William Plata

Resistir a la violencia y construir desde la fe


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suelen ser acusadas de haber sido mayoritariamente introducidas o promovidas a propósito por los Estados Unidos en los años 60 y 70 del siglo XX como estrategia para dividir el cristianismo latinoamericano —hasta entonces hegemónicamente católico— e interrumpir y terminar con las dinámicas sociopolíticas que cuestionaban al sistema y aún gestaban una revolución social, generadas por las comunidades de base de la Iglesia católica en los países centroamericanos y en Brasil.

      Sin embargo, lo que se cuenta en este libro es algo distinto. Es la historia de una comunidad, de más de 350 familias, que desde su fe cristiana deciden enfrentarse a un enemigo muy poderoso que buscaba desplazarlos de sus tierras e, incluso, exterminarlas. Es la historia de un proceso que aún no termina, pero que ha librado ya muchas batallas exitosas, que es singular y representativo a la vez, y que se ha constituido en un ejemplo para otras comunidades que ven cómo la fe puede ayudarlos a empoderarse, a iniciar procesos de resistencia y desarrollo social y económico si se convencen de que, efectivamente, Dios guía sus pasos.

      Según Molina:

      El proceso de resistencia suele tener los siguientes elementos comunes:

      1 La identificación del foco por resistir. Se trata del reconocimiento del objeto del conflicto.

      2 La resistencia emerge contra procesos específicos de dominación. Ningún proceso es idéntico a otro, incluso en el caso de que se sigan las mismas características para su diseño, como ocurre en las comunidades de paz o en las asambleas municipales constituyentes.

      3 La extensión y mantenimiento de redes. La red es una amalgama de recursos de los cuales se hace uso para la formación de la comunidad, el acompañamiento humanitario, la denuncia de violaciones al DIH o los DD. HH., la financiación de proyectos de desarrollo ligados a los planes de resistencia a la guerra y la amplificación de sus acciones a través de páginas web, la participación en foros nacionales e internacionales y el patrocinio de publicaciones.

      4 Los liderazgos colectivos no carismáticos. Los líderes administran los intereses de la comunidad y son elegidos para ello. Los procesos de resistencia en Colombia tienen una característica común: el líder es una fuente de recursos que son transferidos a la comunidad para que el proyecto pueda continuar, incluso en su ausencia.

      5 El fundamento participativo. El rasgo diferencial de los procesos de resistencia frente a los mecanismos de violencia y el funcionamiento del Estado es la participación. La participación desterritorializa las expectativas que sobre esta se tiene desde el Estado y las formas habituales de comprensión de este fenómeno entre la ciudadanía. Los miembros de la comunidad adquieren protagonismo en el desarrollo del proceso gracias a que identifican la relevancia de su acción.

      6 Las políticas de identidad. Todos y cada uno de los apelativos por los que han sido llamados los procesos de resistencia define una identidad a través de la cual existen reivindicaciones políticas específicas y efectivas. El solo hecho de autodenominarse comunidad en resistencia define un conjunto de rasgos que condicionan las relaciones de este colectivo con los demás a los que pueda extender sus vínculos.

      7 El favorecimiento de la reconciliación. Este es el punto en el que la resistencia debe terminar porque no hay amenazas a la cuales temer. Una vez los procesos de resistencia hayan contribuido a la transformación del conflicto colombiano su misión es desaparecer en medio de contextos favorables a la reconciliación. Los procesos de reconciliación pasan por la recuperación de la reciprocidad perdida, a través de la aceptación que víctimas y victimarios han perdido en medio de la violencia indiscriminada14.