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Dame un respiro, n.º 285 - diciembre 2020
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Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-1375-011-8
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Índice
A mi madre, Maxi, por estar siempre ahí
y pensar que un libro era el mejor regalo que podía hacerme.
Capítulo 1
Viernes
Creí que la llamada sería de mi amiga Sharon. Por eso corrí hacia la cocina como si la vida me fuera en ello. Pero no.
—Ah… Eres tú.
—¡Vaya! Sí que te alegras de escuchar a tu madre.
—No, mamá, es que…
Eché una mirada rápida a las escaleras que conducían al piso de arriba. Entre el baño y yo había un asunto pendiente. Y no era algo de tipo intestinal o menstrual, sino más crucial.
Eran las nueve de la mañana de un viernes. Para mi madre era socialmente aceptable llamar a la gente, sobre todo a su única hija soltera.
—¡Feliz cumpleaños, cariño!
—Gracias, mamá.
—He reservado un especial para madre e hija en un spa que han abierto en Oxford Street. Ahora ya tienes que empezar a cuidarte. En cuanto te descuides tendrás las tetas en el ombligo…
Enrollé los dedos en el cable del teléfono, ansiosa, escuchando sus ya gastados consejos sobre comida, ropa y aparatos para hacer gimnasia, que había visto anunciados en la teletienda. Su discurso se centró sobre todo en una licuadora.
—Las hay en varios colores. ¡Son una monada! La hija de Christie Bradford tiene una y todas las mañanas se hace un batido energético antes de ir a correr. Hace tres kilómetros todos los días.
—Mamá, de veras, no necesito una licuadora. Sabes de sobra que solo tomo té por las mañanas.
—… Y han traído unos modelos preciosos en la sección de ropa deportiva. El fucsia siempre te ha favorecido, te compraré un conjunto.
Yo sabía que lo haría y que el lunes lo tendría en casa junto con una nota suya escrita con letra pulcra y elegante. Pero con mi madre era incapaz de mantener una conversación. Tenía su propio discurso interno. Hablaba y hablaba sin parar y varias veces tenía que despegar el teléfono de mi cansada oreja, igual que hacía cuando tenía veinte años y me llamaba tres veces al día a la residencia de la facultad.
Cuando volví a acercar el auricular…
—… Pasas demasiado tiempo sentada, Olivia. Debes hacer más ejercicio. Ya sabes que las Bennet siempre hemos retenido líquidos.
Ella soñaba con presumir de hija. Ya que tenía un puesto más que respetable en la universidad, lo menos que podía hacer era vestir de forma decente. Pero yo siempre iba con un suéter oscuro, falda larga y mis sempiternas botas de estilo cowboy. Eso cuando iba arreglada, si no, vaqueros, camisas anchas y algún collar étnico como complemento. Lo que intentaba decirme con toda esa retahíla sobre ropa y licuadoras último modelo era “¡Arréglate esos pelos y búscate un hombre!”.
—Cielo, sé que de pequeña estabas gordita. Pero ahora tienes un cuerpo muy bonito. ¡No hay necesidad de que lo escondas bajo esa ropa tan ancha y oscura!
Cinco minutos más tarde mamá andaba diciendo:
—Cariño,