Люси Монро

Lecciones de compromiso


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encantados al ver a una mujer tan sensual como ella, pero eso les duraría poco si no les daba bien de comer.

      Suspiró y pensó que tal vez le conviniera enviar a Shorty para que la ayudara hasta que se acostumbrara a las tareas. El hombrecillo cocinaba fatal, pero sabía las cantidades y los platos que comían los jinetes.

      Probablemente, Carlene lo desquiciaría. Le gustaba tener la última palabra y era obvio que estaba acostumbrada a mandar. Pero mientras se limitara a dar órdenes en la casa, no tendrían ningún problema. Win no quería tener que preocuparse por nada que no fuera dirigir el Bar G y las caballerizas Garrison. Con las yeguas a punto de parir no tenía tiempo para pensar en cosas como la comida y la limpieza de la casa.

      Sentía curiosidad por saber dónde habría adquirido Carlene aquella veta mandona y en qué había trabajado antes, ya que no tenía experiencia como ama de llaves. No podía creer que no se lo hubiera preguntado durante la entrevista. Ni siquiera le había pedido que llenara una solicitud de empleo. La había contratado por puro instinto, algo muy impropio de alguien tan precavido como él.

      Aunque odiaba reconocerlo, también habían influido las hormonas. Le costaba asumir que con treinta años aún podía dejarse afectar tanto por la visión de una mujer hermosa. Lo que pasaba era que hacía demasiado tiempo que no veía ninguna. Llevaba meses sin salir con nadie y bastante más sin tener relaciones sexuales. Estaba harto de juegos y de sexo desinteresado, y las dos cosas parecían estar asociadas a su falta de interés por el matrimonio.

      Había momentos en los que la casa parecía vacía, en los que él se sentía vacío. Aun así, seguía convencido de que el matrimonio era para los idiotas. Había aprendido muy bien la lección desde muy pequeño. Su madre se había casado cinco veces y se había divorciado cuatro. El único motivo por el que no se había separado del último marido era que había muerto antes de volver a aburrirse de la dicha conyugal.

      En otra época, Win había estado dispuesto a creer que no todas las mujeres eran como su madre. Era demasiado joven y estúpido. Acababa de terminar el instituto, estaba agobiado por la responsabilidad de tener que cuidar de su hermana de trece años y había conocido a una chica tímida y encantadora que quería casarse: Rachel. Había creído que Rachel lo ayudaría con su hermana y que podría hacer que aquella casa devastada por la muerte de su madre volviera a convertirse en un hogar.

      Se había equivocado. Rachel pretendía que vendiera el Bar G y se mudaran a la ciudad. Tenía ilusiones y no iba a dejar que nadie se interpusiera en su camino; menos aún su joven esposo y la hermana necesitada. Desde entonces, él no había querido saber nada más del matrimonio. Había aprendido la lección de la peor manera, pero la había aprendido.

      Carlene se había ofendido cuando se lo había planteado directamente. Había reaccionado con todo su orgullo femenino, y él había tenido que hacer un esfuerzo para no reírse. Era muy ingenua si creía que la mayoría de las mujeres que conocía no lo veían como un billete para una vida de lujo, caviar y cubiertos de plata.

      Aunque ella pensara lo contrario, no había sido grosero por dejar las cosas claras desde el principio. Había sido justo, y era un hombre justo. Carlene tenía derecho a saber cuáles eran sus intenciones; la deseaba y quería tener algo con ella, pero no estaba interesado en casarse.

      La deseaba desde que había abierto la puerta, molesto por la insistencia con la que llamaban al timbre. La mujer que estaba en la entrada había sido tan distinta de lo que se había esperado que se había sentido idiota. Idiota y muy excitado.

      No cabía duda de que había pasado demasiado tiempo sin compañía femenina. Afortunadamente había tenido el acierto de contratar a Carlene y no tardaría en rectificar la situación.

      Capítulo 2

      A Carlene le cayó bien Shorty desde que lo conoció. El peón que le había asignado Win para ayudarla en la cocina tenía canas, ojos grises y una sonrisa que compensaba su baja estatura.

      –Win dice que no tienes mucha experiencia, pero yo te echaré una mano hasta que aprendas cómo funciona todo. ¿Sabes cocinar?

      Ella se echó a reír.

      –Tendría que ser bastante tonta para aceptar este trabajo si no supiera. ¿Te parezco tonta?

      Shorty la estudió con detenimiento como si estuviera meditando seriamente la respuesta, y Carlene sintió aún más respeto por él. El hombre se concentró sobre todo en la cara.

      –No, no me pareces tonta en absoluto –contestó con un suspiro de alivio–. Menos mal que vas a sustituirme, porque a Win y los otros no les gustan mucho mis comidas.

      Aquello le hizo preguntarse para qué lo habían enviado a ayudarla en la cocina. Shorty se lo explicó con su siguiente comentario.

      –Pero nadie más, ni siquiera el jefe, sabe hacerlo mejor –dijo–. Puede que mi comida no sea muy apetitosa, pero por lo menos no se me quema.

      Carlene se acercó al fregadero y se lavó las manos.

      –Te voy a contar un secreto, Shorty. No sólo no quemo la comida, sino que más de uno ha dicho que mis platos son más que pasables.

      –Bendita seas, ¡qué alivio!

      Carlene esperaba que los demás trabajadores compartieran el entusiasmo de Shorty cuando se sentaron a comer en la cocina. Había hecho emparedados y ensalada césar, y galletas para el postre.

      Win se sentó en un extremo de la mesa, flanqueado por Shorty, a la izquierda, y por un tal Joe, a la derecha. Lo presentaron como el encargado del adiestramiento de los caballos y parecía de la misma edad que el jefe. Los otros cuatro peones tenían edades variadas, desde uno que parecía recién salido del instituto hasta otro que tenía tantas canas y arrugas como Shorty. Aparentemente, la mayoría trabajaban para Joe, mientras que Shorty y Lonny, un jovencito moreno de ojos grises y mirada fría, estaban en la cuadra de los purasangres con Garrison.

      Carlene les sirvió los platos, empezando por Win. No se dio cuenta de que había estado esperando su aprobación hasta que la miró y asintió.

      –Tiene buena pinta –dijo.

      Ella le dio las gracias y siguió sirviendo con una sensación de satisfacción ridícula. Cuando terminó se volvió hacia la encimera donde había dispuesto los ingredientes para las tortillas que pensaba hacer.

      –¿No vas a comer con nosotros? –preguntó Joe.

      Ella se giró y esperó a ver si Win secundaba la invitación. Como no lo hizo, replicó:

      –Tengo cosas que hacer. Comeré más tarde.

      –Venga, mujer –dijo un pelirrojo–. Nos encantaría tu compañía.

      Lonny la miró con complicidad y dio una palmadita en el asiento contiguo.

      –Puedes sentarte aquí, Carlene.

      Normalmente se habría reído ante una invitación como aquélla, pero había algo en Lonny que la ponía nerviosa. Su mirada despiadada le recordaba la del alumno que le había destrozado la vida en Texas. Reprimió un escalofrío y se recordó que allí no había ningún director descontento dispuesto a apoyar a Lonny para hacerle daño. Sólo estaba Win, y no lo imaginaba reaccionando al rechazo de un modo tan bajo como su ex jefe.

      Se abstuvo de contestar de mala manera para no ofender a los demás en su primer día de trabajo.

      –No, gracias. Como he dicho, tengo cosas que hacer.

      Carlene miró a Win para ver qué pensaba de la situación. Estaba mirando al jovencito con una frialdad estremecedora. Pero cuando volvió la cabeza para dirigirse a ella tenía una expresión mucho más cálida.

      –Organízate como mejor te parezca, pero no dejes de comer.

      –Sí, jefe –contestó ella con una amplia sonrisa.

      –Si tienes hambre, los chicos se cambiarán