pequeños o grandes pánicos ante estas circunstancias, pues sienten sólo la posibilidad de arribar a dos opciones: el éxito o el fracaso.
El miedo al fracaso es, muchas veces, un factor determinante del “no hacer”, del “no emprender”, del “no decidir”. La posibilidad de no llegar al objetivo fijado nos sumerge en una angustia tan grande que nos inhibe para ponernos en marcha.
Por lo general, se denomina como “fracaso” a la no obtención de un objetivo fijado. En realidad, habría que cambiar este concepto, ya que a lo que comúnmente se denomina “fracaso”, no es más que un simple resultado en un intento de hacer o lograr algo, que podría ser el primer intento, pero que no tiene por qué ser el último.
Entonces, yo diría que es hora de empezar a entender que cuando alguien se pone en marcha para lograr un objetivo, lo que sucede como consecuencia de esa decisión no es más que un resultado. Fracasar no tiene nada que ver con no lograr algo; por el contrario, el verdadero fracaso es no intentar ese logro.
Cuando no llegamos a lo deseado, lo único que tenemos es un mal resultado, aunque parezca esta definición apenas una cuestión semántica, no lo es en realidad; ya que si concebimos el desenlace de una decisión como un mero resultado, aunque este no sea el que deseamos, no podremos dar la oportunidad de un nuevo intento. Esto no sería así en el caso de considerarlo un fracaso.
Diferente cuestión es el hecho de quedarse en el mal resultado sin acometer nuevamente para lograr el objetivo, entonces no tendríamos tampoco un fracaso; lo que definiría esta situación sería la palabra “derrota”.
Ahora, si “estar derrotado” significa darse por vencido, que se acabó el tiempo, que ya no hay forma ni posibilidad alguna, que nos entregamos, que no tiene sentido, que no vale la pena, que ya fue, que no hay ni siquiera una opción remota.
Sentirse derrotado, ese sí es el peor de los fracasos, ese es el resultado final. Semejante sensación es la que no deja lugar ni siquiera a pensar nuevamente en esa cuestión.
Volvamos al título del libro, entonces: Decisiones. Solamente decidir llegar donde queremos nos dará la posibilidad de intentarlo; decidir obtener lo que deseamos nos abrirá el camino hacia la posibilidad de conseguirlo. Y según sea la firmeza de nuestra decisión, así resultará la cantidad de veces que volvamos a intentarlo a pesar de los malos resultados.
Amar a alguien y no decírselo por miedo a no ser correspondido, lleva implícita una derrota, ya que no nos damos la posibilidad de intentarlo y siempre quedará la duda de qué hubiera pasado si la persona amada se hubiese enterado. Imaginate si nadie se animara a decirle al otro que lo ama. Pues entonces, ninguno tendría pareja ni formaría una familia.
¿Cuántas veces te ha ocurrido que alguien te confesó sus sentimientos y vos no aceptaste la propuesta porque no coincidías en el gusto, en la atracción, o porque no había piel, o lo que fuera?
De la misma forma, te puede ocurrir a la inversa: ¿cuál es el miedo? ¿Qué otra cosa más que “no” podrán decirte? Y si eso ocurriera, ¿se acaba el mundo, acaso? ¿No es peor tragarse las ganas de decirle a alguien “te quiero” o “me gustás”, a no decírselo y jamás saber si el otro te hubiera aceptado? ¿Cuántas cosas te perdiste de hacer en tu vida por no intentarlas? ¿Cuántos pretextos te pusiste para no hacer algo que deseás verdaderamente?
- Que ya es tarde.
- Que es más joven que vos, o mucho más grande.
- Que no estás en edad de estudiar.
- Que se te pasó la hora de eso o aquello.
- Que no tenés la capacidad necesaria.
- Que nunca nada te sale bien.
- Que seguramente te dirán que no.
- Que tenés miedo de hacer un papelón.
- Que sos muy alto, o muy bajo, muy gorda o muy flaca.
- Que esa ropa no es para vos…
Y así, de esta forma, alguien se pierde de tus virtudes, no escuchará cómo cantás, no leerá lo que escribís, no disfrutará de tus caricias y muchas otras cosas. Y lo que es peor, que fundamentalmente vos —sí, vos— te quedarás con las ganas de lo que deseás desde hace tanto tiempo.
No importa si has sido desaprobado de chico, si no tuviste el cariño de quien quisiste tenerlo. Ahora contás con la oportunidad de enmendar eso, tenés la opción de darte lo que no te dieron, es decir, la opción de crecer.
Qué palabrita esa, ¿no?: “crecer”. Claro que sí, ese no decidir, ese no atreverse, se liga íntimamente al no crecimiento. La diferencia entre aquel que logra algo y el que no, no es más que su crecimiento personal, no es más que la consecuencia de su maduración emocional.
Los chicos no se atreven, ellos son los que están desvalidos ante un mundo que aparece como gigantesco, y cuando un adulto no decide, no encara, no se anima a algo, la razón se da casi siempre en una falta de crecimiento emocional que lo hunde en un mar de inseguridades. Es decir, que a pesar de estar dentro de un cuerpo adulto, hay aspectos emocionales que aún no maduraron.
¿Cómo se sale de eso? Decidiendo, no hay otra manera. Y para decidir se necesita valor, valentía, audacia, darse cuenta de que esta es la única vida que se tiene, que si no es ahora: ¿cuándo?, que lo que uno no hace, nadie lo hará por uno.
Tengo esta costumbre de contar una historia para explicar un concepto, veamos si te sirve este relato:
En primavera, dos semillas estaban sembradas una al lado de la otra en un fértil suelo. La primera semilla dijo: “¡Quiero crecer! Deseo impulsar mis raíces bien hondo, dentro del suelo que está debajo de mí, y hacer brotar mis retoños a través de la corteza de la tierra que se encuentra encima de mí. Quiero desplegar mis brotes como banderas que anuncien mi presencia en el mundo, sentir el calor del sol sobre mis hojas y la bendición del rocío matinal en mis pétalos”. Y tomó de la tierra los nutrientes necesarios, empujó y creció.
La segunda semilla dijo: “Tengo miedo. Si impulso mis raíces dentro del suelo que está debajo de mí, no sé lo que encontraré en la oscuridad. Si me abro paso por el suelo duro que está encima de mí, puedo dañar a mis delicados retoños. Y quizás, al abrir mis brotes, pasará un caracol y se los comerá. Y si abriera mis capullos, un niño pequeño podría arrancarme de la tierra. No, será mejor que espere hasta que no haya ningún peligro”. Y esperó.
Fue entonces que pasó por allí una gallina del corral que buscaba comida por cualquier lado y encontró una semilla. Rápidamente, se la comió.
En definitiva, aquellas personas que se quedan sin hacer nada por los miedos a tantas cosas, corren el mayor de los peligros: ser tragados por la vida.
Obstáculos
Así como cuando eras niño y te dolían los dientes porque los de leche se caían y cambiaban por otros; así como cuando te dolían las rodillas y significaba que estabas dando un estirón y tu estatura aumentaba; de la misma forma, crecer internamente trae sus dolores, pero estos son ínfimos al lado del placer de disfrutar de las cosas deseadas cuando tomás la decisión de lograrlas.
El creer que uno puede sentarse a esperar que la vida traiga las cosas, deja en claro que aún estás en aquellas épocas en que dormías en una cuna y mamá, o quien fuera, te traía un biberón de leche tibia, te bañaba, te cambiaba, te alcanzaba lo necesario, te tapaba, te hacía dormir, te limpiaba. Esa etapa te dio, de bebé, la sensación de ser el centro del mundo, de sentir que las cosas venían a tu encuentro sin el mínimo esfuerzo. Hay personas que, en muchos aspectos, se quedan en esa etapa, como pretendiendo que los demás hagan las cosas por ellos.
El bebé no pasa por las inclemencias del tiempo ni se quema las manos al hacerse la comida, y lamentablemente, tengo que decirte que esa etapa pasó, y que hay cosas por las cuales deberás atravesar para lograr otras. El placer de conseguirlas es inversamente proporcional a las inclemencias del trayecto. La satisfacción de un solo logro echa por tierra las sensaciones de muchos malos resultados anteriores.