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Introducción
A lo largo de la vida son muchos los temas que nos interesan y preocupan. A medida que pasa el tiempo, el número se reduce como en un proceso de selección natural, y al final quedan aquellos que, posiblemente, reflejen las preocupaciones más profundas y los interrogantes más genuinos.
Las reflexiones siguientes giran en torno a experiencias que hacemos con frecuencia. Son “comunes” en un doble sentido: porque somos muchos los que las compartimos, y porque pertenecen a la vida cotidiana, no tienen nada de raro o inusual. Una de estas experiencias es la de la fidelidad con todos los componentes que la acompañan.
¿Por qué nos decidimos por este tema? Porque no es solamente un tema a tratar, sino que está referido a una experiencia de capital importancia en la vida de cada persona que el paso del tiempo permite calibrar cada vez mejor.
El que, mirando hacia atrás, descubre que su vida pasada ha sido guiada y sustentada por la fidelidad de muchas otras personas, sabe bien lo que les debe, y sabe del valor de la fidelidad más allá de cualquier discurso explicatorio.
El que, en sentido contrario, ha sido víctima de la infidelidad por parte de otras personas, conserva por largo tiempo el sabor amargo que dejan tales experiencias que se resisten al olvido y se mantienen frescas.
Es posible que un balance valorativo del propio pasado se decida en un sentido u otro según la magnitud de las fidelidades o infidelidades en las cuales uno ha sido el sujeto pasivo o activo: o porque las ha sufrido o porque las ha hecho sufrir a los demás.
La fidelidad no es una realidad que se posea de una vez para siempre. Más bien, habría que verla como una tarea a realizar día a día, venciendo las distintas “tentaciones” que la amenazan y pueden llevarnos a la infidelidad. Es “precaria” porque pareciera que siempre es escasa, incompleta, necesitada de mejoras y nuevos cuidados.
Abordamos el tema desde personajes e historias documentadas en la Biblia. Habría muchas otras posibles formas de aproximación. Elegimos esta por el simple motivo de que hemos trabajado muchos años con textos bíblicos y estamos convencidos de la riqueza de sus contenidos. En todas ellas aparecen los mismos elementos: el llamado a la fidelidad y la vigencia de circunstancias que la ponen en peligro y evidencian su fragilidad. También las historias de manifiesta infidelidad dicen mucho sobre la tarea de la fidelidad.
En lugar de buscar un índice temático adecuado para hablar de la fidelidad, nos hemos dejado guiar por estas historias alejadas de nosotros en el tiempo, pero cercanas por su contenido. Esta elección hace que la exposición carezca de un orden sistemático. No nos parece que esta carencia sea significativa a la hora de reflexionar sobre la fidelidad.
Reconocemos que la selección de las figuras que hemos elegido, como los temas que sirven de base a la reflexión, tiene mucho de subjetivo. ¿Por qué estos y no otros? No siempre podemos justificar en cada caso las opciones hechas. Si no hay ningún párrafo sobre María o sobre Pablo es porque escribimos sobre la “fidelidad precaria”, y porque ninguno de ellos muestra indicios de que su fidelidad haya sido precaria. Sólo esperamos que, a pesar de lo discutible que pueda ser la selección, sea útil al objetivo que nos hemos propuesto.
Aunque el material esté sacado de textos bíblicos, el lenguaje no es el de la exégesis clásica, sino el de la reflexión que se enfrenta con un tema rico en matices, que exige un cierto esfuerzo para acceder a su comprensión. Quisiéramos evitar caer en la banalidad que se queda en lugares comunes. Esperamos que el lector esté dispuesto a hacer ese esfuerzo.
Sería recomendable tener a mano una Biblia para seguir más de cerca los pasajes que tratamos. Los capítulos no desarrollan una línea temática, de manera que la lectura puede abandonar el orden de los capítulos que presentamos para seguir un orden determinado por el interés o la curiosidad del lector.
I. Abraham: La seguridad a cualquier precio
Los relatos de Gn 12, 10-20 y Gn 20, 1-28 que nos ocupan en este capítulo, tienen un tono muy arcaico. El episodio principal revela su origen en una cultura de costumbres elementales, en la que las leyes de la convivencia pueden resultarnos no sólo extrañas, sino también chocantes y de mal gusto. También el comportamiento de las personas que intervienen puede suscitar la misma impresión.
Lo extraño de ambos textos es que el mismo episodio se repite en la vida de Abraham y de Sara en lugares diferentes pero bajo circunstancias semejantes. Para facilitar su comprensión presentamos a los dos relatos en forma paralela o sinóptica que deja ver los elementos comunes y las diferencias.
Génesis 12, 10:
Hubo hambre en el país, y Abram bajó a Egipto a pasar allí una temporada, pues el hambre abrumaba al país. 11 Estando ya próximo a entrar en Egipto, dijo a su mujer Saray: Mira, yo sé que eres mujer hermosa. 12 En cuanto te vean los egipcios, dirán: Es su mujer, y me matarán a mí, y a ti te dejarán viva. 13 Di, por favor, que eres mi hermana, a fin de que me vaya bien por causa tuya, y viva yo en gracia a ti. 14 Efectivamente cuando Abram entró en Egipto, vieron los egipcios que la mujer era muy hermosa. 15 Viéronla los oficiales de Faraón, los cuales se la ponderaron, y la mujer fue llevada al palacio de Faraón. 16 Este trató bien por causa de ella a Abram, que tuvo ovejas, vacas, asnos, siervos, siervas, asnas y camellos. 17 Pero Yahvé hirió a Faraón y a su casa con grandes plagas por lo de Saray, la mujer de Abram. 18 Entonces Faraón llamó a Abram, y le dijo: ¿Qué es lo que has hecho conmigo? ¿Por qué no me avisaste de que era tu mujer? 19 ¿Por qué dijiste: Es mi hermana, de manera que yo la tomé por mujer? Ahora, pues, he ahí a tu mujer: toma y vete. 20 Y Faraón ordenó a unos cuantos hombres que le despidieran a él, a su mujer y todo lo suyo.
Génesis 20, 1:
Trasladóse de allí Abraham al país del Négueb, y se estableció entre Cadés y Sur. Habiéndose avecindado en Guerar, 2 decía Abraham de su mujer Sara: Es mi hermana. Entonces el rey de Guerar, Abimélek, envió por Sara y la tomó. 3 Pero vino Dios a Abimélek en un sueño nocturno y le dijo: Date muerto por esa mujer que has tomado, y que está casada. 4 Abimélek, que no se había acercado a ella, dijo: Señor, ¿es que asesinas a la gente aunque sea honrada? 5 ¿No me dijo él a mí: Es mi hermana, y ella misma dijo: Es mi hermano? Con corazón íntegro y con manos limpias he procedido. 6 Y le dijo Dios en el sueño: Ya sé yo también que con corazón íntegro has procedido, como que yo mismo te he estorbado de faltar contra mí. Por eso no te he dejado tocarla. 7 Pero ahora devuelve la mujer a ese hombre, porque es un profeta; él rogará por ti para que vivas. Pero si no la devuelves, sábete mucho. 9 Luego llamó Abimélek a Abraham, y le dijo: ¿Qué has hecho con nosotros, o en qué te he faltado, para que trajeras sobre mí y mi reino una falta tan grande? Lo que no se hace has hecho conmigo. 10 Y dijo Abimélek a Abraham: ‘¿Qué te ha movido a hacer esto? 11 Dijo Abraham: Es que me dije: Seguramente no hay temor de Dios en este lugar, y van a asesinarme por mi mujer. 12 Pero es que, además, es cierto que es hermana mía, hija de mi padre aunque no de mi madre, y vino a ser mi mujer. 13 Y desde que Dios me hizo vagar lejos de mi familia, le dije a ella: Vas a hacerme este favor: a dondequiera que lleguemos, dices de mí: Es mi hermano. 14 Tomó Abimélek ovejas y vacas, siervos y esclavas, se los dio a Abraham, y le devolvió su mujer Sara. 15 Y dijo Abimélek: Ahí tienes mi país por delante: quédate donde se te antoje. 16 A Sara le dijo: Mira, he dado a tu hermano mil monedas de plata, que serán para ti y para los que están contigo como venda en los ojos, y de todo esto serás justificada. 17 Abraham rogó a Dios, y Dios curó a Abimélek, a su mujer, y a sus concubinas, que tuvieron hijos; 18 pues Yahvé había cerrado absolutamente toda matriz de casa de Abimélek, por lo de Sara, la mujer de Abraham.
1. Los textos
2. La versión de Gn 12, 10-20 es la más breve, antigua y de estructura más simple. Abram – el nombre se cambiará en Abraham, “padre de muchos pueblos”, recién en Gn 17, 5 – acaba de recibir de Dios la orden de abandonar su patria para ir a una nueva tierra