profundamente. Era algo que no se habría esperado que dijera jamás.
–El divorcio es muy traumático para los niños. Me cuesta imaginar cómo habrá sido pasar por dos.
–Por cuatro –precisó él.
Ella lo miró estupefacta.
–¿Tu madre se casó cuatro veces?
–Cinco. Se divorcio cuatro. Supongo que un psicólogo diría que tenía un problema con el compromiso.
–¿Y qué pasó con el quinto marido?
Carlene sabía que estaba preguntando más de lo que debía, pero lo cierto era que no se podía contener.
–Hank Garrison murió con ella en el accidente de avión.
–Usas el apellido de tu padrastro. ¿Te adoptó?
Win soltó una carcajada amarga.
–No, pero mi madre insistía en que nos cambiáramos de nombre cada vez que se casaba. Así que he tenido más apellidos que animales domésticos.
–Pero te quedaste con el de Garrison.
–Sí.
La lacónica respuesta de Carlene era una señal de que no quería hacer más comentarios al respecto.
–Lo siento mucho –dijo ésta, poniéndole una mano en el brazo.
Win le lanzó una mirada fría mientras aparcaba en la entrada de la tienda de comida.
–No sufras por mí. He sobrevivido.
Ella se sintió agredida y apartó la mano. Prefería reservarse la compasión para alguien que la necesitara, alguien que conservara algún resquicio de sensibilidad. El problema era que le dolía el corazón cada vez que pensaba en la infancia de Win. Al menos entendía la aversión al matrimonio que había expresado el día de la entrevista. Tenía motivos para desconfiar de la institución.
Win la observó avanzar por el aparcamiento y no pudo evitar admirar cómo balanceaba las caderas al andar. Carlene se volvió cuando llegó a la entrada de la tienda y lo llamó con impaciencia. Él suspiró y obedeció a regañadientes.
Al salir a la carretera meditó sobre la conversación que habían tenido en el coche. No le gustaba hablar de su madre, pero tenía la esperanza de que si revelaba algunas cosas de su pasado, Carlene haría lo mismo. De todas maneras, él era un libro abierto. Cualquiera de los residentes más antiguos de Sunshine Springs podía contar su historia con todo lujo de detalles.
Tanta curiosidad le parecía una buena señal. Las mujeres querían informarse sobre los hombres que les interesaban. Aunque no le cabía duda de que Carlene se sentía atraída por él, le había dado un montón de señales contradictorias. Algo la estaba reprimiendo.
Win tenía la sensación de que en Texas le había pasado algo que la había dejado asustada, como un animal herido. La deseaba y, si quería que se entregara, tendría que ayudarla a superar el pasado y seguir adelante.
Capítulo 4
A la mañana siguiente, Win fue a la cocina para preguntarle algo a Carlene y se detuvo en seco al verla agachada rebuscando en un armario bajo. Hacía mucho que no veía un trasero tan bonito como aquél. Tal vez fuera el trasero más bonito que había visto en su vida. Y además estaba en una postura que resultaba extremadamente excitante.
Se tomó un momento para disfrutar de la visión. Los vaqueros de Carlene no eran ajustados, pero no podían ocultar la preciosa curva de sus nalgas. Había notado que le gustaba usar ropa holgada y se preguntaba por qué, aunque no le parecía mal. No quería que los trabajadores tuvieran fantasías con ella, y sospechaba que Lonny ya las tenía. Aunque el chico no había hecho nada directo, no le gustaba que la mirara con lascivia.
Además de tener sus propias fantasías, Win había desarrollado toda una gama de sentimientos posesivos. La única mujer por la que sentía aquel instinto protector era su hermana, pero estaba seguro de que no quería verla desnuda. Con Carlene era distinto. Imaginaba que cuando por fin la tuviera en la cama no la dejaría escapar tan fácilmente.
Pensar en lo que planeaba hacer cuando llegara el momento le hizo subir la temperatura. Si se descuidaba, iba a entrar en un estado de deseo no correspondido y, por mucho que deseara a Carlene, tenía que administrar un rancho y un establo de adiestramiento.
–¿Has encontrado lo que buscabas? –preguntó a modo de saludo.
Carlene se sobresaltó y soltó un grito ahogado. Debió de darse con la cabeza contra algo, porque se oyó un golpe seguido de un gruñido. Retrocedió un poco para salir del armario y se volvió a mirarlo.
En su expresión había un calor comparable al que sentía Win entre las piernas.
–Me has asustado –dijo con tono acusador.
–¿No me has oído entrar?
Win sabía perfectamente que no lo había oído, porque de haberlo hecho no habría permanecido en aquella posición tan sugerente. Cuando se trataba de deseo, Carlene se comportaba como una criatura inexperta. La había visto mirarlo con una pasión esperanzadora, pero no había coqueteado con él en ningún momento. Era como una yegua en celo que no estuviera segura de querer ni de saber aparearse con el semental.
Win le dejaría dar unas cuantas vueltas por el picadero, pero más tarde o más temprano la arrinconaría.
Ella se frotó la cabeza, y los senos se le apretaron contra el delantal que usaba desde que llegaba a la casa hasta que se iba.
–No, no te había oído –contestó–. ¿Por qué no has dicho nada?
–Lo he hecho.
–Esos armarios no son muy prácticos. Es casi imposible llegar al fondo sin meterse dentro.
Él se encogió de hombros.
–Yo llego sin problemas.
–Pues yo no –puntualizó ella–. Y a menos que quieras ocuparte tú de la cocina, será mejor que encuentres una forma de hacer que los cacharros estén más a mano.
–Tal vez podría pedirle a uno de los peones que ponga un estante aparte.
–Vaya, eso estaría muy bien. De hecho, sería genial.
Carlene lo miró con un recelo repentino y añadió:
–Pero no se lo pidas a Lonny.
Win entrecerró los ojos y trató de descifrar la expresión de su cara.
–¿Te ha dicho algo? ¿Te ha molestado?
Ella se dio la vuelta para poner en el fregadero la olla que había estado buscando y abrió el grifo.
–Preferiría no tenerlo tan cerca. ¿Shorty no sabe poner un estante? Me cae mejor.
Win no quería dejar de lado el tema de Lonny, pero tenía la impresión de que Carlene había dicho todo lo que estaba dispuesta a decir. Tal vez hubiera notado cómo la miraba y se sintiera avergonzada. Aunque por el aspecto que tenía se podía pensar que estaba acostumbrada a atraer las miradas masculinas, daba la sensación de que no le gustaba.
–Shorty es un manitas, pero ahora lo necesito en las caballerizas. Llama a un carpintero.
Carlene cerró el grifo y volvió la cabeza para mirarlo con una sonrisa de gratitud.
–¿Estás seguro?
–Cariño, no me digas que te preocupa que no pueda pagarlo.
Ella se echó a reír.
–No, preguntaba si creías que valía la pena. De acuerdo, mañana llamaré al carpintero. Gracias.
–De nada.
Carlene trató de levantar el enorme cacharro de hierro