suelen ser acusadas de haber sido mayoritariamente introducidas o promovidas a propósito por los Estados Unidos en los años 60 y 70 del siglo XX como estrategia para dividir el cristianismo latinoamericano —hasta entonces hegemónicamente católico— e interrumpir y terminar con las dinámicas sociopolíticas que cuestionaban al sistema y aún gestaban una revolución social, generadas por las comunidades de base de la Iglesia católica en los países centroamericanos y en Brasil.
Sin embargo, lo que se cuenta en este libro es algo distinto. Es la historia de una comunidad, de más de 350 familias, que desde su fe cristiana deciden enfrentarse a un enemigo muy poderoso que buscaba desplazarlos de sus tierras e, incluso, exterminarlas. Es la historia de un proceso que aún no termina, pero que ha librado ya muchas batallas exitosas, que es singular y representativo a la vez, y que se ha constituido en un ejemplo para otras comunidades que ven cómo la fe puede ayudarlos a empoderarse, a iniciar procesos de resistencia y desarrollo social y económico si se convencen de que, efectivamente, Dios guía sus pasos.
La resistencia pacífica a los violentos y a la violencia ha sido una estrategia comunitaria recurrente en la historia de Colombia, pero que ha sido insuficientemente estudiada y que apenas comienza a reconocerse. Se trata, según algunos analistas, como Nelson Molina, de un acto que genera un contrato de convivencia que transforma a la misma comunidad. El valor de esos procesos de resistencia radica en abrir la posibilidad para que actores sociales que habían estado al margen de la construcción del Estado, de su aprovechamiento y de condiciones de gobernabilidad, puedan participar de tales mecanismos mediante estrategias no-violentas y fundacionales11. Esta resistencia implica contar con un vínculo de unidad que puede ser la etnia, el género, la actividad económica o la religión.
Según Molina:
La resistencia ha emergido como una estrategia a través de la cual algunas comunidades afectadas por el conflicto político-armado colombiano generan contratos de convivencia que lo transforman. Comprender la resistencia es incursionar en el mecanismo que la hace operativa. El poder caracteriza un mecanismo a partir del cual la resistencia es posible, más allá de la organización que supone. Resistir es trazar condiciones de relación que impiden la naturalización de vínculos dominantes, a partir de espacios de libertad. Se trata de un ejercicio posible en cualquier relación comunitaria, ejercida por cualquier persona o en diferentes niveles del colectivo. Su fundamento es la soberanía, que no es otra cosa que la condición ética a partir de la cual se considera la ubicuidad del poder. En síntesis, la resistencia comunitaria es un ejercicio de poder, como cualquier otra relación que establezcan los actores de un colectivo, que niega explícitamente la dominación y propende por la recreación permanente de la comunidad. Ahora bien, entender la resistencia a través de juegos de poder supone un conjunto de tres condiciones mínimas. En primer lugar, un mínimo de iniciación que se refiere a la identificación de un objeto de conflicto o situación específica a resistir. En segundo lugar, el efecto mínimo de la resistencia, que se refiere a los resultados favorables que estimulan la continuidad del proceso. Y, en tercer lugar, la dinámica mínima de la resistencia, que involucra la interacción de dos elementos: la acción y la reflexividad. La acción es una característica que se da por descontada en tanto que define la resistencia. Pero, dadas las características de la resistencia en su objetivo y sus logros, es necesario acompañar la acción de mecanismos de reflexividad. Resulta deseable que el grupo resistente valore su acción o estrategia en el tiempo para no reproducir los principios de dominación a los que se opone. Un efecto de la dinámica mínima es la conformación de una identidad que permite a la comunidad diferenciarse de los grupos que ejercen relaciones de dominación12.
El valor de los procesos de resistencia radica en abrir la posibilidad para que actores sociales que habían estado al margen de la construcción del Estado, de su aprovechamiento, y de condiciones de gobernabilidad, puedan participar de tales mecanismos mediante estrategias no-violentas y fundacionales. El posicionamiento de la resistencia en este campo supone «(…) la incorporación de sectores que habían estado al margen de los contratos colectivos en Colombia, en su vida política y en la definición de trayectorias comunitarias de convivencia»13.
El proceso de resistencia suele tener los siguientes elementos comunes:
1 La identificación del foco por resistir. Se trata del reconocimiento del objeto del conflicto.
2 La resistencia emerge contra procesos específicos de dominación. Ningún proceso es idéntico a otro, incluso en el caso de que se sigan las mismas características para su diseño, como ocurre en las comunidades de paz o en las asambleas municipales constituyentes.
3 La extensión y mantenimiento de redes. La red es una amalgama de recursos de los cuales se hace uso para la formación de la comunidad, el acompañamiento humanitario, la denuncia de violaciones al DIH o los DD. HH., la financiación de proyectos de desarrollo ligados a los planes de resistencia a la guerra y la amplificación de sus acciones a través de páginas web, la participación en foros nacionales e internacionales y el patrocinio de publicaciones.
4 Los liderazgos colectivos no carismáticos. Los líderes administran los intereses de la comunidad y son elegidos para ello. Los procesos de resistencia en Colombia tienen una característica común: el líder es una fuente de recursos que son transferidos a la comunidad para que el proyecto pueda continuar, incluso en su ausencia.
5 El fundamento participativo. El rasgo diferencial de los procesos de resistencia frente a los mecanismos de violencia y el funcionamiento del Estado es la participación. La participación desterritorializa las expectativas que sobre esta se tiene desde el Estado y las formas habituales de comprensión de este fenómeno entre la ciudadanía. Los miembros de la comunidad adquieren protagonismo en el desarrollo del proceso gracias a que identifican la relevancia de su acción.
6 Las políticas de identidad. Todos y cada uno de los apelativos por los que han sido llamados los procesos de resistencia define una identidad a través de la cual existen reivindicaciones políticas específicas y efectivas. El solo hecho de autodenominarse comunidad en resistencia define un conjunto de rasgos que condicionan las relaciones de este colectivo con los demás a los que pueda extender sus vínculos.
7 El favorecimiento de la reconciliación. Este es el punto en el que la resistencia debe terminar porque no hay amenazas a la cuales temer. Una vez los procesos de resistencia hayan contribuido a la transformación del conflicto colombiano su misión es desaparecer en medio de contextos favorables a la reconciliación. Los procesos de reconciliación pasan por la recuperación de la reciprocidad perdida, a través de la aceptación que víctimas y victimarios han perdido en medio de la violencia indiscriminada14.
Por otra parte, es importante resaltar que en la mayoría de las iniciativas de resistencia al conflicto armado generadas en nuestro país aparecen, de uno u otro modo, las iglesias, tanto católicas como de origen protestante. Sobre este rol los investigadores no suelen profundizar ni se detienen a indagar sus causas y sus dinámicas. Se ha obviado, en muchos casos, que la religión resulta fundamental para entender las motivaciones de los sujetos y su accionar ético. Todos estos cuestionamientos y aportes nos permiten preguntarnos sobre los modelos de paz que se plantean desde la fe y cómo se han constituido en alternativas a la situación del conflicto armado colombiano15. Por ello, estudiar casos concretos como el que aquí nos ocupa, ayuda no solamente a desarrollar una memoria sobre su particular proceso en el marco de elaboración de una memoria histórica del conflicto armado colombiano , sino que también se constituye en ejemplo de lo que una comunidad de fe puede realizar y cómo en su acto de resistencia genera una nueva ética que incide en la construcción de una sociedad democrática, autónoma, madura y que cree en sí misma, elementos sin los cuales es muy difícil poder superar una historia de casi 200 años de guerra en nuestro país, con todas sus enormes consecuencias16.
La investigación que presentamos recoge la memoria de una comunidad de fe perteneciente a la Iglesia Evangélica Cuadrangular del corregimiento de El Garzal, en el municipio de Simití, sur del departamento de Bolívar. A diferencia de otras investigaciones realizadas sobre víctimas y memoria histórica, este es un caso donde la tragedia no solo es superada, sino, en buena parte, evitada. Es un caso que genera esperanza y enseña a creer en los colombianos