e inserción musculares y tendinosas o en la cápsula articular (Tittel/Schmidt, 1974, 132).
Arrancamiento de las apófisis
En caso de sobrecarga mecánica –normalmente por la realización de secuencias de movimiento con inserción tendinosa explosiva y en poco tiempo–, se puede producir un arrancamiento de las apófisis en la edad de crecimiento (especialmente frecuente en la edad de 14 a 16 años). Los últimos años antes de la completa fusión del cartílago de crecimiento son los más expuestos a lesiones. En esta fase se ha perdido la elasticidad del cartílago infantil, por un lado, y todavía no se ha formado la resistencia del hueso adulto, por el otro, de manera que aumenta el riesgo de sufrir lesiones apofisarias.
Puesto que la maduración del esqueleto en los niños es más lenta que la de las chicas, éstos presentan normalmente una mayor incidencia de fracturas óseas por arrancamiento tendinoso.
La mayoría de las lesiones aparecen al aplicar cargas de salto y de esprín, en las carreras de vallas o en secuencias de movimiento parecidas al spagat (p. ej., al efectuar el “sliding tackling” del jugador de fútbol joven) (Wolff, 2000, 305).
Observe. En niños y jóvenes son características las fracturas por arrancamiento apofisario, mientras que en el adulto lo son los arrancamientos tendinosos, puesto que aquí los tendones soportan menos la carga que las apófisis totalmente osificadas.
Las localizaciones más frecuentes de los arrancamientos apofisarios se encuentran en la región de la pelvis y en la parte proximal del muslo (ver fig. 25).
El arrancamiento de la apófisis de la cresta ilíaca se produce de forma típica al efectuar un cambio de dirección súbito en la carrera y debido a la contracción máxima repentina de la musculatura abdominal oblicua (ver págs. 123 y 124) al mismo tiempo que se efectúa la contracción del m. glúteo medio (ver pág. 209).
El arrancamiento de la apófisis de la espina ilíaca anterosuperior se produce por una carga por tracción del m. tensor de la fascia lata (ver pág. 204) y del m. sartorio (ver pág. 227) al realizar una hiperextensión súbita en la articulación de la cadera al mismo tiempo que se debe corregir una basculación lateral de la pelvis hacia la pierna de apoyo (p. ej., al efectuar cambios bruscos de dirección durante la carrera o el salto).
Figura 25. Localizaciones típicas de los arrancamientos apofisarios (Wolff, 2000, 305).
El arrancamiento de la apófisis de la espina ilíaca anteroinferior se produce al efectuar una extensión súbita de las articulaciones de la cadera y de la rodilla flexionadas (p. ej., al inicio de la carrera en un esprín, en la pierna de impulso anterior o al realizar un lanzamiento fuerte en fútbol) por la tracción del m. recto femoral.
El arrancamiento de la apófisis de la tuberosidad isquiática se produce por una contracción muy fuerte de la musculatura isquiotibial (ver pág. 228) al efectuar una flexión de la cadera y una extensión de la rodilla, así como por la actividad descoordinada de los extensores y los flexores de la rodilla.
El arrancamiento de la apófisis del trocánter menor es de típica aparición al realizar una contracción abrupta del músculo psoasilíaco (ver pág. 203) (p. ej., el jugador de fútbol que se queda enganchado al suelo al intentar chutar la pelota).
Finalmente debemos mencionar también el arrancamiento de la apófisis de la tuberosidad tibial, que aparece por la contracción explosiva del m. cuádriceps femoral (ver pág. 224) (p. ej., cuando el futbolista chuta la pelota o durante el salto de un atleta).
Diagnóstico
El síntoma típico es el dolor de aparición súbita y punzante al cargar, imposibilidad de realizar el movimiento e hinchazón o hematoma, así como dolor a la presión (Menke, 2000, 70; Maibaum et al., 2001, 15).
Un signo diagnóstico decisivo es la prueba radiológica del arrancamiento óseo.
Terapia
En general se aplica una terapia conservadora con descarga y tratamiento físico. Solamente si se observa una clara dislocación del fragmento apofisario arrancado estará indicada una refijación quirúrgica con atornillamiento.
Si el sistema óseo se ve sometido a una sobrecarga crónica, pueden aparecer fracturas de fatiga, atribuibles a una desmineralización de las estructuras óseas afectadas a causa de la sobrecarga.
Fractura por fatiga
La fractura por fatiga representa una forma de fractura especial.
La fractura por fatiga –también denominada fractura de la marcha en el ámbito militar– es definida como una fractura parcial o total del hueso por microtraumatismos de repetición que pueden conducir a la fractura de un hueso, por su suma, al sobrepasar el límite de carga individual con insuficientes fases de regeneración (Steckel et al., 2005, 429).
La fractura por fatiga –representa aproximadamente el 2% de todas las fracturas (según el autor) y entre el 4% y el 10% de las lesiones deportivas– aparece especialmente en las disciplinas deportivas denominadas de “weight-bearing”, en las que se soporta o se acelera la propia masa corporal. Si solamente se ha visto afectada la estructura de las trabéculas óseas (sustancia esponjosa), hablamos de una reacción de estrés; si se ha afectado también la cortical del hueso (sustancia compacta), hablamos de una fractura por estrés (Bull, 1998, 246; Maibaum et al., 2001, 53; Steckel et al., 2005, 429).
Las fracturas por fatiga aparecen especialmente en atletas jóvenes; entre el 80% y el 90% de los casos tienen lugar en edades inferiores a 30 años, siendo el sexo femenino más frecuentemente afectado que el masculino (Bull, 1998, 246/247).
Por razones biomecánicas (p. ej., coxa vara y genu valgum) y causas hormonales (disminución de los estrógenos), las mujeres presentan un perfil de mayor riesgo en comparación con los hombres (Steckel et al., 2005, 42).
La fractura por fatiga afecta mayoritariamente a la extremidad inferior y se suele producir al correr distancias largas, durante un triatlón, o jugando al tenis o al fútbol.
La localización más frecuente de las fracturas por fatiga es la tibia, seguida de las del tarso o del metatarso (Bull, 1998, 246; Steckel et al., 2005, 42).
Las carreras de atletismo –especialmente las de largos y medios recorridos y de forma especial el maratón– y las disciplinas de salto son las afectadas más frecuentemente (Hulkko/Orava, 1987, 221; Helal/King/Grange, 1992, 7; Bull, 1998, 246; Steckel et al., 2005, 42).
Según el tipo de disciplina deportiva y su carga específica, podemos hablar de puntos de predilección. Las fracturas de los huesos del tarso son especialmente frecuentes en reclutas (“fractura de la marcha”), en atletas, en bailarines, en jugadores de fútbol y en patinadores; las del hueso escafoides, en jugadores de baloncesto y de voleibol, así como en los practicantes del salto de altura; el peroné suele verse afectado en los practicantes de salto, en velocistas y en corredores de largas distancias; el cuello del fémur, especialmente en caminadores, corredores y bailarines; el pubis, en futbolistas y jugadores de bowling; la columna vertebral lumbar, en gimnastas, saltadores de trampolín y lanzadores, y el húmero, en lanzadores (Bull, 1998, 248; Haaker, 1998, 188; Maibaum et al., 2001, 54).
Contrariamente a las “fracturas traumáticas” (en este caso se trata de una fractura aguda que se produce por la aplicación de una fuerza externa) la completa interrupción de la continuidad es rara en las fracturas por estrés.
Causas
Las fracturas por fatiga siempre aparecen cuando el hueso sano es incapaz de adaptarse de forma biopositiva a las