quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra (Gn 12, 3).
Las cosas toman un giro sorprendente cuando, justamente en Canaán que es la tierra prometida, irrumpe una gran hambre en la región que lo obliga a ir hacia el sur hasta llegar a Egipto (Gn 12, 10). Allí se desarrolla el episodio que nos ocupa.
La conducta de Abram carece de nobleza y muestra falta de fortaleza para afrontar una situación que podía volverse peligrosa para él. Sabiendo de la belleza de Saray – su nombre se cambiará en “Sara” en Gn 17, 15 – y calculando que los egipcios lo podrían matar para apoderarse de ella, le pide que se presente como su hermana y no como su esposa (Gn 12, 12-13). La propuesta es ingeniosa, pero el precio es muy alto: él puede salvar su vida, pero en cambio entrega a su mujer en las manos de los egipcios.
Y eso es lo que sucede: Saray se convierte en mujer del faraón, y Abram recibe muchos beneficios de este para recompensarlo por la posesión de la bella mujer que le había sido presentada como la “hermana” de Abram.
La historia está narrada sin poner en cuestión la inmoralidad de Abram. Tampoco se dice nada sobre la reacción de Saray al ver que su esposo, haciéndola pasar por su hermana, posibilita que sea entregada al faraón.
Solamente la intervención de Yahvé, que hiere al faraón y a su casa con grandes plagas “a causa de Saray” (Gn 12, 17), indica que lo ocurrido ha sido una trasgresión a una norma elemental aunque no se precise su carácter.
El final de la historia es sorprendente. El faraón le reprocha a Abram porque le dijo que Saray era su hermana y no reconoció que era su mujer. Sus palabras dejan entrever que, de haber sabido la verdad de su relación de parentesco, no hubiera tomado a Saray como mujer propia (Gn 12, 18-19). En otras palabras: su comportamiento muestra una conciencia ética que está ausente en Abram.
El relato concluye sin dramatismo: el faraón ordena a sus hombres que despidan a Abram, a su mujer y a todos los suyos. No se narra ningún gesto de arrepentimiento por parte de Abram ni ningún castigo por su infidelidad por parte de Dios. Este es uno de los rasgos más peculiares del relato que lo distingue de muchos otros. Gn 13 ubica a Abram nuevamente en Palestina, al norte de Jerusalén, muy rico en ganado, oro y plata (Gn 13, 2). Nada se dice sobre el episodio narrado en el capítulo anterior.
3. El trasfondo histórico. Para entender el significado de esta historia extraña, hay que tener en cuenta el trasfondo histórico y literario.
El libro del Génesis, la obra inicial de toda la Biblia, encabeza un grupo de cinco libros que se ha llamado “Pentateuco”: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Cada uno de estos libros contiene tradiciones de diferente antigüedad que fueron coleccionadas gradualmente hasta formar grandes unidades narrativas. El libro del Génesis reúne los relatos referentes a la historia de los patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob (Gn 12-36), a la que se agrega la larga historia de José (Gn 37.39-47.50).
Esta colección nace como literatura recién después del exilio en Babilonia (del 587 al 538 a.C.), cuando Israel había perdido la monarquía y la continuidad de una dinastía real. En los siglos siguientes, el pueblo, que ya no es una nación sino una comunidad religiosa, va a vivir dominado por las potencias que se suceden: babilonios, medos, persas, griegos, hasta concluir perteneciendo a una provincia del Imperio Romano.
El retorno del exilio en Babilonia es el comienzo de una nueva etapa en la historia del pueblo que lo enfrenta a un gran desafío. ¿De dónde sacar las fuerzas para comenzar la reconstrucción después del desastre? ¿Cómo asumir la identidad propia de una comunidad de fe, cuando eran muchos motivos como para dudar de la protección del Dios que los había elegido y destinado a ser una gran nación, pero que parecía haberlos abandonado a sus fuerzas en el momento de la lucha por la subsistencia? ¿Cómo seguir creyendo en Yahvé después del drama traumático del exilio?
Israel no plantea estas preguntas en forma explícita ni responde a ellas en la forma de un desarrollo temático apoyado en una argumentación elaborada de acuerdo a las reglas de la lógica. La respuesta se da recordando y volviendo a contar la propia historia desde los más remotos orígenes. En este amplio marco que comienza con la creación del mundo y con la narración del crecimiento progresivo de la humanidad, se inserta la historia de los orígenes del propio pueblo con la elección de Abraham y la promesa de que de él iba a nacer una gran nación (Gn 12, 1-2). En esas historias y en esos personajes, los patriarcas, los creyentes pueden encontrar algo de sí mismos y reconocer el sentido de los caminos tortuosos que han tenido que recorrer en el tiempo. Estos son los presupuestos para entender Gn 12, 10-20.
4. El sentido de Gn 12, 10-20. No sabemos cómo nació la narración contenida en Gn 12, 10-20, aunque es seguro que pertenece a los estratos más antiguos de las tradiciones contenidas en el libro del Génesis. Sin duda, se trata de una pequeña historia aislada que en algún momento fue unida a la primera fase de la historia de Abraham, después de abandonar Ur, la tierra de sus antepasados. Tampoco hay dudas sobre el interés en contar esta historia. De otro modo no podría explicarse que el tema se repita en Gn 20, 1-18, como hemos visto más arriba. Aún más: el mismo se repite una vez más en la historia de Isaac, el hijo de Abraham (1).
La clave de sentido de Gn 12, 10-20 la brinda la unidad contextual que forma con Gn 12, 1-9, el relato de la elección y del llamado de Abraham. Sólo esta relación permite descubrir la infidelidad en su conducta frente a Dios y a su mujer.
Abraham ha sido obediente al llamado de Dios y ha abandonado su tierra. Se ha desarraigado, pero no se ha convertido en un aventurero sin ningún rumbo fijo. Su derrotero está determinado por la palabra de la promesa hecha por Dios. Si ha abandonado seguridades al dejar su tierra, puede confiar ahora en la fuerza protectora de la bendición de Dios.
Todo esto, que es el mensaje central en Gn 12, 1-9, queda de lado en la situación que Abraham vive al llegar a Egipto (Gn 12, 10-20). La preocupación por la propia seguridad desplaza la vigencia de la palabra de la promesa y lo lleva a buscar una solución inmediata considerando el momento que le toca vivir. Ahí se da cuenta de que la belleza de su mujer es un posible peligro para su vida.
Posiblemente, su valoración de la situación no es equivocada. Abraham presume que los egipcios, al ver la belleza de Sara, van a matarlo para apoderarse de ella con más facilidad. La solución que busca al problema al hacerla pasar por su hermana es muy realista, pero se trata de ese tipo de realismo que se convierte en un valor absoluto que anula la dimensión de la fe en la palabra escuchada.
Abraham no toma una decisión en contra de la palabra de la promesa, sino que directamente la ignora como si nunca hubiera sido expresada. Actúa como una persona sin ninguna relación con Dios, que se conduce en la vida de acuerdo a lo que le parece inmediatamente conveniente.
Leyendo atentamente el texto de Gn 12, 1-20 se descubre un profundo contraste entre la primera parte (Gn 12, 1-9) y la segunda (Gn 12, 10-20). En la primera está la acción de Dios en el centro de la acción y el hombre juega un papel subordinado a esta acción; en la segunda es el hombre el que actúa y Dios desaparece de la escena hasta que castiga al faraón sin aviso previo.
No es que las dos partes no tengan ninguna relación entre sí. En la aparente falta de conexión entre ellas se muestra una forma elemental de infidelidad que no resulta de una reflexión y una decisión consciente, sino que responde a un impulso inmediato impuesto por las circunstancias. Esto no quiere decir que el texto esté interesado en caracterizar a Abraham como una persona impulsiva, que toma decisiones sin ponderar las circunstancias. Lo que se focaliza no es el perfil psicológico del personaje, sino el hecho de que su legítima búsqueda de seguridad le hace olvidar lo que era el sustento de su existencia y el rumbo de su historia: la palabra de la promesa.
Su conducta no es ejemplar en ningún sentido. Ni siquiera como ejemplo de que la infidelidad debe evitarse para escapar al castigo de Dios. Como hemos constatado en el punto anterior, falta tanto la expresión de reconocimiento de la culpa por parte de Abraham, cuanto el castigo por parte de Dios. El único castigado es el faraón que, en realidad, no merece ningún castigo porque obró con buena fe, convencido de que Sara era la hermana de Abraham.
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