asintió, abrió la puerta y la dejó entrar. La zona de recepción se componía de un escritorio y varias sillas pegadas a la pared. No había nadie por allí. Miró el reloj.
–Supongo que todo el mundo estará comiendo. ¿Le dijiste a Josie que veníamos?
–No. No quería que encontrara una excusa para esquivarme.
De repente, la puerta se abrió. Era una joven con una bolsita de comida para llevar. Les resultaba familiar, pero no era la gemela que esperaban encontrar.
Victoria Slater tenía el pelo oscuro y la misma sonrisa encantadora de su hermana mayor.
–¿Ana? ¿Qué estás haciendo aquí?
–¿Tori? –Ana le dio un abrazo–. Creo que ya sabes por qué he venido. ¿Pero qué estás haciendo en la oficina de Josie?
–Bueno, también es mi oficina, desde hace unos meses. Dejé mi trabajo y decidí que era momento de hacer algo propio –asintió–. Josie me ofreció un espacio aquí y monté mi propia empresa de diseño web.
Tori tenía el color de tez de su madre, los mismos ojos negros y el cabello color azabache. Llevaba el cabello más corto, justo por debajo de la barbilla.
–Me alegro mucho. ¿Qué tal va el negocio?
–Bien. Muchos de mis clientes antiguos se han venido conmigo, y me gusta ser mi propia jefa.
Tori reparó en Vance, por fin. Parpadeó, sorprendida.
–Vance, me alegro de verte –la sonrisa se le borró de la cara–. Espera un momento. ¿Ha pasado algo más con Colt?
–No. Tu padre está bien –le dijo Vance–. Dejaré que tu hermana te explique el resto.
–Tenemos que hablar de lo que vamos a hacer. Papá no va a ponerse bien de la noche a la mañana, así que tenemos que hablar… de algunas cosas. Del rancho, básicamente.
La rabia se hizo evidente en la mirada de Tori.
–Por lo que a mí respecta, el rancho puede saltar por los aires. Odio ese lugar.
Ana no se mostró sorprendida por la reacción de su hermana.
–Tori, no puedes estar hablando en serio. Es nuestro hogar.
La hermana más joven sacudió la cabeza.
–Para mí solo era una casa enorme y vieja. Papá se puso muy contento cuando nos fuimos todas.
–Te entiendo, pero ahora mismo Colt no puede hablar, ni tomar decisiones. Y tengo que recordarte que ese rancho lleva tres generaciones en manos de nuestra familia.
Tori empezó a decir algo, pero en ese momento se abrió la puerta.
–Hola, Tori, ya era hora… –Josefina Slater se paró en seco–. ¡Ana! ¿Qué estás haciendo aquí?
–Parece que hay mucho eco aquí –dijo Ana, abrazando a su hermana.
Josie tenía la piel clara y el pelo castaño. Los ojos eran azules, como los de su padre. Las mellizas no se parecían en nada, excepto en la forma de la cara y en la sonrisa.
–Contestando a tu pregunta, como no veníais a casa, he venido yo.
Josie reparó en Vance. Este la saludó.
–¿Y pensaste que era necesario traer refuerzos? Hola, Vance. Cuánto tiempo.
–Me alegro de verte, Josie.
–Vance ha venido para ayudarme a haceros ver la gravedad de la situación.
Josie frunció el ceño. Era evidente que no se iba a dejar convencer fácilmente.
–Tal y como te dije cuando llamaste la semana pasada, tengo un evento importante. No puedo irme ahora.
Ana sintió una gran tristeza al ver que no estaban dispuestas a ir a casa para ver a su padre.
–Lo entiendo. Sé que tu trabajo es ese, organizar eventos, pero tienes que estar en casa. Estoy hablando de nuestro padre. Somos una familia.
Josie miró a su hermana melliza.
–Parece que Vance y tú hacéis muy buen equipo. Te damos permiso para que tomes todas las decisiones necesarias.
–Se trata de algo más que llevar el rancho –dijo Ana–. Ojalá Marissa estuviera aquí. Debería oír esto también.
–Creo que eso sí puedo solucionarlo –dijo Tori.
Les hizo pasar a su despacho, pero Vance se quedó en la zona de recepción.
Tori pasó por detrás del escritorio y abrió el portátil.
–Si no está por ahí en algún sitio, creo que estará en casa –después de teclear unas cuantas cosas, sacó una imagen en la pantalla.
–Hola, Tori.
–Hola, Marissa.
–¿Qué pasa?
–Bueno, unas cuantas cosas. Tengo a alguien aquí que quiere hablar contigo.
Ana se puso delante del monitor y los ojos se le humedecieron de inmediato. Su hermana pequeña estaba en la pantalla, sentada frente a un escritorio.
–Hola, Marissa.
–Oh, Ana. Estás en California.
Ana asintió.
–Ojalá pudiera verte en persona también. ¿Y si voy a San Diego? Si estás por allí…
Vio auténtico pánico en los ojos de su hermana pequeña.
–Bueno… a lo mejor… Pero ahora mismo no es una buena idea. Voy a pasar toda la semana en un rodaje. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte?
–Tengo que regresar pronto para cuidar de papá.
Marissa titubeó.
–¿Cómo está?
Ana miró a Vance, buscando algo de apoyo.
–Está bien. Es por eso que he venido. El tío Wade vino a verme hace unos días. Como papá está incapacitado temporalmente, tiene que haber un albacea que se ocupe de todo.
–¿Entonces el tío Wade es el jefe ahora?
–No. No lo es. Papá nos nombró a Vance y a mí.
Las mellizas miraron al vaquero.
–¿Por qué no me sorprende? –dijo Josie–. Siempre ha tratado a Vance como si fuera de la familia.
Vance guardó silencio.
–Parece que soy el único que sabe cómo llevar un rancho –dijo finalmente.
–Eso no es culpa nuestra –dijo Tori.
Todas las hermanas se enfrascaron en una discusión. Vance se llevó los dedos a la boca y sopló con fuerza. El silbido fue suficiente para hacerlas callar.
–Yo no pedí este trabajo. Pero, ya que lo tengo, quiero hacer todo lo posible para conservar el rancho.
–El rancho tiene problemas financieros. Problemas grandes –Ana las puso al tanto de todo.
–No es solo dinero lo que queremos –dijo Vance–. Necesitamos ideas para hacer que el rancho tenga más ingresos e impedir que esto vuelva a ocurrir. ¿El Lazy S es lo bastante importante para tus hermanas como para que nos ayuden a salvarlo? –le preguntó a Ana–. ¿Podemos contar con vuestro apoyo?
Vance dio media vuelta y salió del despacho. Tori suspiró.
–Muy bien, chicas. Si no queréis hacerlo por nuestro padre, tengo otra idea.
Ana miró a las mellizas y luego a Marissa.
–Hagámoslo por nosotras. Demostrémosle a Colt Slater que sus hijas pueden