Gillian, qué contestáis a la pregunta de vuestro hermano?
¿Realmente lord Brice pensaba liberarla? ¿Habría malinterpretado ella todo lo que había dicho y todo lo que sabía de él? No había tiempo de considerar todas las implicaciones de su decisión, pero ella ya había tomado la suya, por razones tanto prácticas como irracionales.
—No —repitió ella—. Oremund, mantengo los votos que hice.
Gillian no sabía lo nerviosa que estaba hasta que Brice se colocó tras ella y le puso las manos en los hombros.
—Bien hecho —le susurró al oído—. Bien hecho.
¿Había dudado de ella? ¿Había planeado aquello para justificar su decisión de atacar Thaxted? ¿Realmente creía que podría haberse entregado con tanto abandono la noche anterior y alejarse de él por la mañana? Gillian sentía mucho más de lo que pudiera pensar. Algo mucho más grande que sus propias metas estaba en juego.
Gillian sentía que algo en su interior confiaba en su marido y aceptaba la certeza de que estaba más segura con él que a merced de su hermano. ¿Pero sus palabras mostraban realmente su aprobación a su declaración?
Oremund perdió entonces el control y todos vieron al hombre con el que normalmente trataba ella; peligroso, perverso, egoísta y violento. Por suerte había hombres con espadas grandes entre ellos.
—¡Maldita perra traidora! —gritó con la cara retorcida por la ira. Dio dos pasos hacia ella, pero un muro de guerreros armados se colocó entre ellos—. Pagarás por tu traición.
Gillian sabía que se había echado hacia atrás y sentía el pecho de lord Brice pegado a su espalda. Por primera vez se sintió a salvo frente a la ira de su hermano. Pero lo más importante era que sabía que aquél no era el final, pues su costumbre era atacar verbalmente primero y después usar otros métodos para aplicar castigos. Cuando quedó claro que no se acercaría a ella, se dirigió hacia su caballo, se montó y se alejó al galope hacia la fortaleza.
Aquél no era el final.
Gillian se dio la vuelta para advertir a Brice. Él no sabía lo peligroso que podía ser Oremund cuando se enfurecía. Su marido la soltó, ella se volvió y vio la mirada de complacencia bajo su casco.
—¡Esto no ha acabado, milord! —exclamó en voz baja para que sólo él pudiera oírla—. No renunciará a Thaxted sin luchar. Sólo ha sido…
—Un ardid, milady. Sí, no esperaba que se rindiera —respondió lord Brice—. Ernaut, llévate a lady Gillian con el padre Henry y quédate allí —le ordenó a su escudero antes de subirse a su caballo.
—Milord —dijeron Ernaut y ella al mismo tiempo.
Pero Brice ya estaba pensando en la batalla y les había dado una orden que esperaba que obedecieran sin objeciones. Cuando los hombres comenzaron a ocupar sus posiciones tras ella, se dio cuenta de que podía detener la batalla. O al menos reducir el número de muertos. Gillian corrió hacia él y se estiró para tocarle la pierna y llamar su atención.
—Milord —dijo por encima del tumulto de hombres preparándose para luchar—. Milord, debo hablar con vos.
Él frunció el ceño y le hizo un gesto con la cabeza para que se alejara. Pero Gillian no lo hizo, pues sabía que, si le hablaba del pasadizo bajo la fortaleza, podría entrar y tomar el lugar. Cuando Brice se dio cuenta de que no se iba, se inclinó hacia ella.
—Hay otro camino…
Recibió el golpe antes de poder terminar la frase, y la fuerza del impacto en el hombro la tiró al suelo. De pronto sintió un dolor intenso y la cabeza comenzó a darle vueltas. El estómago se le agarrotó mientras el dolor alcanzaba un nivel que jamás había experimentado.
El caos se apoderó del lugar y ella sólo oía los gritos cada vez más altos mientras se alejaba. Todo a su alrededor se mezcló; la luz del sol, el viento que se movía entre los árboles, Brice ordenándoles que prendieran fuego a las flechas para quemar la fortaleza.
¡Dios, no! Tenía que detenerlo. Gillian vio cómo se acercaba y daba órdenes a cada paso que daba, hasta que se sintió demasiado mareada para seguir mirándolo. La tomó en brazos como si no pesara nada y comenzó a llevársela de allí.
—Milord —dijo ella, más débil a cada aliento.
—Calla, Gillian —susurró él contra su frente—. El padre Henry se ocupará de ti.
—¡Brice, para!
Él se detuvo y a Gillian se le nubló la vista. Tenía la ropa empapada en sangre y ya no sentía el brazo. Intentó ver su rostro, pero no podía.
—Brice, puedo mostrarte una entrada. No hace falta quemarlo —le dijo—. Te lo ruego. Hay inocentes ahí dentro que perecerán con el resto.
Aunque no se lo dijo, ella continuó hablando, obligándose a pronunciar las palabras mientras la oscuridad la llamaba.
—Cuarenta pasos desde el muro norte… un grupo de árboles… Al pie del de en medio… — sacudió la cabeza para despejarla, pero la niebla no se iba—… cuando lo atravieses llegarás a la parte de atrás de la casa del herrero —estiró el brazo hacia él—, pero no lo sintió—. Prométeme que les permitirás vivir.
Ni siquiera llegó a oír su respuesta, pero el grito de Brice resonó en su cabeza y lo sintió mientras caía contra su pecho. Luego el día se volvió negro y todo acabó.
Diez
Brice sintió que se desmayaba y, en cierto modo, fue mejor que tenerla despierta. La flecha la había alcanzado en la zona del hombro, y probablemente no fuera grave, pero demostraba lo perverso que era su hermano.
¡Disparar a su propia hermana por la espalda!
Oremund había caído más bajo que cualquier hombre que conocía; primero al abusar de Gillian y después al castigarla por su resistencia. Era evidente que Oremund podría haberla matado hacía tiempo a no ser que ella fuera de algún valor para él. El sentimiento por los parientes cercanos no significaba nada para él, pero el dinero y el poder sí, de lo contrario la hija bastarda habría seguido a su madre y a su padre a la muerte. Eso significaba que Gillian tenía algo que Oremund deseaba. Algo con lo que había escapado de Thaxted. Y, dado que había llegado a él sin nada salvo la ropa, debía de ser información lo que poseía.
La mantuvo pegada a él y caminó deprisa hacia el campamento, donde ya había llegado la noticia de su herida. Dos de los hombres que se encargaban de las heridas lo dirigieron a un catre donde la tumbó sobre su costado sano. El padre Henry corrió hacia ellos y se arrodilló a su lado.
—¿Cómo ha ocurrido? —preguntó.
—Creo que fue su plan desde el principio. Intimidarla. Castigarla —había notado las cicatrices en sus piernas, en sus caderas y en sus nalgas cuando habían hecho el amor. Brice sabía que cicatrices así eran el resultado de palizas frecuentes. ¿Qué habría tenido que soportar bajo el control de Oremund? No era de extrañar que intentara escapar cada vez que podía.
Tras dejar a Gillian al cuidado de los otros, Brice regresó al frente de su ejército. Ella le había ofrecido una manera que le permitiría no quemar la fortaleza. Aunque no le importaba si Oremund vivía o moría, los demás que allí vivían serían los que acabarían ocupándose de sus terrenos. Sería mejor tenerlos vivos.
Sus hombres no parecieron contentos cuando reveló su cambio de planes. Una vez que la excitación de una batalla inminente comenzaba a calentar la sangre de un hombre, era difícil renunciar a ella sin más. La sentía en sus propias venas, pero sospechaba que parte de lo que sentía era rabia por la herida de Gillian. No debería haberle permitido acercarse tanto a Oremund. Debería haber ignorado todas las fanfarronadas y haberse ceñido a su plan; entonces ella no habría estado allí para recibir el flechazo. Su fallo podía