasara por el corrector, etcétera, etcétera, etcétera.
Pero seguí adelante hasta terminarlo, y me di cuenta de que aquellos miedos no eran por ser mi primer libro, sino que mi costumbre de hacer radio todas las noches hizo que, al escribirlo, entienda que las palabras no quedarían en el aire, no se irían por ahí, sino que cada coma, cada espacio, cada pensamiento estaría realmente impreso. Percibí que estaría esclavizado por lo que escribía. Y al advertir de dónde venían esos temores, sentí que tenía que decidir, y lo hice. Así seguí…
El segundo libro fue diferente, porque surgió por casualidad; me senté a escribir sobre un tema, y terminé haciéndolo de corrido, en treinta días, sobre algo diferente. En verdad, escribí sobre la numerología, que estudié e investigué durante casi veinte años, pero sobre lo que jamás pensé en plasmarlo en papel. Así como te lo digo, escribí acerca de esta milenaria disciplina que fue creada por Pitágoras, aquel sabio matemático al que todos conocen por el famoso teorema que se estudia casi de memoria en el colegio (y que en verdad resultó ser un profundo conocedor de la vida, sus misterios, la música y muchas cosas que tienden a rescatar el alma).
En realidad, el segundo libro hubiera tenido que ser este, pero por rara cuestión, no lo fue, así que quedó postergado.
Y luego surgió de forma espontánea, junto a una psicóloga —amiga desde hace muchos años—, la idea de escribir un libro sobre sexualidad, y bien, así lo hicimos. En el inicio, puse una fecha límite porque hacía tres meses que debía haberlo empezado, pero no pude, no me salía, no sabía cómo: me sentaba frente a mi computadora, y no…
Bueno, basta de vueltas, te lo digo claramente: no podía tomar