segundo violín y me siento al fondo de la orquesta. Normalmente, somos unos ochenta músicos tocando. El público no me mira a mí, sino al conjunto de la orquesta. Son dos cosas distintas. Si tocara en la gala de su padre, todo el mundo me miraría a mí y me paralizaría. Me humillaría a mí, a mi madre y a su abuelo. ¿Eso es lo que quiere? ¿Quiere que todo el mundo vea que su invitada estrella se queda paralizada en el escenario y no puede tocar ni una nota?
La única persona que no se abochornaría sería su padre. Ella había dicho que había sido una decisión conjunta de sus padres, pero le verdad era que su padre había sido quien había ido contra los deseos de su madre y la había alejado de los escenarios. Él la había tranquilizado, le había dicho que no pasaba nada por tocar solo por el amor a la música aunque fuera en la soledad de su dormitorio.
Talos entrecerró los ojos con expresión perspicaz.
–¿Cómo puedo saber que no me estás mintiendo ahora?
–Yo…
–Has reconocido que mentiste cuando dijiste que tenías un compromiso previo.
–Fue una mentira por necesidad.
–No hay ninguna mentira necesaria. Si no puedes soportar que te miren cuando tocas, ¿cómo entraste en la orquesta?
–Fue una audición a ciegas. Todo el mundo tenía que tocar detrás de un biombo para que no hubiera prejuicios o preferencias. Además, y antes de que lo pregunte, claro que ensayo con mis compañeros, pero eso no tiene nada que ver con estar en un escenario con cientos de miradas clavadas en ti.
Él sacudió lentamente la cabeza con una expresión indescifrable.
–No sé qué pensar. No sé si estás diciendo la verdad o si estás contando otra mentira.
–Estoy diciendo la verdad. Tiene que buscarse otro solista.
–No lo creo. Los nervios y el miedo escénico pueden superarse, pero encontrar a otro violinista que haga justicia a la última composición de mi abuela es otro asunto.
Daba igual que se hubiera quedado casi sin tiempo. Podía pasarse el resto de su vida buscándolo, pero no encontraría a nadie que pudiera conmoverlo como lo había hecho Amalie en los pocos minutos que la había escuchado. Jamás se había conformado con los segundones y no iba a empezar en ese momento.
–¿Qué sabes de mi isla? –le preguntó él.
Ella se quedó desconcertada por el cambio de conversación.
–Poca cosa. Esta cerca de Creta, ¿no?
–Creta es nuestro vecino más cercano. Nosotros, como los cretenses, descendemos de los minoicos. Agon ha sido atacada durante siglos por los romanos, los otomanos y los venecianos, entre otros. Los hemos repelido a todos ellos. Solo los venecianos consiguieron ocuparnos, pero durante muy poco tiempo. Mi pueblo, a las órdenes del Ares Patakis, de quien soy descendiente directo, se sublevó contra los ocupantes y los expulsó. Desde entonces, ninguna otra nación ha pisado sus costas. La historia cuenta nuestra historia. Nadie oprimirá a los agonitas, lucharemos hasta el último aliento por nuestra libertad –Talos hizo una pausa para dar un sorbo de café–. Seguramente, te preguntarás por qué te cuento todas estas cosas.
–Efectivamente, estoy intentando entender a qué viene… –reconoció ella.
–Es para que sepas de qué pasta estamos hechos mi familia y mi pueblo. Somos guerreros. ¿Miedo escénico? ¿Nervios? Eso solo son contratiempos que hay que combatir y derrotar. Con ayuda, tú también los derrotaras.
Amalie podía imaginárselo perfectamente. Talos Kalliakis, solo con una coraza y una espada en la mano, se pondría al frente en cualquier batalla. Sencillamente, había tenido la mala suerte de que hubiese decidido batallar contra ella. Sin embargo, su miedo escénico no era una batalla, era parte de sí misma y algo que había aceptado desde hacía mucho tiempo.
Su vida era agradable, sencilla, sin altibajos. Había impedido que la agitación de su infancia se abriera paso hasta su vida adulta.
–He acordado con tus directores que vengas a Agon dentro de un par de días y te quedes hasta la gala. Tu orquesta empezará inmediatamente los ensayos y llegará una semana antes de la gala para que puedas ensayar con ellos.
–Perdone, ¿pero qué es lo que ha hecho? –preguntó ella olvidándose de su intención de ser afable.
–Te daré un mes para que te aclimates a Agon.
–No tengo que aclimatarme. Agon no está en medio del desierto.
–También tendrás un mes para que prepares perfectamente tu parte solista –siguió él sin hacer caso de su interrupción y dirigiéndole otra mirada de advertencia–. No tendrás distracciones.
–Pero…
–Superarás el miedo escénico –aseguró él con la firmeza de un hombre que nunca había cedido ante algo tan nimio como los nervios–. Yo me ocuparé de ello personalmente.
Él se calló y se hizo un silencio que ella sabía que tenía llenar, pero solo podía pensar en las ganas que tenía de tirarle algo, de maldecir a ese hombre odioso que estaba intentando desbaratar esa vida cómoda y tranquila que se había creado al margen del cualquier protagonismo.
–Despinis…
Ella levantó la mirada y se encontró esos ojos como rayos láser que la taladraban otra vez como si pudiera entrar en ella y saber lo que estaba pensando.
–¿Aceptas el encargo o voy a tener que despedir a un centenar de músicos? –preguntó él en un tono inflexible–. ¿Voy a tener que destrozar un centenar de carreras incluida la tuya? Lo haré, no lo dudes, os destrozaré a todos.
Ella cerró los ojos y tomó aire para intentar dominar el pánico que le atenazaba la garganta. Ella lo creía, sabía que no era una amenaza vana. Podía destrozar su carrera. No sabía cómo lo haría, pero sí sabía que podía.
Si no lo detestara tanto, se preguntaría por qué estaba dispuesto a llegar tan lejos para que ella aceptara, pero si no cedía, él le arrebataría lo único que sabía hacer.
Sin embargo, ¿cómo iba a aceptar? La última vez que toco sola, estaba rodeada por los amigos artistas de sus padres; músicos, escritores, actores, cantantes… Se había humillado y había humillado a su madre delante de todos ellos. ¿Cómo iba a salir al escenario delante de mandatarios y jefes de Estado y que no le atenazaran los mismos nervios? Eso, si conseguía llegar hasta el escenario.
La última vez que lo intentó después de aquel incidente acabó hospitalizada. Lo que recordaba con más claridad de aquel momento atroz era la furia de su padre contra su madre por haberla obligado. La había acusado de egoísmo y de haber utilizado a su única hija como un juguete.
Se le formó un nudo en la garganta cuando se acordó de que se separaron pocas semanas después y de que su padre se quedó con su custodia.
Sin embargo, era afortunada. Si las cosas se ponían complicadas, sabía que podía contar con sus padres para que la ayudaran a salir del apuro. No pasaría hambre y tampoco perdería su casa. Sus compañeros no podían decir lo mismo, casi ninguno tenía unos padres adinerados. Pensó en la encantadora Juliette, que estaba embarazada de siete meses y era el tercer hijo. Pensó en Louis, que acababa de reservar unas vacaciones ruinosas con toda su familia a Australia. Pensó en el quejoso Giles, que se quejaba todos los meses cuando tenía que pagar la hipoteca…
Todos ellos eran músicos o administrativos y todos ignoraban que su porvenir estaba pendiente de un hilo.
Miró fijamente a Talos como si quisiera que percibiera cuánto lo odiaba.
–De acuerdo, acepto, pero tendrá que sufrir las consecuencias durante el resto de su vida.
Amalie miró por la ventanilla y vio Agon por primera vez. El avión empezó a descender y pudo ver unas playas de arena dorada rodeadas de vegetación,