y cae en la inconsciencia. Está hipnotizado.
La técnica de la meditación activa es justo lo contrario. Se trata de una técnica para entrar conscientemente en la muerte. En el Tíbet esta técnica se conoce como bardo. Al igual que la gente hipnotiza a una persona en el momento de su muerte, de igual manera, la gente que utiliza el bardo proporciona sugerencias antihipnóticas a la persona moribunda. En el bardo, las personas reunidas alrededor de alguien que está a punto de morir le dicen: «No estás muriendo, porque nunca ha muerto nadie». Le proporcionan sugerencias antihipnóticas. No hay gemidos ni lloros; sólo eso. La gente se reunirá a su alrededor y el sacerdote del pueblo llegará y le dirá: «No estás muriendo, porque nunca ha muerto nadie. Partirás relajado y totalmente consciente. No morirás, porque nunca muere nadie».
La persona cierra los ojos y le es narrado todo el proceso: ahora su energía vital ha abandonado sus piernas, ahora sus manos, a continuación ya no puede hablar, y así… Y no obstante, se le dice que sigue siendo, que continúa, y se le siguen ofreciendo todas esas sugerencias, continuamente, que simplemente son antihipnóticas. Eso significa que tienen por objeto que la persona no se aferre a la ilusión social de que está a punto de morir. A fin de evitar que lo haga, la gente utiliza el bardo como antídoto.
El día en que este mundo cuente con una actitud sana frente a la muerte, entonces el bardo no será necesario. Pero somos gente muy malsana; vivimos en una gran ilusión, y a causa de esa ilusión es necesario el antídoto. Siempre que muere alguien, sus seres queridos deberían intentar que haga pedazos la ilusión de que está muriendo. Si pudieran mantener despierta a la persona, si pudieran recordárselo en cada instante…
Luego la conciencia se retira del cuerpo, pero no lo hace de golpe; todo el cuerpo no muere al mismo tiempo. La conciencia se encoge dentro y va abandonando las diversas partes del cuerpo poco a poco. Se retira por etapas, y todas las etapas de esta contracción pueden serle referidas a la persona agonizante a fin de mantenerle consciente.
Cuando un maestro zen se estaba muriendo reunió al resto de los monjes a su alrededor y les dijo:
–Quiero pediros algo. Ha llegado mi hora, pero siento que no tiene sentido morir como lo hace todo el mundo. Son muchos los que han muerto de la misma manera. No tiene gracia. Mi pregunta es: ¿Habéis visto morirse andando a alguien?
–No hemos visto a nadie hacerlo así, pero hemos oído que cierto místico murió andando –contestaron los monjes.
–Muy bien, ¡olvidaos de ello! Dejad que os pregunte lo siguiente: ¿Habéis visto algún místico morir cabeza abajo? –preguntó el maestro.
–Ni siquiera en sueños podríamos concebir algo así, por no hablar de haberlo visto –dijeron los allí reunidos.
–Muy bien –dijo el maestro–. Pues así será.
Se puso cabeza abajo y murió.
La gente que le rodeaba se asustó. Ver un cadáver desconocido ya resulta bastante atemorizador, pero intentar bajar un cadáver que se sostiene sobre la cabeza es todavía peor. El maestro era un hombre peligroso. ¡En qué postura se había colocado…! Ya muerto nadie se atrevió a bajarlo y depositarlo sobre el féretro. Entonces alguien sugirió que llamasen a su hermana mayor, una monja que vivía en un monasterio cercano. Tenía fama de que cuando el maestro se comportaba mal de pequeño ella le cantaba las cuarenta.
Fueron a buscar a la hermana y la pusieron al corriente. Ella pareció molesta por todo el asunto.
–Siempre ha sido muy enredador. No ha abandonado sus viejas costumbres ni siquiera de viejo. ¡Ni siquiera a la hora de morir ha podido dejar de hacer una jugarreta! –dijo ella.
Así que la mujer, que tenía noventa años, cogió su bastón y se dirigió hacia donde estaba el cadáver de su hermano. Al llegar, golpeó con fuerza el bastón contra el suelo y exclamó:
–¡Deja de hacer tonterías! Si tienes que morirte, hazlo de la manera adecuada.
El maestro recuperó una postura normal y rió:
–Sólo me estaba divirtiendo –dijo–. Sentía curiosidad por ver qué es lo que iban a hacer todos éstos. Ahora me tenderé en el lecho y moriré de manera convencional.
Se tendió en la cama y murió.
Su hermana se alejó, diciendo:
–Ahora ya está bien. Disponed de él –dijo, sin mirar atrás–. Así es como se hacen las cosas. Hagáis lo que hagáis, hacedlo de la manera adecuada.
Así que nuestra ilusión de la muerte es una ilusión social. Si contáis con una pequeña experiencia de meditación –si alguna vez habéis tenido un pequeño atisbo de la verdad de que estáis separados de vuestro cuerpo, si la sensación de desidentificación con el cuerpo ha penetrado en vuestro interior aunque sólo sea por un momento– no estaréis inconscientes en el momento de la muerte. De hecho, entonces vuestro estado de inconsciencia ya habrá quedado deshecho.
Nadie puede morir con conocimiento, conscientemente, porque permanece consciente todo el tiempo de que no está muriendo, de que algo muere en él, pero que no es él. Observa su separación y finalmente descubre que su cuerpo está allí tendido, lejos de él, a distancia. Entonces la muerte se convierte simplemente en una separación; es como si se interrumpiese una conexión. Es como si fuese a salir de una casa, y sus moradores, inconscientes del mundo más allá de esas cuatro paredes, fueran a salir hasta la puerta y despedirme entre lágrimas, sintiendo que el hombre que han salido a despedir fuese a morir.
La separación del cuerpo y la conciencia es la muerte. Como existe esa separación, no tiene sentido llamarla muerte… es como soltar, romper una conexión. No es nada más que cambiarse de ropa. Así pues, alguien que muere con conocimiento nunca muere, y por ello la cuestión de la muerte nunca surge para él. Nunca llamaría muerte a una ilusión. Ni siquiera sabría decir quién muere y quién no. Sólo diría que lo que llamamos vida hasta ayer era meramente una asociación. Esta asociación se ha roto. Ahora ha empezado una nueva vida que, en el sentido anterior, no es una asociación. Tal vez sea una nueva conexión, un nuevo viaje.
Pero sólo puede morirse en un estado de conciencia cuando se ha vivido con conciencia. Si has aprendido a vivir conscientemente, podrás morir de la misma manera, porque el morir no es sino un fenómeno de la vida; tiene lugar en la vida. En otras palabras, la muerte es el suceso final de lo que entiendes que es la vida. No es nada que suceda fuera de la vida.
Es como un árbol que da fruto. Primero el fruto es verde, luego empieza a volverse amarillo. Cada vez es más amarillo hasta que finalmente es totalmente amarillo y cae del árbol. Esa caída del árbol no es un suceso aparte del proceso de maduración del fruto, sino que es la consumación final de la maduración.
La caída del fruto del árbol no es un suceso externo, sino más bien la culminación del proceso de amarilleamiento, de maduración, por el que ha pasado. ¿Qué sucedía cuando el fruto era verde? Se estaba preparando para enfrentar el mismo suceso final. Y ese mismo proceso continuaba cuando todavía ni siquiera había florecido en la rama, cuando seguía oculto en el interior de la rama. También en ese estado se preparaba para el suceso final. ¿Y cuando el árbol ni siquiera se había manifestado, cuando continuaba en el interior de la semilla? También entonces se estaba preparando el mismo suceso. ¿Y cuando la semilla ni siquiera había nacido y se hallaba oculta en algún otro árbol? También entonces se llevaba a cabo el mismo proceso.
Así pues, el suceso de la muerte forma parte de la cadena de acontecimientos que pertenecen a un mismo fenómeno. El suceso final no es el fin, es sólo una separación. Una relación, un orden, es reemplazado por otra relación, por otro orden.
4. ORIENTE Y OCCIDENTE, MUERTE Y SEXO
Hasta el presente, sobre la tierra han existido dos tipos de culturas, ambos inclinados hacia un lado y desequilibrados. Todavía no ha sido posible desarrollar una cultura total, completa y santa.
Ahora mismo, en Occidente, se ha dado completa