comprender la dulzura que siento en mi corazón con aquellas palabras, y la gratitud que aquel pobre me inspira. Me parece que, con aquel buen presagio, voy a conservar mi salud y tú la tuya por mucho tiempo, y vuelvo a casa pensando: “¡Oh, aquel pobre me ha dado más de lo que yo le he dado a él! Pues bien, haz tú por oír alguna vez augurios análogos, provocados, merecidos por ti; saca de vez en cuando monedas de tu bolsillo para dejarlas caer en la mano del viejo necesitado, de la madre sin pan, del niño sin madre. A los pobres les gusta la limosna de los miles, porque no les humilla, y porque los niños, que necesitan de todo el mundo, se les parecen. He aquí por qué siempre hay pobres en la puerta de las escuelas. La limosna del hombre es acto de caridad, pero la del niño, al mismo tiempo, es caricia.
¿Comprendes? Es como si de su mano cayeran a la vez un socorro y una flor. Piensa en que a ti no te falta nada, mientras que a ellos les falta todo; mientras que tú ambicionas ser feliz, ellos con vivir se contentan. Piensa que es un honor que en medio de tantos palacios, en las calles por donde pasan carruajes y niños vestidos de terciopelo, haya mujeres y niños que no tienen qué comer. ¡No tener qué comer, Dios mío! ¡Niños como tú, como tú, buenos; inteligentes como tú, en medio de una gran ciudad no tienen qué comer, como fieras perdidas en un desierto! ¡Oh, Enrique; no pases nunca más delante de una madre que pide limosna, sin dejarle una ayuda en la mano!”
Tu padre.
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