hablar, a pesar de no emitir sonido alguno. Al mirar hacia abajo vio la evidencia de la reacción de su cuerpo al estar cerca de ella y prácticamente desnudo. Y ella también la vio.
Había vuelto a excitarse pocos minutos después de estar con ella aquella mañana y cada mirada o cada palabra que pronunciaba hacían que su erección permaneciera durante todo el día. En aquel momento, ver aquellos ojos abiertos que lo contemplaban no hizo sino aumentar su deseo y su erección.
Ocho
Lo único que había evitado que se cayese era el hecho de estar ya sentada. Gillian sintió que las mejillas se le ruborizaban y levantó la mano para tocárselas. Brice se había desnudado con tanta rapidez que ella no había podido protestar.
Aquélla debía de ser su costumbre; la de quitarse la cota de malla y desnudarse para lavarse antes de dormir. Y no parecía importarle su presencia.
Sin embargo su cuerpo había reaccionado; se le había quedado la boca seca y los pulmones no parecían capaces de llenarse de aire. Sentía el sudor en el cuello y en el valle entre sus pechos. Y notaba el cosquilleo en aquel lugar entre sus piernas, al igual que en los pezones. Se puso en pie y estuvo a punto de correr hacia la entrada de la tienda.
No deseaba más que un paño frío que llevarse a la cara para calmar el ardor de sus mejillas, pero el único paño para lavarse de la tienda lo tenía él. Terminó y se envolvió una toalla alrededor de la cintura antes de entregarle el cuenco de agua sucia a Ernaut y de darle unas instrucciones apresuradas en voz baja. Luego se dirigió a ella.
—Ernaut os traerá ahora agua limpia. ¿Necesitáis algo más antes de iros a dormir?
Tal vez fuera el tono de su voz, o el atractivo masculino de su cuerpo bien formado, o quizá su aparente y absoluto interés en la parte física del matrimonio.
Fuera cual fuera la razón, la necesidad de soltarse la capa y de desatarse los lazos que restringían su respiración estuvo a punto de acabar con el poco sentido común que poseía en aquel momento.
—No —consiguió contestar.
Brice se estremeció entonces y se le puso la piel de gallina.
—¿Acaso nunca hace calor en vuestra querida Inglaterra? El frío es capaz de encogerle a un hombre el… —se carcajeó en voz alta y frunció el ceño como si buscara otra palabra para aquélla que Gillian sabía que quería decir—. Tras pasar un invierno aquí, echo de menos las tierras de Bretaña.
—Entonces tal vez deberíais vestiros, milord —sugirió ella, y aceptó el cuenco de agua caliente que le entregó Ernaut. El rubor en la cara del escudero junto con el inmediato silencio que se creó en la tienda le hicieron darse cuenta de su error. Era evidente que lord Brice no tenía intención de vestirse. Ernaut tosió varias veces y salió de la tienda sin volver a mirarla.
Lord Brice tampoco volvió a hablar. Organizó sus prendas, sus botas y su espada y luego se acercó al camastro de la esquina. Cuando Gillian se atrevió a mirar en su dirección, él parecía ajeno a su presencia. Pero, cuando hubo terminado de lavarse y estaba lista para irse a dormir, vio que estaba tumbado con los brazos detrás de la cabeza, simplemente observando sus movimientos. La toalla que le había ofrecido cierta decencia tras exhibir su cuerpo yacía arrugada en el suelo junto al catre, y aquello significaba que estaba desnudo bajo las mantas.
Gillian esperó y esperó a que él rompiera la tensión, hasta que le dijera dónde dormir o lo que esperaba, pero no lo hizo. Finalmente intentó ser más descarada de lo que le apetecía.
—No sé lo que esperáis de mí, milord —dijo con voz temblorosa.
Él sonrió, levantó las mantas y dejó ver más de su anatomía.
—Venid a la cama.
—No estoy preparada para dormir —respondió ella, más despierta de lo que lo estaba antes. La visión de su piel y los recuerdos de sus caricias y de sus besos bajo las mantas la noche anterior y esa mañana inundaron su mente e hicieron que dormir fuera lo último en lo que pensara.
—Venid a la cama —repitió él sin dejar de sonreír.
—No sé qué esperáis de mí —repitió ella. Sentía que la confianza en sí misma se le escapaba debido a los cambios que habían tenido lugar en su vida en un solo día, y notó cómo las lágrimas amenazaban con brotar. Brice se incorporó, se llevó las rodillas al pecho y apoyó en ellas los brazos.
—En estas horas antes del amanecer, sólo busco algo de consuelo en los brazos de mi esposa. Si sobrevivo a la batalla de mañana, encontraremos la manera de conseguir el resto.
Aunque ya no era inocente, Gillian no sabía cómo aproximarse a aquel extraño que era su marido. No era capaz de entender qué esperaba de ella.
—Quitaos la capa y venid conmigo, milady —dijo él con voz profunda—. ¿O tenéis por costumbre dormir con esa ropa?
A decir verdad, sí. A veces necesitaba dormir con muchas capas de ropa, por comodidad o por seguridad, pero él no necesitaba saber esas cosas.
—No con la capa —contestó, y probablemente desveló más cosas de las que debería. Él frunció el ceño antes de que ella negara con la cabeza para evitar que hiciera más preguntas—. No, milord.
—Brice —dijo él volviendo a levantar las mantas—. Llamadme por mi nombre cuando estéis en mi cama.
Gillian decidió que necesitaba coraje para meterse en la cama, cerró los ojos y dejó caer la capa a sus pies. Tras quitarse el velo, se sacó el vestido por encima de la cabeza y quedó desnuda, salvo por los zapatos y las medias. El vello se le erizó inmediatamente al sentir el frío de la tienda y los pezones se le endurecieron.
—Milady —dijo él a modo de invitación.
Gillian capituló, ya fuera por el frío de la tienda o por el calor de la invitación, se arrodilló sobre el camastro y se encontró entre sus brazos segundos más tarde.
Fingiendo una valentía que no sentía, Gillian intentó aliviar la tensión entre ambos.
—Y tú deberías llamarme Gillian cuando estés en mi cama.
Él se apartó y la miró como si no pudiera creer sus palabras.
—Muy bien, Gillian —respondió. Luego agachó la cabeza y la besó; y Gillian se olvidó de palabras, de nombres y casi de cómo respirar.
De mujer asustada a descarada, Gillian se había transformado delante de sus ojos. Brice había reconocido el miedo de una mujer inocente en su mirada cuando se había desnudado y se había lavado delante de ella. Pero luego, al darle tiempo y espacio, parecía haberse relajado en su compañía y se permitía aceptar lo que había ocurrido y lo que ocurriría entre ellos. Que hubiera admitido que no sabía qué hacer le resultaba conmovedor, pues revelaba una vulnerabilidad que probablemente ocultase ante los demás.
La colocó bajo su cuerpo, comenzó a devorar su boca como llevaba todo el día queriendo hacer y se dio cuenta de que quería que aquella noche fuese especial para ella. Tan especial como no lo había sido la anterior. Y lo suficientemente especial para que la recordara por si acaso era la última.
Gillian se abrió a él, pero dejó las manos quietas a los lados, sin tocarlo. De modo que Brice se inclinó y guió una de ellas a su cintura. Mientras saboreaba las profundidades ardientes de su boca, sintió la otra mano deslizarse por su piel hasta llegar a su cadera. Apartó entonces la boca y cubrió de besos su cuello y sus hombros. Cuando ella movió las caderas contra su erección,
Brice deslizó la mano hacia abajo y la colocó sobre su vientre.
«Lento y con calma», ése era su lema aquella noche; aunque le costara trabajo, pensaba darle placer antes de buscar el suyo propio. Sus reacciones inocentes a sus besos y a sus caricias hicieron que fuera casi imposible, al igual que la sangre