RIAÑO ALCALÁ Pilar y WILLS María Emma [coords.] Recordar y narrar. Herramientas para reconstruir memoria histórica. Bogotá: Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, 2009, p. 24.
19 Ibíd, p. 24.
20 Las historias de vida contribuyen a la tarea de reconstrucción de memoria histórica y, en particular, a la dignificación de la memoria de las víctimas. De manera que, la reconstrucción de la vida de una persona es un medio mediante el cual se conserva su memoria y se le rescata del silencio o de las versiones segmentadas sobre quiénes fueron, cómo eran, lo que hacían, lo que pensaban, lo que sufrieron. Las historias de vida o biografías sociales contribuyen específicamente a que las voces de las diferentes personas relacionadas con los hechos tengan una voz propia y puedan contar desde sus propias experiencias como sintieron o sienten el conflicto, como les afecta o les afecto y que mecanismos o estrategias individuales o colectivos desarrollaron en el transcurso de este: CASSIA DE GONÇALVES Rita y KLEBA LISBOA Teresa. Sobre o método da história oral em sua modalidade trajetórias de vida. Revista Katálysis, 2007, n.° 10, pp. 83-92.
21 Las entrevistas a profundidad nos permiten conocer de forma más íntima, cercana y personal el punto de vista del entrevistado, su percepción particular frente a los hechos ocurridos y su participación individual en ellos. Las entrevistas y las preguntas se estructuran de manera que posibiliten un encuentro respetuoso y seguro de escucha de parte del entrevistador, que permita la narración histórica y ofrecer un testimonio vivo de parte del entrevistado. Las entrevistas de construcción de memoria histórica tienen como fin que las preguntas y actitud del entrevistador deben suscitar la evocación de recuerdos, la construcción de un relato detallado acerca de ciertos eventos en el pasado, en donde la víctima narre su historia de vida, de manera que el entrevistado pueda ser contextualizado. RIAÑO y WILLS. Op. Cit., p. 99.
22 Los talleres de construcción de memoria son reuniones grupales en las cuales, siguiendo unas reglas y estrategias, la comunidad recuerda y reconstruye de forma colectiva aquellos hechos y acontecimientos que afectaron su vida, incluyendo los contextos en que se dieron y las lógicas de los actores armados. RIAÑO y WILLS. Op. Cit., p. 103. Entre los talleres utilizados en la investigación se encuentran las líneas de tiempo (los participantes elaboran una línea temporal señalando hechos, contextos y sentimientos) y los mapas de la memoria (los participantes elaboran un mapa de la zona, donde señalan los hechos que los afectaron y la relación entre estos y el espacio).
Los cristianos23 y el conflicto armado
Técnicamente, Colombia ha padecido un conflicto armado desde el momento mismo de su emancipación de España, en 1810. Aparte de la Guerra de Independencia (1810-1819), durante el siglo XIX este país sudamericano experimentó por lo menos siete guerras civiles generales (1839-1841, 1854, 1859-62, 1876-77, 1885, 1895, 1899-1903) motivadas por las diferencias entre los dos partidos políticos tradicionales (Liberal y Conservador) ante el modelo de Estado a instaurar, y por intereses de gamonales y caudillos regionales por el poder político y económico. La Iglesia Católica, que luchaba por mantener lugares privilegiados dentro del nuevo Estado, fue un actor importante en estos conflictos y en diversas ocasiones colaboró en su detonación24. En un contexto de lucha bipartidista por el poder, las doctrinas tradicionalistas que llegaban desde Roma y Europa, colaboraban en mantener una cultura de intransigencia25 con los miembros del Partido Liberal, quienes, por lo demás, eran en su casi totalidad, católicos.
Tras el fin de las hostilidades en 1903, que conllevó la separación de Panamá del territorio colombiano, Colombia vivió unos 30 años de relativa paz, lo que facilitó el inicio del proceso de industrialización del país y el avance de proyectos de modernización (inversiones en obras públicas, vías, auge de la economía cafetera, etc.). Este periodo coincide con la permanencia en el poder del Partido Conservador y una alianza con la Iglesia Católica, a la que se le otorgaron varios privilegios (tutelar la educación pública, encargarse de las misiones, no pagar impuestos, subsidios, etc.) a cambio de encargarse del aparato de beneficencia del Estado (hospitales, asilos, leprosorios, orfanatos y varios colegios) y de las tierras de misión.
El arribo del Partido Liberal al poder en 1930 y su permanencia allí durante los siguientes 15 años, revivió las antiguas actitudes intransigentes e intolerantes por parte de los conservadores, de miembros del clero y de no pocos liberales, que conllevó el inicio de hechos de violencia rural, específicamente el asesinato de personas y familias por su filiación partidista. Pero fue con el asesinato, en 1948, de Jorge Eliécer Gaitán, político populista, candidato a la presidencia por el Partido Liberal, que el conflicto armado entre grupos políticos se recrudeció, al punto que durante más de una década los campos colombianos fueron testigo de brutales acciones en nombre de un grupo político y hasta de la religión. En algunos lugares portar el color del partido contrario podía pagarse con la vida. A eso se agregó la persecución de socialistas, comunistas (el nuevo enemigo) y hasta de iglesias protestantes que desde comienzos de siglo se instalaban con dificultad en zonas rurales y fronterizas26. Esta década sangrienta se conoce en la historia de Colombia como la Época de la Violencia (con v mayúscula). En realidad, se trató de una guerra civil no declarada, en la cual por primera vez no se involucraban directamente las élites políticas y económicas, contrario a lo sucedido en el siglo anterior. Los campesinos se asesinaban entre sí, muchas veces sin saber cuál era el verdadero significado de ser ‘liberal’ o ‘conservador’. Una actitud de rabia, revancha y venganza generó una ola de violencia que provocó el éxodo de miles de personas de los campos a las ciudades, que se sobrepoblaron en poco tiempo27.
A finales de la década de 1950, los partidos en conflicto realizaron un pacto de no agresión y de compartir el poder sucesivamente durante los siguientes 16 años, y se llevaron a cabo procesos de negociación entre el gobierno y las guerrillas liberales y conservadoras que permitieron la desmovilización de estos grupos. La institución eclesiástica también cambió de actitud frente al Estado y tras la dictadura de Rojas decidió apoyar el nuevo pacto de poderes entre los dos partidos tradicionales, el llamado Frente Nacional. El liberalismo dejaba de ser el enemigo y las miras se centraban ahora en el comunismo que desde la URSS y China parecía amenazar el orden mundial en un contexto de Guerra Fría28.
Pese a los pactos y tratados, la violencia en Colombia no cesó del todo y pronto renació. Lo hizo, debido a que no se atendieron las causas estructurales que la alimentaban: la desigualdad social, la restricción del acceso a la educación, la concentración de la tierra en pocas manos, la falta de oportunidades, y además, la exclusión de grupos políticos distintos de los tradicionales. Los ecos de la victoria de la Revolución Cubana (1959) y la Guerra Fría hicieron el resto. Así, en 1964, nacieron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia –FARC– de inspiración marxista leninista, sostenidas por la Unión Soviética. Ese mismo año nacía el Ejército de Liberación Nacional –ELN– también marxista, apoyado por el régimen cubano, pero con fuerte participación de estudiantes universitarios, intelectuales y sectores cristianos descontentos por la situación del país29.
Mientras tanto, en el interior de la Iglesia católica se venían dando algunas transformaciones. Nuevas corrientes pastorales, que pronto desembocaron en el Concilio Vaticano II, llegaron a algunos sectores del clero que empezaron a cuestionarse sobre el statu quo y el rol que jugaba la Iglesia en su conservación. Conceptos como justicia, equidad, pobreza y cambio social circularon entre clérigos y laicos sin encontrar apoyo en la jerarquía eclesiástica, la cual buscaba simplemente acomodarse a la nueva situación y defender sus antiguos privilegios institucionales. Es en este contexto que varios sacerdotes sensibles preocupados por la situación social y política del país no vieron otra salida que la lucha armada como única vía para llegar el anhelado cambio. En una entrevista, en 1965, Camilo Torres Restrepo dijo:
Estoy convencido de que es necesario agotar todas las vías pacíficas y que la última palabra sobre el camino que hay que escoger no pertenece a la clase