gobierno vigente. En Holanda, por ejemplo, el poder estatal era subordinado a las necesidades del comercio. En Inglaterra y en Francia, a su vez, la iniciativa económica estatal estaba relacionada con los intereses militares, generalmente agresivos, en relación con los otros países europeos. Los mercantilistas, limitando su análisis al ámbito de la circulación de bienes, profundizaron el conocimiento de cuestiones como la balanza comercial, las tasas de cambio y los movimientos del dinero (Heckscher, 1983)46.
Otra transformación fundamental fue la de la propia concepción de mercado, ahora basada en nociones del derecho natural, establecidas en las primeras décadas del siglo XVIII. Partiendo del argumento de que Dios creó el mundo perfecto y bondadoso, además de la idea de que todo lo que hay en el mundo está sometido a las leyes naturales para proporcionar la conservación y la felicidad de los hombres, se creía que el plan divino solo se realizaría cuando cada individuo actuara conscientemente para mejorar su propia condición. El derecho natural sería, entonces, uno de los factores responsables de colocar al hombre en el centro de las especulaciones filosóficas y consecuentemente en el desarrollo de un nuevo espíritu científico que sería guiado por la razón, principal instrumento utilizado por los individuos para descifrar el mundo en el que vivían sin recurrir a explicaciones trascendentales. Este cambio de concepción del mundo origina un proceso de secularización, siendo una de sus características la emergencia de diversas disciplinas intelectuales, cada una con su especialidad y posteriormente, sus especialistas47.
Ya la asociación entre la historia natural y el discurso económico autónomo proviene de la voluntad de comprender el funcionamiento material del mundo natural que, cada vez más, se hacía presente al discurrir el siglo XVIII. Entre las motivaciones detrás del interés público por las nuevas ciencias del mundo natural podemos citar la utilidad y la aplicación de ellas en la solución de problemas de la vida real. Se creó entonces una estrecha relación ente las ciencias naturales y las cuestiones de carácter económico, pues varias concepciones originalmente de las ciencias de la naturaleza —como orden, equilibrio y regulación— son absorbidas por el discurso económico en formación (Cardoso, 2004, pp. 3-23.)48.
La economía política se vuelve así más compleja que las ideas mercantiles, al incluir en su alcance el análisis de las relaciones económicas entre los individuos y el intento de establecer leyes que expliquen estas relaciones de manera integral (Dumont, 2000, pp. 77-94). Tal proceso de valorización del individuo y también del movimiento lleva a la primacía de lo económico sobre la política pública. Se trata, sin embargo, de un movimiento más sutil, pues tiene un sesgo filosófico y cultural, y agrega la transición de la hegemonía a la idea de gloria —típica de la Edad Media y del inicio de la Edad Moderna— a la noción de interés, fundamental para el control de las emociones personales (pasiones) y reguladora de un nuevo orden político en el que la expansión económica llevaría bienestar a la mayor parte de la población49.
Para el reino de Portugal y los soberanos de la casa de Braganza, las últimas décadas del siglo XVII fueron de lucha por su independencia y por el reconocimiento internacional. El periodo de la guerra de Restauración (1641-1668) (Costa, 2004) fue de disputa de paradigmas gubernativas de la Corona: ¿cómo maximizar la eficiencia de los engranajes del poder y del esfuerzo de guerra contra los enemigos en las fronteras del reino y del imperio?
Con los Braganza, los tribunales regios pasaron a tener el predominio en la estructura de gobierno, sirviendo de contrapunto al modelo de gobierno de Madrid, basado principalmente en las Juntas y los válidos50. Entonces se crearon nuevas instancias gubernativas superiores, como el Consejo de Estado, el Consejo de Guerra, el Consejo de Ultramar y la Junta de los Tres Estados. La gestación de las políticas regias se daba a través del diálogo y a través de disputas por la influencia entre estos consejos superiores que centralizaban la administración diplomática, militar, financiera y patrimonial de la Corona. Además, estos consejos debían responder y arbitrar demandas que se originaban en los espacios periféricos del imperio (Loureiro, 2014, pp.44-57).
Pero este proceso de reorganización de las esferas de gobierno de la monarquía portuguesa no fue unívoco. Todavía en los años más perturbados por la guerra con los Habsburgos el control del gobierno de la casa real y de los procesos políticos de la Corona estuvieron a cargo de Luís Vasconcelos e Sousa, tercer conde de Castelo Melhor. Durante casi cinco años completos (1662-1667) Castelo Melhor asumió el cargo de secretario de la Puridad (Escrivão da Puridade) con una gestión de los asuntos públicos próxima a los privados españoles (Dantas, 2012, pp.171-186).
Percibimos entonces que diversos paradigmas de gobierno para la Corona portuguesa todavía estaban en disputa a fines del siglo XVII. El modelo mercantilista de consolidación estatal avanza en el reinado de don João V, cuyo largo reinado (1706-1750) fue el momento de la actividad de don Luís da Cunha. Incluso, al comienzo de este reinado algunos eventos marcaron la percepción de que se necesitaban reformas gubernamentales. La Guerra de Sucesión por el trono español demostró que la doctrina militar portuguesa, un éxito durante las luchas de la Restauración, ya no satisfizo las necesidades de los nuevos campos de batalla. La modernización era necesaria, por ejemplo, en la elección de comandos militares, generalmente entregados a la alta nobleza del reino. Además, el proceso de toma de decisiones en Lisboa comenzó a exigir una mayor agilidad, como lo demuestra el nuevo prestigio que las secretarías de Estado alcanzan frente a los consejos y otras esferas de toma de decisiones colectivas51.
Otro cambio significativo fue el papel destacado que desempeñó la diplomacia de representación en la política de la Corona portuguesa. Se pone mucho énfasis en las relaciones de Lisboa con la Santa Sede, con los Braganza demandando paridad de trato con las otras grandes potencias católicas en su relación con el papado, lo que se logró con el título de Su Majestad Fidelísima otorgado a los monarcas portugueses por el papa Bento XVI en 1748. Pero en las primeras décadas del siglo XVIII, la diplomacia portuguesa también participó activamente en congresos que buscaban pacificar el continente europeo y establecer un nuevo status quo dinástico y el reconocimiento de nuevas dimensiones para conceptos como el de límite —que ahora significa el límite del poder/soberanía. A partir del Congreso de Utrecht (1713-1715), la contradicción entre la creencia en el cosmopolitismo y la necesidad de definir fronteras serán arbitrados por la diplomacia y por los rituales del ceremonial diplomático.
Don Luís da Cunha y los orígenes del Reformismo Ilustrado portugués
O poder próprio em que se funda a conservação de Portugal, ou são as forças interiores do Reino ou as exteriores das Conquistas [...] porque, posto que o poder militar conste e se componha de gente, armas, munições, cavalos, etc., tudo isto se reduz a dinheiros.
El mismo poder en el que se basa la conservación de Portugal, o son las fuerzas internas del Reino o las externas de las Conquistas [...] porque, puesto que el poder militar está compuesto por personas, armas, municiones, caballos, etc., todo esto se reduce a dinero (Padre Antônio Vieira).
Posiblemente el hombre que mejor entendió la nueva coyuntura internacional, sus disputas y su nuevo equilibrio de poder fue don Luís da Cunha (1662-1749)52. Sirviendo como representante diplomático en las principales Cortes de Europa, don Luís vivió parte de su vida en el extranjero, donde entró en contacto con las nuevas ideas del siglo y participó activamente como observador en importantes conferencias diplomáticas, como las que concluyeron los acuerdos de paz de Utrecht (1713-1715)53.
Así, podemos ubicarlo, junto a Luis António Verney (1713-1792), como uno de los arquetipos de los extrangeirados, letrados que, a la sombra del Estado, intentaron adaptar las ideas y la epistemología del nuevo siglo al contexto portugués54. Como defensor de la razón del Estado55 pudo construir una red de poder a través de sus opiniones y consejos, difundidos a través de cartas, memorias e instrucciones. En particular, dos de esos textos describen claramente su visión de la geopolítica portuguesa y los caminos que deben seguir los que tomaron las riendas del poder en Lisboa: las Instrucciones Políticas, escritas para su alumno Marco Antônio de Azevedo Coutinho (1688- 1750) y su Testamento político, remitido al futuro rey don José I (1714-1777)