ser. Nada saben de la presencia de Dios, los méritos de Cristo, la intercesión de la Virgen, la eficacia de la oración constante, de la confesión frecuente, de la Santa Misa. Viven ajenos al poder trasformante de la Eucaristía. No imaginan la eficacia de principios correctos de conducta, de los buenos amigos, de hábitos virtuosos largo tiempo practicados, de la vigilancia frente al pecado y la huida pronta de las tentaciones. Solo saben que una vez penetrado el tentador en el corazón se hace irresistible, y que requerida el alma por la malicia de aquel es arrollada por la necesidad de pecar.
Aseguran que, aun en su mejor momento espiritual, han sido siempre vencidos por el enemigo de su alma antes de comenzar a resistir, y que este es el único estado que han experimentado. Conocen esto y ninguna otra cosa. Dicen que nunca han combatido con ventaja, que nunca se han visto protegidos por los muros de una fortaleza donde el tentador no consiguiera penetrar. Juzgan, repito, según su experiencia, y no creen en lo que jamás han sabido.
LA FUERZA DE LA PENITENCIA
Si aquí hay algunos que no consideran la gracia como algo eficaz dentro de la Iglesia, por el hecho de que parece conseguir poco fuera, sepan que no me dirijo a ellos. Hablo a quienes no reducen su fe a su experiencia. Hablo a quienes admiten que la gracia puede trasformar la naturaleza humana en lo que no es[4]. Estas personas considerarán no una causa de envidia y recelo sino una gran ganancia que les sean enviados como predicadores, confesores y consejeros, seres capaces de disculpar sus pecados. Ninguna tentación, hermanos míos, os sobrevendrá que no pueda presentarse también a todos los que participan en vuestra naturaleza, aunque quizás vosotros hayáis cedido y ellos no. Estos hombres pueden comprenderos, anticipar vuestras dificultades y penetrar el sentido de lo que os ocurre, aunque no os acompañen en los mismos pasos.
Serán comprensivos con vosotros y os aconsejarán con mansedumbre, pues saben que también ellos pueden sentir idénticas debilidades. Acercaos sin recelo a nosotros, los que estáis cansados y oprimidos por cargas pesadas, y encontraréis reposo en el espíritu. Venid a quienes estamos, sin mérito nuestro, en el lugar de Cristo y hablamos en su nombre. También nosotros hemos sido salvados en la sangre del Señor. También nosotros seríamos pecadores sin remedio si Él no nos hubiera mostrado piedad, si su gracia no nos hubiera purificado, si su Iglesia no nos hubiera recibido, si sus santos no hubieran rogado por nosotros. Sed salvos, como nosotros lo hemos sido. «Venid, oíd, los que teméis a Dios, os contaré todo lo que Él ha obrado en mi alma» (cfr. Ps LXVI, 16). Escuchad nuestro testimonio, observad la alegría de nuestro corazón, y aumentadla participando en ella vosotros mismos. Escoged la mejor parte que hemos elegido nosotros. Acompañadnos. Nunca os arrepentiréis de ello, estad seguros. Aceptad la palabra de quienes tienen derecho a hablar. Nunca os arrepentiréis de haber buscado perdón y gracia en la Iglesia católica, única que posee gracia divina, energías espirituales, y santos. Nunca os arrepentiréis, aunque os sea preciso padecer dificultades y tengáis que abandonar algunas cosas. Nunca os arrepentiréis de haber pasado de las sombras del sentido y el tiempo[5], las decepciones terrenas y de la falsa razón, a la estupenda libertad de los hijos de Dios.
Cuando hayáis efectuado el gran paso y os encontréis, hermanos míos, en posesión de vuestra bendita herencia, como pecadores reconciliados con el Padre que perdona, no os olvidéis entonces de quienes han sido instrumentos de vuestra reconciliación. Y así como os exhortan hoy para que volváis a Dios, rogad por ellos al Señor, para que obtengan el gran don de la perseverancia y permanezcan hasta la muerte en la gracia que confían poseer ahora, no sea que después de predicar a otros vayan a ser reprobados.
1 Es el texto anterior a la reforma implantada por la Constitución Apostólica Missale Romanum, de 3-III-1969.
2 Newman enuncia en este pasaje la verdad católica de la Concepción sin pecado de María, que sería definida por Pío IX como dogma en 1854, es decir, cinco años después.
3 El autor ejemplifica un principio repetido frecuentemente en sus obras, según el cual toda gracia concedida a un hombre se le otorga, en último término, para su entrada en la Iglesia católica.
4 Se entiende «en lo que no es» de facto, pero puede llegar a ser, debido a la llamada potencia obediencial o capacidad para recibir la gracia y ser elevada por ella.
5 Es un tema de resonancias agustinianas, muy frecuente en Newman.
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