era que podía sentar un precedente. Si aceptaba el ofrecimiento, siempre que comiera con ellos le cederían el lugar entre Shorty y Win.
Su estómago eligió aquel preciso instante para hacer ruido. Los hombres se echaron a reír, y Carlene sonrió avergonzada.
–Tal vez debería comer ahora.
Horas más tarde, Carlene había preparado una cena que Shorty sólo tenía que calentar y estaba lista para irse. No estaba tan cansada como después de una noche en el bar, pero le dolía la espalda por el esfuerzo. Se había pasado el día cocinando, limpiando y tratando de descifrar las instrucciones que había dejado Rosa en una mezcla confusa de español e inglés. Se preguntaba por qué la otra mujer habría dejado el trabajo tan repentinamente.
Estaba colgando el delantal en un gancho, junto a la nevera, cuando Shorty comentó:
–Se nota que sabes organizarte en la cocina de un rancho.
Ella se volvió a mirarlo y sonrió.
–Gracias. Me crié en el campo, en Texas.
–Te felicito, Shorty. En cinco minutos le has sacado más información de la que le saqué en toda la entrevista.
Carlene levantó la cabeza al oír la voz de Win. Estaba apoyado en el umbral del comedor, con una sonrisa pícara y un aspecto arrebatador. Llevaba casi lo mismo que en la entrevista, sólo que la camiseta era negra y tenía un sombrero texano en la mano.
Carlene habría preferido que dejara de sonreír de aquella manera; la hacía olvidarse de lo que tenía que hacer.
–Será porque no preguntaste –replicó.
Él entró en la cocina y olfateó la cazuela con gesto de aprobación.
–Huele bien.
–Gracias.
Win levantó el trapo que cubría las dos tartas de mora que había hecho Carlene para la cena, imaginando que a los hombres les gustaría el relleno ácido de fruta.
–Por cierto –dijo, volviendo a taparlas–, te equivocas.
–¿De qué hablas?
–Sí que pregunté –contestó antes de volverse a mirarla–. Recuerdo perfectamente que te pregunté por tu experiencia.
–Me preguntaste si tenía experiencia como ama de llaves. Te dije que no había trabajado en esto, pero que sabía cocinar y limpiar una casa.
–¿Por qué te fuiste de Texas? ¿Por el placer de la aventura?
Ella no pudo contener la risa.
–Si tuviera afán aventurero, no habría acabado en Sunshine Springs.
–Es cierto –admitió Win con una sonrisa.
–¿Y por qué te fuiste? –preguntó Shorty.
–Porque era hora de irme.
–¿De dejar atrás a un amante contrariado?
Carlene frunció el ceño. La pregunta de Shorty no se alejaba demasiado de la verdad.
–De dejar atrás una vida que ya no era para mí.
–¿Esa vida incluía un marido? –preguntó Win con una mirada que helaba la sangre–. ¿Niños?
Carlene se puso tensa. Le ofendía que la considerara capaz de abandonar a sus propios hijos.
–No, nunca me he casado.
A Win no se le suavizó la expresión.
–¿Y lo haces muy a menudo?
–¿Qué? ¿Irme?
Carlene se preguntaba si le preocupaba la posibilidad de que se fuera y lo dejara plantado como Rosa.
–No te preocupes –añadió–. Cuando decida marcharme, te avisaré con tiempo.
La mirada de Win se volvió aún más severa.
–Entiendo.
–No hay nada que entender. Soy una trabajadora responsable y no te dejaré en la estacada.
–Has dicho que me avisarás cuando te marches, no si te marchas. Eso significa que planeas irte.
Carlene no entendía por qué le hablaba como si lo estuviera traicionando. Tan sólo era una empleada.
Además, ella misma era un ejemplo de lo fácil que era sustituir a un ama de llaves. Pensó en la posibilidad de contarle su plan de volver a la docencia en otoño, pero descartó la idea de inmediato. No estaban hablando de un puesto de trabajo con expectativas de ascenso a largo plazo. Mientras trabajara para él haría el trabajo para el que la habían contratado y lo haría bien, y cuando decidiera irse, avisaría con el tiempo suficiente para que encontrara una sustituta. No se le podía pedir más.
–Si sólo aspirara a cocinar y limpiar durante el resto de mi vida, sería una persona muy distinta.
Win asintió con la mirada perdida.m
–Sí, serías otra persona.
Capítulo 3
Un par de días después, Lonny entró en la cocina cuando Carlene estaba lavando los platos del desayuno. Shorty había dejado de ir a ayudarla en cuanto vio que se había familiarizado con el funcionamiento del lugar, de modo que estaba sola con el peón de la cuadra. Hizo caso omiso de la incomodidad que le generaba la idea. Aunque Lonny tuviera los ojos más fríos del mundo, podía lidiar con un jovencito como él.
Decidida a tener el control de la situación desde el principio, se plantó una sonrisa en los labios y dijo:
–Si buscas a Shorty, está en el establo.
–No he venido buscando a Shorty. He venido a hablar contigo.
Lonny se apoyó contra la encimera a pocos centímetros de donde estaba Carlene. Ella puso el último plato en el lavavajillas, lo cerró y se enderezó para secarse las manos con un paño.
–¿Qué necesitabas? –preguntó.
–No quería nada en especial.
Carlene sabía que estaba mintiendo. En los ojos del joven había una intención clara, además de una seguridad inconfundible. Una seguridad que no le serviría de nada si intentaba hacer algo indebido. Al igual que el antiguo jefe de Carlene, averiguaría que ella no era ni sería nunca una presa fácil. Por suerte, Lonny no podía vengarse del rechazo con la misma crueldad que el director del colegio. Al menos esta vez, Carlene podría decir que no sin perder el trabajo y la reputación en el proceso.
Aprovechó que tenía que sacar una fuente que pensaba usar en la comida para alejarse de él. Fue un esfuerzo vano, porque la siguió.
–¿No deberías estar trabajando? –preguntó sin ocultar su exasperación.
–Si sólo me dedicase a trabajar, sería muy aburrido. Y yo soy todo menos aburrido, nena.
Carlene dejó la fuente en la encimera con más energía de la necesaria.
–Me llamo Carlene y no soy tu nena. Y la verdad es que soy bastante aburrida. Cuando me pagan por trabajar, trabajo. Tengo que preparar la comida y limpiar la casa, así que si me disculpas…
Lonny avanzó hasta arrinconarla, la tomó de la cadera con una mano y apoyó la otra en la pared.
–No te preocupes –susurró–. Yo te enseñaré a divertirte.
Carlene le puso los puños en el pecho. Lejos de inmutarse, él le recorrió el cuerpo con la mirada y se detuvo en los senos ocultos bajo el delantal antes de seguir. La mirada lasciva le hizo sentir retortijones. Lo último que necesitaba era tener que enfrentarse a aquello.
–Aunque estoy seguro de que con el cuerpazo que tienes sabes pasártelo