José Antonio Piqueras

El pensamiento económico del reformismo criollo


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una feria en Xalapa fue la de Fernando Chacón que arribó a Veracruz en noviembre de 1720. La descarga de los navíos y el acarreo de las mercancías hasta Xalapa se vio seriamente entorpecido por los vientos y la lluvia, así que todavía en febrero de 1721 seguían entrando fardos, tercios y toneles en el pueblo de la feria. Para tratar de agilizar las operaciones, el propio virrey marqués de Valero se trasladó a Xalapa para presenciar personalmente las negociaciones, pero esto no fue suficiente para que los diputados de uno y otro comercio, es decir, los representantes de los comerciantes españoles que habían llegado desde España en la flota y, por el otro, los representantes de los comerciantes que habían bajado de la ciudad de México a Xalapa, se pusieran de acuerdo en los precios. Como los flotistas y los almaceneros no encontraron un punto de coincidencia, el virrey decidió disolver la feria y permitir que cada cual vendiera como mejor pudiera, pero sin permitirles que abandonaran el pueblo. El único incentivo que quedó para que las ventas se hicieran en Xalapa fue que la primera transacción que se realizara allí quedaría exenta de pagar alcabalas. Por otra parte, el calendario estipulado por el Proyecto de 1720 tampoco se cumplió, pues en lugar de que la flota zarpara de vuelta a España el 15 de abril, como hubiera debido hacer, los barcos tuvieron que esperar el arribo a Veracruz del ex virrey del Perú para llevarlo a España. Así que zarpó el 29 de mayo, más de un mes y medio después de lo estipulado por ordenanza.

      Por otra parte, los comerciantes andaluces habían señalado que la razón por la que el mercado novohispano estaba saturado era por el comercio que los mexicanos realizaban con China a través de Manila, ante lo cual los comerciantes mexicanos emplearon en su defensa un argumento realmente muy interesante: decían que su comercio con Filipinas no era tan grave como el comercio extranjero que favorecían los andaluces y que llegaba a Nueva España “legalmente” dentro de las propias flotas españolas, refiriéndose a que la mayor parte de las mercancías cargadas en las flotas eran producidas en el extranjero, además de que debía considerarse la gran carga que los barcos traían fuera de registro, pues aunque en el primer caso la plata mexicana terminaba en China vía el galeón de Manila, esto no era tan grave porque China no estaba en guerra contra España, mientras que la plata que llegaba a Europa por la compra de las mercancías para cargar las flotas legal e ilegalmente fuera de registro, al final terminaba justo en manos de los grandes enemigos de España, es decir, Gran Bretaña y Holanda, países productores de buena parte de las manufacturas que vendían a consignación los flotistas (Pérez, 2004, p. 114).

      Lo que más preocupaba a los mexicanos es que los ingleses compraban la plata directamente a los mineros en los propios reales de minas. Esto no solo afectaba a los comerciantes mexicanos, sino a la propia Corona española, pues como era plata que no se presentaba ante las cajas reales para pagar impuestos —la llamada plata sin quintar o plata de diezmo—, los ingleses estaban afectando directamente a la Real Hacienda. El que los ingleses compraran personalmente la plata a los mineros tenía otras consecuencias. Al parecer, según decían los comerciantes mexicanos en sus representaciones, los mineros preferían comerciar con los ingleses y dejaban de pagar a sus aviadores, es decir, a quienes les habían prestado o adelantaban el dinero para pagar los costos de la producción: aviadores que generalmente eran comerciantes. Pero este no era el único riesgo. Metidos ya en el circuito de la plata, los ingleses ofrecieron otro servicio a los novohispanos: transportar sus caudales a Europa cobrando solo un interés del 8 % sobre el valor de la plata. Este metal también circulaba ilegalmente, pues no solo no era plata quintada, sino que su extracción del virreinato contravenía la prohibición expresa de que los mexicanos enviaran dinero a Europa para negociar por su cuenta y, para colmo, que el acarreo se realizara en los barcos ingleses, lo que también estaba expresamente prohibido en el Tratado del Asiento.