dos excitantes y provechosos años. He publicado tres libros en los que describo nuestro trabajo, nuestros descubrimientos y nuestros éxitos. Estos libros trataban principalmente de lo que he llamado el síndrome de miositis tensional (SMT), un doloroso trastorno psicosomático que aflige a millones de personas. La mente dividida abarcará la gama completa de desórdenes psicosomáticos, un tema mucho más amplio e importante. Los trastornos psicosomáticos se dividen en dos categorías:
1. Aquellos trastornos que son inducidos directamente por las emociones inconscientes, tales como los problemas de dolor (SMT) y los trastornos gastrointestinales comunes como el reflujo, las úlceras, el síndrome de colon irritable, las afecciones de la piel, las alergias y muchos otros.
2. Aquellas enfermedades en que las emociones inconscientes pueden ser un agente causal, pero no el único. Entre ellas se encuentran las enfermedades autoinmunes como la artritis reumatoide, algunos trastornos cardiovasculares y el cáncer. Por lo que conozco, en la actualidad no hay nadie que esté estudiando estas enfermedades y que incluya las emociones inconscientes como factores potenciales de riesgo. En mi opinión, esto raya en lo criminal.
Los procesos psicosomáticos comienzan en el inconsciente, esa parte oscura, no cartografiada y generalmente mal comprendida de nuestras mentes que fue identificada en primer lugar por Sigmund Freud. Aunque aún no sea un hecho reconocido por la medicina tanto física como psiquiátrica, las emociones inconscientes son un factor importante en prácticamente todos los trastornos físicos no traumáticos. He titulado este libro La mente dividida porque los trastornos psicosomáticos se originan en la interacción de la mente inconsciente con la mente consciente. Aquellos rasgos que residen en el inconsciente y que consideramos más problemáticos, como el infantilismo, la dependencia o la capacidad para un comportamiento salvaje, son producto de una parte primitiva del cerebro, localizada en las profundidades de este órgano, justo por encima del tronco cerebral. La evolución ha agregado lo que se llama el neocórtex, el cerebro más reciente, el de la razón, del intelecto, de la comunicación y de la moral. Parece haber una lucha entre estas dos partes del cerebro. A veces se impone la razón y en ocasiones la parte más infantil y bestial de la naturaleza humana. Esta dualidad es una de las razones de la existencia de los trastornos psicosomáticos, como quedará demostrado más adelante.
Las conclusiones presentadas en este libro no están basadas en deducciones teóricas. Son el resultado de muchos años de experiencia con miles de pacientes, y están respaldadas por los hallazgos de psicoterapeutas altamente cualificados. Además, seis innovadores médicos de distintas partes de los Estados Unidos (que han incorporado los principios psicosomáticos en sus prácticas profesionales y en sus investigaciones) también han contribuido con los hallazgos basados en sus propias experiencias. El exitoso tratamiento de un alto porcentaje de pacientes respalda nuestros hallazgos.
El objetivo principal de La mente dividida es explicar la naturaleza del proceso psicosomático, especialmente el estado psicológico que da lugar a evidentes síntomas físicos. El objetivo secundario es llamar la atención hacia la estrechez de miras de muchos practicantes de la medicina contemporánea que no reconocen la existencia de los trastornos psicosomáticos y que, al actuar de esta forma, contribuyen a su propagación.
No me cabe duda de que los guardianes de la sabiduría convencional criticarán mis teorías por su supuesta «falta de evidencias científicas». Esto es casi ridículo, ya que no existen evidencias científicas para algunas de las teorías más apreciadas sobre las causas de los síntomas. El ejemplo más claro de esto lo constituye la idea de que el proceso inflamatorio es el responsable de muchos síntomas de dolor, algo para lo cual no existe ninguna evidencia científica. Otro ejemplo: nunca se han realizado estudios para confirmar el valor de una variedad de procedimientos quirúrgicos empleados en el tratamiento de los trastornos dolorosos, como por ejemplo la laminectomía (empleada para tratar las anormalidades de los discos intervertebrales).
El estudio de los trastornos psicosomáticos en el laboratorio presenta grandes problemas. ¿Cómo se pueden identificar y medir las emociones inconscientes? Si la aceptación del diagnóstico por parte del paciente es crucial para el éxito del tratamiento, ¿cómo se puede demostrar la validez del diagnóstico y del tratamiento si la mayoría de la gente no acepta el primero? Después de muchos años de experiencia, nuestra impresión es que no más de entre un 10 y un 15% de la población estaría dispuesta a aceptar un diagnóstico psicosomático. Nuestra prueba de validez reside en el extraordinario éxito de nuestro programa terapéutico.
Como señaló Freud, la fisiología del proceso es mucho menos importante que unas observaciones acertadas sobre el propio proceso. Freud tampoco disponía de ningún dato de laboratorio. Así, dejó en manos de los expertos de laboratorio la tarea de descubrir los elementos básicos de este proceso.
Al compartir contigo las experiencias respecto al diagnóstico y el tratamiento de las grandes cantidades de gente que han padecido o padecen dolores psicosomáticos, mis colegas y yo esperamos que nuestros hallazgos tengan una influencia importante sobre la práctica médica, en especial teniendo en cuenta los millones de personas que hoy en día sufren innecesariamente por culpa de estos trastornos.
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¿Qué es la
medicina psicosomática?
R ecuerdo la primera vez que John R. vino a mi clínica en 1996. John era un exitoso hombre de negocios, elegante y atlético, que irradiaba confianza en sí mismo. Parecía sentirse a gusto y relajado –hasta que se agachó para sentarse–. De pronto, sus movimientos se hicieron lentos y se convirtió en alguien tan cauteloso, tan frágil, tan vacilante que parecía una caricatura del hombre confiado y enérgico que había entrado por la puerta hacía escasos segundos. Su lenguaje corporal revelaba claramente que o bien estaba experimentando un dolor espantoso o bien temía sufrir un ataque de dolor al realizar el menor movimiento equivocado.
Como médico, yo podía sentir empatía por su sufrimiento. Mi especialidad son los trastornos mente-cuerpo, y veo casos como el suyo cada día. Esperé poder ayudarle, lo que quiere decir ayudarle a que se ayudara a sí mismo, porque con los trastornos mente-cuerpo un médico no puede «curar» al paciente. Es el propio paciente el que tiene que llegar a comprender su enfermedad... y, al comprenderla, eliminarla.
Al repasar el historial de John, se comenzó a formar en mi mente la imagen de una vida interesante y llena de satisfacciones. Casado, tres hijos, su propio negocio, que probablemente le ocupaba una parte demasiado grande de su tiempo, pero que iba bien... También escuché la familiar letanía de sufrimientos y dolores –un problema crónico de espalda de origen misterioso y que a veces provocaba unos dolores tan intensos que no podía levantarse de la cama por las mañanas–. Su larga e infructuosa búsqueda de alivio –experimentos con la medicina alternativa, fármacos de todo tipo y por último, ante la desesperación, cirugía–, una solución extremadamente cara y sólo transitoriamente exitosa. Después, el repentino surgimiento de nuevos trastornos: ciática, dolores de cabeza, reflujo ácido –la lista de dolencias era interminable.
Como médico, mi trabajo era ayudarle. Pero yo sólo podía señalar el camino. ¿Sería John capaz de seguirlo? ¿Sería capaz de percibir la profunda interconexión que existe entre el cuerpo y la mente? ¿Sería capaz de comprender el enorme poder de la ira reprimida?
Para los no iniciados parece haber algo misterioso en la medicina mente-cuerpo. En realidad, la relación entre la mente y el cuerpo no es más misteriosa que la que se da entre el corazón y la circulación de la sangre, o la que existe entre cualquier otro órgano y el funcionamiento del cuerpo humano. Mi primera entrevista con John indicaba que se mostraría abierto a la idea de la medicina mente-cuerpo. Después de sólo un mes de tratamiento, sus dolores, que lo habían torturado durante la mayor parte de su vida adulta, simplemente desaparecieron, y esto sin usar fármacos o procedimientos radicales. Sigo recibiendo cada año una tarjeta de navidad suya. En la más reciente me dice que sigue jugando al tenis y practicando el esquí. El verano pasado, él y su hijo mayor hicieron largas excursiones a pie por los montes Apalaches. El dolor y los otros inexplicables trastornos no han regresado.
A