década larga de conflicto bélico antes de poder llevar a la práctica sus nuevas ideas de gobierno. Es probable que por esto las reformas de gobierno siempre fueron atemperadas, si no es que postergadas, ya que se debieron atender de forma inmediata las circunstancias generadas por la guerra y se prefirieron correcciones más que grandes innovaciones. Pero hubo además otro factor que debe ser considerado.
La nueva política y sus reformas no podían aplicarse de forma mecánica y directa en sociedades que ya eran muy complejas, diferentes entre sí y distintas también a la metrópoli y, sobre todo, que funcionaban con una dinámica propia arraigada a lo largo del siglo XVII. Tratándose específicamente de Nueva España, a lo largo de ese siglo los grandes comerciantes del virreinato que residían en la ciudad de México, la capital virreinal, habían conseguido el control del comercio marítimo dentro de su propio territorio y, naturalmente, reaccionaron oponiéndose a varios de los cambios del sistema comercial cuando sintieron amenazado su control. En particular, rechazaron los cambios que favorecieron la intromisión y la competencia de los comerciantes venidos de fuera, es decir, los que ellos consideraron “extranjeros”. Entre ellos estuvieron desde luego los ingleses que vinieron como factores de la Compañía Real de Inglaterra6, pero también, y en esto debe ponerse atención, los mismos comerciantes españoles venidos de Cádiz con las flotas. Siguiendo el discurso y los argumentos de los comerciantes mexicanos en varias de sus representaciones, se puede ver cómo va en aumento la oposición a la presencia de los gaditanos en el interior del virreinato, y cómo ese rechazo va convirtiendo a los flotistas de Cádiz en “extranjeros” a los ojos de los comerciantes mexicanos. Unos y otros eran españoles, súbditos de la misma Corona; los propios comerciantes mexicanos en su mayoría habían nacido en España, así que la calificación nada tenía que ver con el lugar de procedencia original, pero los comerciantes de Nueva España defendieron su territorio de comercio como algo propio, en el que todos los venidos de fuera eran ajenos a él, eran “extranjeros”.
En aras de la claridad, conviene aquí establecer quiénes eran los distintos grupos de comerciantes españoles que compitieron dentro del virreinato de Nueva España. Las representaciones estudiadas fueron escritas por el prior y los cónsules del Consulado de México, gremio que aglutinaba a todos los grandes comerciantes del virreinato dedicados al giro ultramarino. Todos ellos eran mayoristas dedicados a importar y exportar y fueron conocidos como almaceneros, precisamente porque compraban y guardaban grandes lotes de mercancías que después revendían por las distintas provincias novohispanas. A ellos nos referiremos como comerciantes “mexicanos”, aunque, como se dijo, la mayor parte era originaria de España. Eran mexicanos porque tras varios años de residencia y vecindad en el virreinato allí habían hecho su vida y labrado su fortuna. El otro grupo de comerciantes españoles involucrado en el giro ultramarino eran los recién llegados provenientes de España, los que venían en las flotas de comercio y que eran en general factores, encomenderos o empleados de grandes comerciantes que permanecían en la Península. A ellos nos referiremos como flotistas o gaditanos, porque venían en las flotas que zarpaban de Cádiz, no porque fueran oriundos de esa ciudad, o también les llamaremos factores españoles porque en su mayoría eran, como se dijo, empleados de los grandes mercaderes europeos.
Conviene también establecer desde aquí los principales agravios que los comerciantes mexicanos resintieron por el curso que siguió el comercio marítimo bajo el nuevo gobierno borbónico. De acuerdo con las representaciones escritas por el Consulado de la ciudad de México en la primera mitad del siglo XVIII, uno de los principales problemas que enfrentaron fue la internación de los flotistas, es decir, que los comerciantes venidos de España en las flotas circularan dentro del virreinato, se instalaran y permanecieran en él por muy largas temporadas, lo que desató la competencia entre mexicanos y gaditanos en el interior mismo del territorio de Nueva España. Un segundo contratiempo fue la saturación de los mercados mexicanos con mercancías importadas, y un tercer y muy alarmante problema fue la intromisión de los “extranjeros” en el comercio con China, un mercado que los mexicanos consideraban suyo porque fue a través de su territorio, concretamente por medio de sus negocios en Filipinas, que ese comercio se realizaba. Estos son los temas que preocupaban a los mexicanos y sobre los que querían llamar la atención del rey y sus ministros. No está de más recordar que las representaciones no necesariamente describen la situación real del comercio novohispano, sino que exhiben lo que preocupaba a los comerciantes mexicanos o, sobre todo, los asuntos que ellos querían que la corte española atendiera.
El orden y la alteración del régimen de comercio marítimo en Nueva España hasta 1713
Desde el siglo XVI el comercio entre España y sus colonias americanas se realizó dentro de la Carrera de Indias —nombre con el que se conocía de forma general a los barcos que navegaban entre España y América—. El régimen comercial del imperio español se caracterizó por ser un monopolio reservado exclusivamente a los mercaderes españoles reunidos en tres consulados: el de Sevilla, que en 1717 se trasladaría a Cádiz, y los de México y Lima. El control de este monopolio se ejercía al obligar a que todas las mercancías fueran transportadas en los barcos españoles de la Carrera que debían cruzar el Atlántico en flotas, las cuales navegaban exclusivamente entre los puertos de Sevilla, Veracruz, Cartagena y Portobelo7. En España todo el tráfico se concentraba en Sevilla y Cádiz, y del lado americano en el puerto de Veracruz, en el caso de Nueva España, y en Cartagena y Portobelo, en el virreinato peruano. Este orden de cosas comenzó a alterarse al iniciar el siglo XVIII, durante la Guerra de Sucesión, cuando España tuvo que ceder y permitir que las flotas españolas fueran acompañadas por barcos franceses durante su travesía a Veracruz para ayudarles en la defensa ante los posibles ataques ingleses y, sobre todo, por el compromiso político que Felipe V adquirió con Francia por su apoyo en favor de la causa borbónica. El hecho de que autorizaran el arribo de barcos franceses a los puertos hispanoamericanos significó que se abrió la posibilidad para que el comercio extranjero se colara en ellos. El permitir la llegada de franceses al virreinato de Nueva España vulneró una de las cláusulas del régimen mercantil español que más celosamente se había intentado proteger desde el siglo XVI, aunque bien es cierto que no siempre exitosamente: la intromisión extranjera en el comercio colonial español.
Además de las entradas de los franceses al virreinato novohispano, otro factor que alteró dramáticamente la regularidad del comercio español fueron las maniobras navales inglesas durante la guerra. La presencia de las fragatas enemigas merodeando por el mar a la salida de Cádiz y a la llegada al Caribe provocó que la llegada de las flotas a Veracruz se espaciara mucho unas de otras, tanto que, en los primeros años, entre 1700 y 1705, no llegó ninguna. En ese tiempo solo pudieron llegar los llamados azogues, que eran flotillas de dos o tres barcos cargados con mercurio y una porción corta de mercancías (véase el cuadro anexo al final del capítulo). El envío de estos barcos en plena guerra, a pesar de los riesgos que esta planteaba, era necesario para mantener la comunicación entre España y Nueva España, incluso indispensable por la guerra misma, pues el mercurio tenía que llegar al virreinato para refinar la plata, y la plata tenía que llegar a España para hacer frente a los gastos provocados por la propia contienda bélica. La urgencia de mantener en pie las comunicaciones entre la colonia y la metrópoli obligó a que se echara mano de cuanto recurso estuviera al alcance, como las flotillas de azogues, los barcos de la Armada de Barlovento (que al ser enviados a Europa eran distraídos de su función principal, que era vigilar las aguas del Caribe y el Golfo de México) o los navíos de registro, como se llamaba a los barcos que surcaban el Atlántico de manera aislada sin la protección de una flota8. Navegar sin el acompañamiento de una flota custodiada por naves de guerra era sin duda arriesgado, pero así estos navíos sueltos podían desplazarse con mayor rapidez y ligereza, cualidades que en un momento dado podían permitirles evadir los barcos enemigos.
Los estragos de la guerra que alteraron el orden del régimen mercantil no terminaron con la guerra misma. Antes al contrario, para poner fin a la contienda bélica y poder firmar los tratados de paz entre España y Gran Bretaña en 1713, los españoles tuvieron que ceder a los ingleses notables ventajas comerciales en la América española. Esto trajo como consecuencia que la puerta del comercio americano se cerrara para los franceses y se abriera para