La primera preocupación que don Luís da Cunha externó a su discípulo es el pobre equilibrio entre los intereses portugueses y los de sus vecinos españoles. Era una prioridad, entonces, disminuir las ventajas comparativas que el gobierno de Madrid exhibía sobre el poder de los secretarios de Estado en Lisboa, ya que solo de esa manera la independencia política del Reino de Portugal estaría definitivamente asegurada.
El razonamiento de don Luís sigue la lógica de las ideas mercantilistas: las ventajas españolas se basaban en su población más numerosa, en su mayor extensión geográfica, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo —y en el mayor poder económico y militar que sus territorios y su población le proporcionaban. El hecho de que el territorio portugués en Europa fuera pequeño podría evitarse con la consolidación de la soberanía portuguesa sobre los dominios de ultramar. Tales dominios deberían garantizarse mediante la firma de tratados que legalizaran la posesión de tierras que ya estaban bajo control portugués y el establecimiento de límites naturales que permitiesen la defensa militar y el control económico57.
Respecto a la brecha demográfica, fue necesario detener las sangrías que llevaron a la despoblación del Reino y a la ociosidad58. Confiado por el hecho de que estaba sirviendo en el extranjero y sabiendo que su Instrucción circularía entre un público restringido, don Luís da Cunha no temía denunciar, a veces con comentarios poco ortodoxos, las causas del problema.
La gran cantidad de conventos y monasterios en el reino fue la primera sangría que se tuvo. Este factor fue el culpable de obstaculizar la inversión productiva debido a las donaciones hechas por los devotos. En muchos casos, las donaciones se convirtieron en activos inalienables de las comunidades religiosas que poseían grandes extensiones de tierra ociosa o producían solo para la subsistencia o el beneficio de los religiosos. Así, los claustros estaban llenos de hombres que podrían ser útiles en la administración del imperio y en el sector productivo. Los recogimientos femeninos también iban en detrimento de los intereses del reino, ya que en ese proceso estaban vinculadas las dotes necesarias, como los capitales y las mujeres sin la más mínima vocación religiosa59.
En el mismo sentido, la situación de los recogimientos en los territorios conquistados era aun más preocupante. Esta segunda sangría podría conducir a la pérdida del Imperio, ya sea por la falta de hombres en la administración civil y militar o “donde se necesita gente para trabajar en sus plantaciones y minas para aumentar su comercio”, o por los elevados costos de mantenimiento de los celibatarios. Sin embargo, don Luís dejó en claro que la solución debía abarcar tanto el reino como el ultramar, ya que todos los territorios de la monarquía enfrentaban el mismo problema60.
El diagnóstico de la tercera sangría es uno de los pasajes más controvertidos en los escritos de don Luís da Cunha. El objetivo de su crítica es la Inquisición61 y, en ese pasaje, escuchamos los ecos de la protesta del Padre Antonio Vieira (1608-1697), quien, en la coyuntura histórica de la Restauración (1640) y la lucha por la independencia de Portugal, defendió una política de tolerancia para los judíos, debido a la necesidad de capital en la economía portuguesa62.
Para don Luís, el “proceder de la Inquisición, en lugar de extirpar el judaísmo, lo multiplica” y también “hace salir de Portugal a la gente más apropiada para su comercio”. Se proponen algunos remedios: la adopción de las etapas procesales utilizadas en los tribunales reales, la obligación de los bienes confiscados de ser devueltos a los herederos de los acusados y, finalmente, un perdón general seguido por la decisión de “dar a los judíos la libertad de conciencia”63.
La mejoría de la explotación del territorio y el fomento del crecimiento de la población productiva deberían ser acompañados por una nueva política de alianzas y por el fortalecimiento del poder militar de la Corona. En asuntos militares, don Luís defendió la formación de un escuadrón de guerra y una marina mercante, para la nacionalización efectiva del comercio ultramarino y para la defensa del imperio. El ejército, a su vez, debería ser profesionalizado para que al menos pudiera garantizar la defensa del reino y los territorios de ultramar. Estos objetivos solo se cumplirían a largo plazo. Hasta que se alcanzara dicha estructura, no había forma de escapar de la alianza inglesa y del apoyo de su armada (Cunha, 2001, pp. 273-276).
Si la riqueza es el resultado de la circulación de bienes, el comercio es la clave para la prosperidad de las naciones. Al identificar los obstáculos para el fortalecimiento del comercio portugués, don Luís demuestra los límites de sus ideas. Una lectura apresurada muestra a un reformador dispuesto a soportar las consecuencias de un cambio social más profundo: mera ilusión. Su primera sugerencia para aumentar la prosperidad del comercio es la reforma de los abusos de los privilegiados, “porque los impuestos y las cargas de los que están exentos llevan a los mismos pueblos y, por lo tanto, socavan la hacienda real”. Se destacaron los familiares del Santo Oficio, hombres que se distinguieron al “arrestar a cuatro judíos miserables, si es que lo son” y que solo querían ser reputados cristianos antiguos (Cunha, 2001, pp. 281-282). Don Luís no profundiza sobre la discusión en torno a los privilegios fiscales de la nobleza y el clero. Su posición como hombre del Antiguo Régimen queda clara en dos de sus sugerencias: la elevación de familias nobles a Casas de Primera Nobleza, para que sus miembros puedan asumir el gobierno de las provincias del reino y de los territorios conquistados64; y la reorganización de las órdenes honorarias, con el reconocimiento de la Orden de Cristo, que, entre las portuguesas, tenía el mayor prestigio internacional, para no trivializar su atribución65.
Otras medidas en busca del equilibrio de la balanza comercial son propuestas por don Luís, entre ellas una renovación de la pragmática sobre el lujo. Para el autor, hay una división entre lujo profano y lujo devoto. El profano es aquel que sigue la moda, “que puede satisfacer la ambición o la locura de los hombres”, dando forma a nuevos patrones de consumo en los que los gustos de la alta aristocracia se convierten en una referencia para la sociedad. Este tipo de lujo no podría traer beneficios al reino: sus bienes eran producidos en el extranjero —generalmente en Francia— y gravaban las importaciones66.
El lujo piadoso, a su vez, era pernicioso, porque además de limitar el entorno circulante del reino, de él “nace que el oro que se pierde tanto en el dorado de la madera, deja de circular entre el pueblo, que pagaría las cosas a precio justo” (Cunha, 2001, p. 286). Además, este segundo tipo de lujo también restringió el crédito necesario para impulsar la economía. En este punto de su razonamiento, don Luís criticó a otra institución presente en todo el imperio portugués: la Santa Casa de la Misericordia. Hermano ausente de la Casa de Lisboa, el diplomático defendió la buena costumbre de dar limosna y cuidar a los más necesitados. Sin embargo, el problema era el mal hábito de aquellos que creían que las malas acciones serían perdonadas a quienes daban limosnas sustanciales a la institución o el equivalente en capitales a las arcas de la Misericordia67.
Otro aspecto de la devoción portuguesa que no se vio excluido por el ojo crítico de don Luís fue el número excesivo de feriados y de festividades religiosas. El objetivo de la crítica es combatir la ociosidad, “porque la ociosidad es contraria al buen gobierno, y la madre de todos los vicios”. Era un lujo sacrificar dos tercios de los días del año en contrición y manifestaciones públicas de fe. Era aceptable que los hombres participasen de las festividades y las misas, siempre que el resto del día estuviera ocupado con actividades productivas. Coqueteando con la herejía, don Luís cita el ejemplo de los países protestantes que solo guardaban los domingos y el período de Pascua. En esos países, el respeto por el trabajo productivo y la condena a la ociosidad aumentaron la riqueza del Estado y no desviaron a los fieles del camino de la justicia68.
Una solución al lujo profano fue retomar la política de manufacturas del reinado de don Pedro II (1667-1706). Dirigido por don Luís de Menezes, 3er conde de Ericeira (1632-1690), este esfuerzo intentó reequilibrar las finanzas públicas en un contexto de crisis. La Corona portuguesa extrajo del comercio colonial y de los derechos de aduana una parte significativa de sus ingresos, por lo que fue trágico para el Estado reducir el comercio y bajar los precios de los productos portugueses durante el último cuarto del siglo XVII. Además de la crisis internacional, los gastos de la Guerra de Restauración