se había imaginado que iba a una isla turística que era un destino muy apreciado tanto por familias como por entusiastas de la historia. Se había imaginado que Agon sería como una mazmorra, tan oscura y tenebrosa como el hombre que la había llevado allí.
Había estado en más de treinta países a lo largo de su vida, pero nunca había estado en un aeropuerto tan acogedor como el de Agon. Los trámites de entrada fueron muy rápidos y la llegada de su equipaje por la cinta transportadora fue más rápida todavía.
Un hombre la esperaba con un cartel con su nombre. Después de unas presentaciones de cortesía, él tomó el carrito con su equipaje y fue hasta un coche largo y negro que estaba aparcado en lo que, evidentemente, era un sitio preferente.
Todo estaba transcurriendo como le había explicado la secretaria personal de Talos en un correo electrónico que le había mandado el día anterior.
Mientras el conductor se abría paso por las carreteras, pudo hacerse una idea mejor de cómo era la isla.
Había vestigios del patrimonio griego de Agon por todos lados, desde la arquitectura a las señales de tráfico, que estaban en el mismo idioma. Agon, sin embargo, era una isla independiente con sus leyes propias. Lo que más le llamó la atención fue lo cuidado que estaba todo, desde las carreteras a los edificios que veía al pasar. Estiró el cuello cuando pasaron por un puerto y vio los yates atracados, algunos tan grandes como un transatlántico. Enseguida salieron de la ciudad y empezaron a ascender por colinas y montañas. Se quedó boquiabierta cuando vio de lejos el palacio encaramado en lo alto de una colina, como los griegos antiguos habían construido muchos de sus templos. Era inmenso y tenía un aire oriental, como si lo hubiesen construido hacía siglos para un sultán.
Sin embargo, no se encaminaron hacia el palacio. El conductor redujo la velocidad en cuanto lo perdió de vista y una verja de hierro se abrió muy despacio. Luego, la llevó hacia una villa tan grande que podría haber sido un hotel. Llegaron a lo alto del camino, rodearon la villa y recorrieron algo más de un kilómetro hasta una casa más pequeña que la villa, pero de buen tamaño.
Un hombre mayor, con una mata de pelo canoso alrededor de una calva, salió por la puerta principal para saludarlos.
–Buenas tardes, despinis –le saludó él con amabilidad–. Me llamo Kostas.
Le explicó que él se ocupaba de la villa principal de su alteza el príncipe Talos y le enseñó la casa de invitados que sería su residencia durante un mes. La cocina, aunque pequeña, estaba muy bien surtida y todos los días le llevarían fruta fresca, pan y lácteos. Si quería comer en la villa principal, solo tendría que descolgar el teléfono y llamarle, lo mismo que si quería que le llevaran las comidas a la casa de invitados.
–La villa tiene gimnasio, piscina y spa y, naturalmente, puede usarlos cuando lo desee –añadió él antes de marcharse–. También hay toda una serie de coches que puede utilizar si quiere ir a algún sitio o, si lo prefiere, podemos proporcionarle un conductor.
Entonces, ¿Talos no quería tenerla prisionera en la casa de invitados? Agradecía saberlo. Se había imaginado que la recogería en el aeropuerto, que la encerraría en una mazmorra y que no le dejaría salir hasta que dominara a la perfección la composición de su abuela… y hubiese superado todos sus miedos.
Sintió un escalofrío en la espalda solo de pensarlo.
Se preguntó qué maravilloso psiquiatra emplearía Talos para… arreglarla. Se reiría si no le aterrara todo ese asunto. Fuera quien fuese, haría bien en darse prisa. Faltaban cuatro semanas y dos días para que tuviera que salir el escenario en la gala por el cincuentenario del rey de Agon. Tenía treinta días para aprenderse una composición completamente nueva, para que su orquesta se aprendiera el acompañamiento y para vencer unos nervios que la habían paralizado durante más de la mitad de su vida.
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