simbólico que después se utilizaría para abanderar los intereses británicos en contra de España y declarar de nuevo la guerra en 1739, una larga guerra que duraría nueve años y que los ingleses llamarían la guerra de la Oreja de Jenkins.
En plena guerra, el Consulado de México escribió en 1744 una representación en la que de nueva cuenta sostenía un argumento muy interesante al señalar que los males que padecía el comercio mexicano no se debían a la conflagración bélica27, sino a los abusos que cometían los factores y encomenderos españoles al quedarse a residir en el reino. Las últimas flotas que habían llegado fueron las de Rodrigo Torres en 1732 y López Pintado en 1735, de modo que algunos de los factores españoles podían llevar doce años rezagados en el reino, sin contar a los que hubieran venido en los azogues y los registros empleados durante la guerra. Según el Consulado de México, cada vez eran más graves los excesos que cometían estos factores o agentes de los grandes comerciantes españoles porque no se limitaban a vender lo que habían traído originalmente, fuera suyo o encomendado, sino que seguían comprando a los nuevos factores que iban llegando a Nueva España y competían deslealmente con los mexicanos. Durante sus largas estancias en este reino, los factores españoles llegaban a conocer muy bien el mercado novohispano. Sabían qué géneros escaseaban y cuáles eran los que tenían un mayor consumo y por lo tanto una demanda muy alta, así que cuando arribaban al puerto los barcos españoles, ellos eran los primeros en hacer tratos. Los almaceneros o mayoristas mexicanos quedaban relegados a comprar en segundo lugar (según lo dicho por el prior y los cónsules del Consulado), así que los comerciantes minoristas y de provincia que tenían tienda abierta compraban en tercer lugar. Según el tribunal consular mexicano esto provocaba que los almaceneros principales, incluso los más adinerados, se contuvieran en sus compras y se vieran desplazados por los agentes peninsulares, de modo que siempre prevalecía el comercio de “los gachupines”, como literalmente los llamaron en su representación, explicando que era el término con el que los llamaba el vulgo28 .
A este desorden contribuía la irregularidad con la que llegaban los navíos sueltos y de registro, es decir, los barcos que navegaban de manera aislada y no en flota. Nunca se sabía cuándo llegaría uno de estos barcos, así que los mexicanos se abstenían de hacer grandes compras a una de estas naves por temor a que enseguida arribara otra repleta con la misma mercancía que acaban de comprar, lo que provocaría que los precios de esa mercancía se desplomaran. Según los mexicanos, aunque no explicaban cómo, los agentes españoles tenían noticias inmediatas e individuales de los bajeles que se despachaban de Cádiz y de las cargazones que traían, lo que les daba una ventaja extraordinaria contra la cual los mexicanos no podían competir. Para colmo, los españoles habían extendido la mano a todo lo que se comerciaba de las otras provincias y puertos de las Indias: “no se dispensan las ferias de cacao en la Veracruz, ni las de efectos de Filipinas en Acapulco, ni las granas de Oaxaca, ni las tintas y cacao de Guatemala, ni en otra parte alguna de los frutos, y renglones aunque sean menudos, y de corto valor”29. Según los grandes almaceneros mexicanos, los negocios entablados por los agentes peninsulares provocaban que todo, ropas y frutos, fuera más caro y para colmo, apuntaban los mexicanos, todas estas operaciones no las hacían con su propio dinero sino con el de sus principales en España, los grandes mercaderes para los cuales ellos trabajaban y de los cuales eran criados, con el agravante de que los verdaderos dueños de los capitales no sabían de estas operaciones de sus empleados ni tenían noticias del peligro al que estaban expuestos sus caudales en Nueva España.
Para cortar de raíz los excesos que estaban cometiendo los comerciantes españoles, el tribunal del Consulado de México suplicaba que se prohibiera absolutamente el envío de navíos de registro y que, si se daba alguna licencia, se impusiera la obligación de que los navíos vinieran en grupos y no de manera aislada (según los mexicanos porque así la navegación era más segura). Además, si su envío era inevitable, se pedía que a los comerciantes gaditanos se les restringiera su estancia a Xalapa o en cualquier otro lugar, pero que se les ordenara que permanecieran allí exclusivamente con absoluta prohibición de internarse libremente por el territorio. El Consulado pedía incluso que ni siquiera se les autorizara a subir a la capital del virreinato. Y desde luego solicitaban que se prohibiera a los españoles que negociaran con frutos y mercancías de América y Filipinas; solo debían hacerlo con la cargazón y encomienda original que hubieran traído de Europa30.
Sencillamente, los de México estaban protegiendo su territorio y sus intereses económicos dentro de su propio espacio. Todos los comerciantes que llegaran de mar en fuera debían mantenerse dentro de límites acotados, fueran españoles o ingleses. Este era el verdadero núcleo de la controversia.
La respuesta a la solicitud mexicana de que no se enviaran más flotas ni navíos sueltos sobrecargados de mercancías, que no se permitiera a los factores españoles salir del recinto de la feria ni desde luego que se quedaran rezagados en el reino y mucho menos que intervinieran en el comercio de productos de la tierra y de otras provincias ultramarinas, fue simplemente ridícula. Sencillamente se mandó que los factores españoles debían residir estrictamente en el pueblo de Xalapa durante todo un mes, pero solo un mes, concluido el cual y si no habían vendido todas las mercancías que habían traído, podían marcharse al interior del reino31. El comercio mexicano acató con obediencia esta medida, pero la encontró absolutamente impracticable. Un mes de feria era tiempo insuficiente para vender todo el cargamento traído de España, pues si se contaba el tiempo que transcurría desde que los factores y encomenderos gaditanos llegaban a Xalapa con sus ropas y géneros, significaba que a los mexicanos les quedarían si acaso tres días escasos para entablar negociaciones, pues a ellos mismos les llevaba casi el mes preparar el viaje desde la ciudad de México hasta el sitio de la feria y ese tiempo corría a partir de que se enteraban del arribo los barcos, cuando por su parte los flotistas estaban comenzando las maniobras de descarga y acarreo de las mercancías32. Además, los factores españoles, sabiendo que al cumplirse el mes podrían marcharse al interior del reino, durante la feria en Xalapa ponían precios muy altos para desalentar las compras. Además, nada se había dicho respecto a lo que ocurriría concluido ese mes. Nada impedía a los factores españoles trasladarse con sus caudales adonde mejor les conviniera y allí seguir sus tratos y granjerías, comprando a los navíos de registro que llegaran de España y metiéndose en el tráfico de los frutos y efectos de la tierra y demás provincias de América y, aunque esto lo tenían prohibido, la prohibición solo servía para que lo hicieran en secreto. El resultado era que se quedaban rezagados en Nueva España tres, cuatro y hasta diez años.
Por su parte, los factores españoles alegaban que era parte de su derecho natural y de gentes el poder comerciar para subsistir en México, como también lo era poder residir en cualquier sitio, pero el Consulado de México argumentaba que la facultad natural de vender, comprar y negociar podía limitarse y restringirse cuando intervenían motivos de utilidad pública, como era el caso que los ocupaba, pues se trataba de la conservación de la Corona y el aumento de sus intereses. Los mexicanos oponían así al derecho natural el derecho positivo en función de razones que dictaba el propio derecho natural y la buena política. En su representación, el Consulado de México llevó al extremo su argumento. Comenzó por explicar que desde la antigüedad era común a todas las naciones del mundo prohibir el comercio a los extranjeros y que, en caso de permitirlo, la costumbre era señalar a los extranjeros un lugar preciso de residencia para que “no pudieran internarse en la patria, ni hacerse capaces de sus secretos”, esto por el peligro que entrañaba exponerse ante un extranjero enemigo, pero el Consulado de México extendió el argumento y lo aplicó al peligro de exponerse ante un competidor, y se referían ni más ni menos que a los factores españoles33. Simple y llanamente en esta representación el comercio mexicano trataba a los factores y encomenderos rezagados como “extranjeros”, potenciales enemigos en términos económicos. Para el Consulado de México era casi tan peligroso que entraran en Nueva España los comerciantes ingleses como los comerciantes españoles; ambos eran sus competidores y rivales económicos34. Según los mexicanos, los del comercio de España pretendían “estancar para sí solos los inmensos tesoros de la América”. Y se preguntaban: “¿Dónde está la amistad, sociedad, el idioma uniforme, el imperio de un soberano?”35.
En resumen, los cambios que se practicaron en el comercio