en Hispanoamérica y el permiso para enviar un navío de 500 toneladas con mercancías a Veracruz cada vez que los españoles enviaran una flota9. Esto implicó permitir que los empleados o factores de la compañía inglesa entraran y se establecieran en el territorio novohispano mientras efectuaban sus operaciones comerciales. La presencia de los comerciantes ingleses en Nueva España no fue desde luego masiva ni mucho menos, pero sí tuvo un impacto que no se puede menospreciar. Aunque fuera gota a gota, apenas unos cuantos individuos, la intervención de los ingleses fue horadando el sistema comercial español, y aquí solo nos referimos al comercio legal autorizado por el Tratado del Asiento, no al contrabando que era enorme desde mucho tiempo atrás. Baste pensar que los tratos clandestinos entre los novohispanos y los ingleses era una práctica tan normalizada que esos tratos figuran como un mecanismo cotidiano de intercambio entre ingleses y veracruzanos en la novela Coronel Jack, del primer gran novelista inglés Daniel Defoe.
Las representaciones del Consulado de México: argumentos en defensa de su territorio
El dislocamiento del sistema comercial por el contrabando y por la guerra tuvo efectos distintos en una y otra orilla del Atlántico. El gobierno español necesitaba restaurar la regularidad de la navegación y el comercio para asegurarse el recibo de las remesas de plata; los comerciantes andaluces querían recuperar su monopolio y volver a enviar anualmente las flotas mercantes, pero los mexicanos no estaban tan ansiosos de volver a este régimen bajo el argumento de que en el mercado novohispano había un exceso de mercancías europeas, como expusieron en sus sucesivas representaciones dirigidas a la corte española, como adelante se verá.
En efecto, desde 1713 los comerciantes de la ciudad de México representados por el prior y los cónsules de su tribunal consular insistieron una y otra vez en sus representaciones que debía moderarse el tonelaje de las flotas y que estas debían enviarse dejando lapsos más largos entre una y otra pues, decían, Veracruz estaba recibiendo ya demasiados barcos españoles. Se referían tanto a los que llegaban en las flotas como a los azogues y otros navíos sueltos venidos de España y también a las naves que llegaban de Guatemala, Campeche, Tabasco, Santo Domingo y La Habana. A diferencia de lo que había ocurrido en la primera década del XVIII, después, en el espacio de los tres años corridos de 1710 a 1712, solo de la metrópoli habían llegado a Veracruz dos flotas y unos azogues, como puede verse en el cuadro anexo al final del capítulo (el cual, debe advertirse, no incluye los barcos procedentes de otros puertos americanos). Según la exposición que hacían los comerciantes mexicanos, esta constante afluencia de barcos con mercancías provocaba una salida continua de plata y esta extracción de caudales hacía que en Nueva España no quedaran capitales suficientes para invertir en las minas y en el comercio interior. Así que, según el prior y los cónsules mexicanos, el exceso de importaciones provocaba una disminución en los capitales de inversión lo que afectaba severamente al desarrollo de la economía novohispana. Los mercados estaban saturados de mercancías que no se vendían y los mexicanos lo explicaban sencillamente con una metáfora que no dejaba lugar a dudas: las bodegas y tiendas estaban “empachadas” y el reino no podía “digerir” todo lo que había entrado10. Otra consecuencia no menor de todo esto era que los precios de las mercancías disminuían mucho y los comerciantes se empobrecían.
En su alegato, los comerciantes mexicanos incluían a los extranjeros y también los responsabilizaban del aumento desmedido de las importaciones, por lo que el Consulado de México solicitó que se vigilara estrechamente que no entrara ninguno más. Entre los extranjeros incluía a los contrabandistas, contra los que recomendó que se les aplicaran castigos ejemplares para disuadirlos de continuar con sus prácticas ilícitas. Su recomendación fue que, cuando se encontraran cargamentos de contrabando, se les debía prender fuego a todas las mercancías, y a los vasallos culpables se les debía condenar al destierro perpetuo y a la pérdida de todos sus bienes (Yuste, 2007, p. 29).
Cuando el comercio sevillano se enteró de lo representado por los mexicanos en 1713, coincidió sin duda en que se castigara con sumo rigor el contrabando extranjero, pero discrepó de los mexicanos en cuanto a cuál era la explicación de que hubiera un exceso de mercancías en Nueva España. Es decir, coincidían en que el mercado novohispano estaba saturado de mercancías, pero no compartían la idea de que esto fuera producto del comercio de los sevillanos y ni siquiera de otros europeos, sino que se debía a la enorme carga que traía de Filipinas la famosa nao de China. Según los sevillanos, era de señalar el hecho de que el Consulado de México no hiciera ninguna mención del comercio que Nueva España practicaba con Asia, y ello se debía a que eran los comerciantes mexicanos quienes manejaban ese intercambio y, de hecho, era en ese comercio con Filipinas donde los mexicanos tenían puestos sus principales intereses11.
Efectivamente, como señalaron los andaluces, el comercio novohispano tenía otras fuentes de abastecimiento distintas del comercio procedente de Europa, y de hecho sobre estas ejercía un control más directo. Los mexicanos invirtieron y ganaron enormes sumas de dinero en el comercio con Filipinas por medio del galeón de Manila —el cual era de hecho una de las claves que les había permitido controlar el comercio novohispano y alzarse como una corporación tan poderosa—, además del comercio centroamericano, realizado sobre todo por las aguas del Pacífico. Justamente este sería uno de los principales aspectos de la controversia entre los comercios de México y España: la competencia desatada entre las mercancías que entraban por el Pacífico y las que entraban por el Atlántico12. Esto nos muestra con claridad que el mosaico mercantil en Nueva España era bastante más complejo de lo que usualmente se considera, pues no se trató solo del eje Veracruz-Cádiz, sino que en el virreinato convergían varios intereses comerciales tanto de Europa como de América y Asia, y se trataba además de un comercio realizado por una sociedad colonial en la que los vasallos habían alcanzado ya un nivel económico bastante importante, tanto que podían perfectamente competir con los peninsulares.
Ahora bien, por lo que toca al comercio peninsular, una vez concluida la Guerra de Sucesión, el gobierno se enfocó en la restauración del viejo régimen comercial monopólico de flotas, pero para entonces en realidad era ya imposible mantenerlo intacto13. Los primeros pasos que se dieron para apuntalar el sistema comercial —los cuales podemos considerar como las primeras reformas borbónicas en materia de comercio colonial—14 fueron trasladar la Casa de Contratación y el Consulado de Sevilla a Cádiz y establecer la Intendencia General de Marina en 1717. Del lado americano uno de los primeros cambios fue ordenar en 1718 que la feria de flota ya no se realizara en la ciudad de México, sino en un pueblo más cercano al puerto de Veracruz (las dos opciones consideradas fueron Xalapa y Orizaba). El propósito de esto era tratar de reducir los tiempos de estancia de los barcos en el puerto de Veracruz y controlar la circulación de los comerciantes ingleses de la Compañía Real de Inglaterra por el interior de la Nueva España. La urgencia de la Corona porque los barcos (en especial las naves de guerra con las remesas de plata del rey) retornaran lo antes posible a España quedó plasmada en el Proyecto para Galeones y Flotas del Perú y Nueva España y para navíos de registro, y avisos, que navegaren a ambos reinos, publicado en 172015. Con este nuevo reglamento se pretendió establecer un estricto calendario para despachar las flotas y galeones de ida y vuelta entre España y América. Se disponía que los barcos debían venir a Veracruz y volver a Cádiz en once meses, un lapso prácticamente imposible de cumplir tomando en cuenta todas las operaciones que implicaba preparar una flota, es decir, reunir todos los barcos en el puerto andaluz y aprestarlos para el viaje, realizar la travesía por el Atlántico, atracar en San Juan de Ulúa y, una vez allí, proceder a la descarga y traslado de las mercancías al muelle de Veracruz propiamente dicho para pasar por la aduana veracruzana y luego acarrearlas al sitio de venta, generalmente la ciudad de México, hecho todo lo cual los flotistas debían regresar a Veracruz, cargar los barcos y emprender el tornaviaje. Si una de las etapas se facilitaba, como evitar subir a la ciudad de México y luego bajar de nuevo a la costa, y en lugar de esto se realizaba la feria en una villa veracruzana, se podría ganar tiempo para tratar de cumplir con el plazo estipulado de once meses en el Proyecto para Galeones. Sin embargo, la puesta en práctica de lo dispuesto en el Proyecto de 1720 y los decretos para modificar el sitio de la feria tropezaron con muchas dificultades y fracasaron varias veces, hasta que al fin se consiguió por lo menos