vez por una razón muy diferente. Estaba experimentando una premonición, que le advertía que aquel hombre era peligroso.
Él sonrió como para tranquilizarla, pero no lo consiguió. Parecía la sonrisa que un depredador le lanzaría a su presa.
—No hay nada que yo no pueda descubrir, señorita Coulsden, si quiero hacerlo. No hay nada que yo no pueda hacer.
Aquellas palabras la dejaron atónita. ¿Habían sido una amenaza? Entonces, Celena se levantó, irguiéndose en toda su estatura y se apartó la melena castaña rojiza de la cara, dejando bien al descubierto sus ojos grises.
—Creo que estamos haciéndonos perder el tiempo mutuamente, señor Segurini. No debería haber venido. Me encuentro muy a gusto en mi actual trabajo. Muchas gracias.
Iba vestida de rojo, un color que debería haber desentonado terriblemente con el de su pelo, pero, de algún modo, iban a la perfección. Entonces, se colgó el bolso en el hombro y se encaminó hacia la puerta. De repente, la voz imperiosa de él la detuvo.
—¡Espere!
Lentamente, Celena se volvió, con la barbilla bien alta. El corazón empezó a latirle a toda velocidad.
—¿Se ha ofendido porque ya tenga informes sobre usted?
—De hecho, sí —respondió ella, aclarándose la garganta—. Ni siquiera soy su empleada y usted tiene, a pesar de todo, un informe sobre mí. Creo que eso es totalmente inaceptable.
—Creo que estará de acuerdo conmigo en que, en estos tiempos, la mayoría de las personas están incluidas en listas de ordenador. Resulta sorprendente cuánta información de cada uno tienen toda clase de personas, como, por ejemplo, el director del banco. Probablemente sabe mucho más de usted de lo que cree.
—Tal vez —admitió ella—, pero, ¿por qué iba a tenerla usted?
—Piénselo, señorita Coulsden. No le ofrecería un trabajo, en especial uno tan importante, a una persona de la que no supiera nada.
—De acuerdo, pero ¿cómo la consiguió? No nos conocíamos de antes. ¿Cómo ha sabido todo eso sobre mí? ¿Y por qué me ha llamado a mí en particular? Estoy segura de que debe de haber muchos otros publicistas que tengan las características que usted está buscando.
—Usted se ha forjado una excelente reputación. Los anuncios de los que usted se ha encargado, han sido los que han reportado más éxitos a su agencia.
—Yo simplemente me encargo de escribirlos —respondió ella, que era muy modesta sobre sus éxitos.
—Pero qué palabras —replicó él, mirándola con aprobación. Celena intentó no prestar atención a lo que aquello provocó en sus sentidos—. Lo que no entiendo es por qué se ha concentrado en ese lado de la publicidad cuando tiene mucho talento para el diseño.
—Me gusta más.
—Y por eso la quiero en mi equipo. No hay nada que yo no pueda conseguir.
Resultaba evidente que aquel hombre tenía la intención de contratarla, tanto si ella lo aceptaba como si no. Para empezar, cuando recibió la oferta de Luciano Segurini, Celena se sintió halagada y sorprendida, pero también intrigada, aunque le gustaba que él pensara que era lo suficientemente buena como para formar parte de una de las mejores agencias publicitarias de Inglaterra. Además, le había ofrecido un sueldo mucho más alto de lo que estaba ganando en aquellos momentos, que le resultaría muy útil.
Últimamente, se había pasado muchas noches despierta, preguntándose cómo iba a pagar los gastos del internado de Davina al siguiente trimestre. El dinero que sus padres le habían dejado se había evaporado ya, aunque Davina no lo sabía. Celena hubiera sido capaz de trabajar día y noche antes que decírselo. Su hermana estaba muy contenta en aquel colegio, el mismo al que había ido Celena, y si le decía que tenía que dejarlo podría afectar seriamente a sus estudios.
Evidentemente, Celena se había preguntando por qué Luciano Segurini la había elegido a ella para aquel trabajo e incluso cómo había sabido de ella. Había llegado a la conclusión de que todas las agencias vigilan estrechamente a sus competidoras y que las personas hablaban, por lo que no resultaba extraño que hubiera oído hablar sobre ella.
Tenía razón cuando había dicho que Celena había tenido un buen número de éxitos. De hecho, Hillier y Jones estaban muy orgullosos de ella y dudaba que la dejaran marchar. Ni siquiera les había dicho que iba a acudir a aquella entrevista. Solo le había empujado la curiosidad y, por la sorprendente reacción que había tenido con respecto a aquel hombre y por todo lo que él sabía sobre ella, estaba empezando a desear no haber ido. Resultaba muy turbador saber que la habían investigado tan exhaustivamente.
—Quiero que trabaje en el proyecto más importante de toda mi vida. Usted es la persona que he estado buscando ya que tiene las características adecuadas.
—Me imagino que, con el éxito que su agencia ha alcanzado en los últimos años, ya tiene un equipo muy bien preparado.
—Siempre hay lugar para las mejoras.
—Se refiere a sangre nueva. ¿Es que alguien le ha defraudado? Tiene una vacante, ¿no es verdad?
—Sí —respondió él, con una ligera sonrisa en los labios—. Me han defraudado, y mucho, a decir verdad. ¿Va a aceptar el trabajo, Celena?
Ella casi no notó el hecho de que la había llamado por su nombre. No podía apartarle los ojos de la boca, ni de aquel labio inferior tan carnoso. Sin poder evitarlo, se preguntó que sentiría si un hombre como aquel la besaba.
—Lo siento —dijo ella, cuando se dio cuenta de que él parecía estar esperando una respuesta—, ¿qué ha dicho?
—Le ofrezco el doble de lo que esté ganando en la actualidad, sea la cifra que sea.
—Échele un vistazo a su pantalla, señor Segurini. Estoy segura de que le dirá exactamente cuál es mi sueldo actual.
—De hecho, así es. Y también me dice que no tiene novio. ¿Por qué? Es una mujer muy hermosa, Celena, es…
—Mi vida privada no tiene nada que ver con mi profesión. No tiene derecho a husmear en ella —le espetó Celena. Sin embargo, no pudo evitar preguntarse si sabría también de la existencia de su hermana pequeña y de lo mucho que le estaba costando vivir con sus propios medios.
—En realidad, era solo una conjetura. Sin embargo, creo que, por lo mal que se lo ha tomado, tengo razón. Y eso es bueno, porque esperaré de usted que trabaje muchas horas y no quiero que un novio airado esté siempre detrás de mí.
—Todavía no he dicho que vaya a aceptar el empleo —replicó Celena, molesta de que le hubiera engañado.
—Sería una locura por su parte si no lo hiciera. Su vida estaría asegurada.
—¿Vida, señor Segurini? No voy a entregarle mi vida.
—¿Pero está interesada? —peguntó él, sonriendo.
—Tengo un contrato que…
—Que puede romperse fácilmente. En cualquier caso, tengo entendido que Hillier y Jones están pasando dificultades. Se vislumbran despidos y puede que, muy pronto, usted misma se quedara sin trabajo.
—No tengo noticia de nada de eso —dijo Celena, sospechando que se lo estaba inventando.
—Pero es cierto. ¿Cuál es su respuesta?
—Ahora no puedo darle ninguna. No puedo tomar una decisión tan importante sin pensarlo bien antes.
—¿Y qué es lo que tiene que pensar?
—Muchas cosas. Por ejemplo, ¿será usted mi jefe inmediato?
—Somos un equipo, Celena. Todos trabajamos juntos —respondió él, de nuevo exhibiendo aquella sonrisa de depredador—. Siéntese, le pediré a mi secretaria que le traiga un café. Tengo que ver a alguien. Regresaré