está a disposición del hombre. Aquí no valen ni las pruebas ni las constataciones. Lo que se exige es la decisión que deja que Dios sea plenamente lo que es: el Dios fiel y salvador. El creyente se abandona a la imagen de Dios que le propone su fe.
La historia de Abraham en Gn 12, 10-20 muestra la fragilidad de la fidelidad. Siempre es posible olvidar la presencia del misterio, y actuar de acuerdo a los criterios de conveniencia que se descubren en la situación que se vive, como lo hace Abraham. Su historia puede convertirse en cualquier momento en nuestra propia historia.
1. Génesis 26, 6: Isaac se estableció entonces en Guerar. 7 Los del lugar le preguntaban por su mujer, y él decía: Es mi hermana. En efecto, le daba reparo decir: Es mi mujer, no fuesen a matarle los del lugar por causa de Rebeca, ya que ella era de hermoso aspecto. 8 Ya llevaba largo tiempo allí, cuando aconteció que Abimélek, rey de los filisteos, atisbando por una ventana, observó que Isaac estaba solazándose con su mujer Rebeca. 9 Llama Abimélek a Isaac y le dice: ¡Con que es tu mujer! ¿Pues cómo has venido diciendo: Es mi hermana? Dícele Isaac: Es que me dije: A ver si voy a morir por causa de ella. 10 Replicó Abimélek: ¿Qué es lo que nos has hecho? Si por acaso llega a acostarse cualquiera del pueblo con tu mujer, tú nos habrías echado la culpa. 11 Entonces Abimélek ordenó a todo el pueblo: Quien tocare a este hombre o a su mujer, morirá sin remedio.
2. En el Nuevo Testamento la mirada se concentra en Abraham como el padre de los creyentes porque acepta en la fe la promesa del nacimiento de su hijo, cuando él y Sara eran demasiado viejos como para concebir a un hijo. Pablo es el que más acentúa este aspecto. Cfr. Rom 4, 18-21: El cual, esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones según le había sido dicho: Así será tu posteridad. No vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin vigor - tenía unos cien años - y el seno de Sara, igualmente estéril. Por el contrario, ante la promesa divina, no cedió a la duda con incredulidad; más bien, fortalecido en su fe, dio gloria a Dios, con el pleno convencimiento de que Dios es poderoso para cumplir lo prometido.
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