Patricia Thayer

Jamás te olvidé - Otra vez tú


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que Hank tiene varios clientes que quieren pescar en un área privada del río.

      Sacó un papel en el que figuraban las tarifas que pagaban los pescadores.

      –Podríamos ganar una parte de ese dinero.

      –¿Y eso va a ser antes o después de que Hank y el guía se queden su comisión?

      –Bueno, antes, pero él nos proporciona al guía y los botes. No obstante, sigue siendo dinero. Hank también me dijo que podríamos sacar mucho más si tuviera alojamiento para organizar excursiones nocturnas.

      Al ver su entusiasmo, Vance se dio cuenta de que había posibilidades.

      –Yo he pescado en el río y las truchas son grandes. Puede que no sea la solución a todos nuestros problemas, a menos que…

      Los ojos de Ana se iluminaron.

      –A menos que…

      –Muchas cosas. ¿Quieres hacer esto temporalmente, o va a ser algo permanente?

      –Con todas las dificultades que ha habido en los últimos años, deberíamos ver adónde nos lleva todo esto.

      A Vance le gustaba la idea cada vez más.

      –¿Quieres que contratemos a nuestro propio guía? ¿Quieres hacer un albergue?

      Ana se encogió de hombros.

      –No lo sé. ¿Qué te parece?

      –¿No deberías hablar con tus hermanas?

      Ana sacudió la cabeza.

      –Primero, seguramente no conseguiré que tomen una decisión. Esto es algo que podemos hacer ahora mismo. Hank me aseguró que puede conseguir clientes que paguen pronto y no quiero perder esta oportunidad –le miró a los ojos–. ¿Es una locura invertir en algo así?

      –Como no hay mucho dinero para invertir, a lo mejor deberíamos ir con más cuidado. A ver qué tal sale lo de la pesca por días.

      –¿Te gusta la idea entonces?

      –Sí. Es algo que no cuesta nada, para empezar. Pero hace falta un período de prueba para ver si la inversión merece la pena antes de empezar a construir cabañas.

      Ana le miró con un gesto pensativo.

      –¿Y si usamos los edificios que ya tenemos? ¿Los barracones?

      –Podría ser, pero pronto los necesitaremos para la mano de obra que vendrá para el rodeo.

      Ana asintió.

      –Muy bien. Empezaremos con las excursiones de un día. Le dije a Hank que viniera mañana para ver cuáles son los mejores sitios. ¿Quieres venir?

      –Mañana a primera hora vamos a mover el ganado. Supongo que podría encontrarme contigo en algún punto del río.

      Ana sonrió.

      –Bien. Quiero que estés presente si tengo que tomar alguna decisión. No conozco el rancho tan bien como tú.

      –Siento que sea así.

      –No es culpa tuya, Vance. Fue mi padre quien así lo quiso.

      –Bueno, parece que ahora sí estás tomando las riendas. Y tienes todo el derecho de tomar todas las decisiones que quieras respecto al rancho.

      –Lo hago por todos nosotros –Ana suspiró–. No sé si a mis hermanas les importa que el rancho sobreviva, pero espero que eso cambie. Esta es nuestra herencia.

      Vance sonrió.

      –Entonces será mejor que el Lazy S se mantenga funcionando.

      Ana sintió un calor repentino. No había duda de que se sentía atraída por él, incluso después de tantos años. Pero no era una buena idea. Muchas cosas dependían de que pudieran trabajar juntos.

      Al día siguiente, Ana fue al hospital a primera hora a ver a su padre. Colt se mostró tan frío y distante como siempre, así que cuando se marchó no pudo evitar preguntarse por qué se molestaba en querer a un hombre al que todo le daba igual.

      Al salir de la autopista miró el reloj. Diez minutos más tarde, había llegado a su destino. Hank Clarkson la estaba esperando junto al río, a la sombra de los árboles. No estaba solo. Le acompañaba Mike Sawhill. Al ver a este último, vaciló un momento. En otra época, había sido lo bastante tonta como para salir con él en un par de ocasiones y las cosas no habían terminado bien. Mike había intentado ir demasiado deprisa…

      Bajó del vehículo por fin y se dirigió hacia ellos.

      –Hola, Hank –miró a Mike–. Mike.

      –Hola, Ana. Cuánto tiempo.

      –Siento llegar tarde.

      –No hay problema –le dijo Hank–. Mike y yo intentábamos encontrar el mejor sitio para salir con un bote.

      Hank se quitó el sombrero y se secó el sudor de la frente.

      –A lo mejor tenemos que quitar algo de maleza.

      Caminaron hasta la orilla del enorme río que atravesaba el rancho Lazy S. La brisa fresca del agua les acariciaba la cara. De niñas, Ana y sus hermanas solían cabalgar por esas tierras. Se quedaban en ropa interior y se lanzaban al agua, fría como témpanos de hielo.

      –¿Supondrá mucho trabajo eso? –preguntó, intentando ignorar la insistente mirada de Mike.

      De repente, vio a un jinete que se acercaba por el camino. Sonrió. Era Vance.

      –Bien. Ha venido.

      Todos se volvieron al verle acercarse.

      Al aproximarse al grupo, aminoró la marcha, hizo frenar a Rusty y le dejó junto a los vehículos, amarrado a un árbol. Iba vestido con el atuendo típico de un vaquero: chaparreras de cuero, vaqueros polvorientos, botas… Ana no pudo evitar mirarle con ojos de deseo.

      Se quitó el sombrero.

      –Siento llegar tarde. Tuve que arrear al ganado –estrechó la mano de Hank.

      –Es tiempo de rodeo –dijo Hank, y entonces le presentó a Mike–. Nosotros acabamos de llegar.

      Ana vio que los dos hombres intercambiaban una extraña mirada.

      –¿Todo ha ido bien? –se apresuró a decir.

      –Sí. Solo tuve que perseguir a algunos animales extraviados –Vance le sonrió–. ¿Qué me he perdido?

      –Hank está un poco preocupado porque la orilla es muy escarpada y está llena de maleza. Puede que sea difícil sacar botes desde aquí.

      Vance reparó en la forma en que Mike Sawhill miraba a Ana. No le gustaba.

      –A lo mejor hay un sitio mejor a cuatrocientos metros de aquí, río abajo. He pescado muy buenas piezas por allí.

      Echaron a andar en esa dirección. Mientras hablaba con Hank, Vance no le quitaba ojo a Ana. Era evidente que estaba incómoda con Mike. No conocía al guía personalmente, pero le había visto en el pueblo, sobre todo en el bar de Mick. Siempre iba acompañado de alguna chica.

      De repente se sintió más protector que nunca. Llamó a Ana y aprovechó para preguntarle por Colt, interrumpiendo así la conversación que Mike intentaba mantener con ella.

      Por fin llegaron a su destino.

      –Aquí es –dijo Vance, volviéndose hacia la orilla.

      La zona estaba protegida por varios árboles muy frondosos, y el terreno no era tan empinado. Había un pequeño claro.

      –He pescado aquí muchas veces, pero nunca he salido en un bote, así que vosotros tendréis que decirme si es adecuado para eso.

      Los dos hombres fueron a examinar la orilla más de cerca. Vance tuvo oportunidad de hablar