Margaret Mayo

Persuasión


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que le invite a mi casa, no va a conseguirlo —contestó ella, intentando desesperadamente aplacar la rebelión que se había apoderado de sus sentidos.

      Él se había cambiado de ropa. Llevaba puesto un par de pantalones azules y un jersey de cachemir a juego. Aquellas ropas tan informales resaltaban la musculatura que adornaba su cuerpo, convirtiéndolo en un adversario más que peligroso. A pesar de que su mente le recordaba que no debía confiar en él, el cuerpo de Celena no parecía tener tales reservas.

      —Pensé que tal vez podríamos ir a tomar una copa para conocernos mejor y charlar un poco más sobre mi oferta —dijo él, sonriendo.

      —¿Es que nunca acepta un no por respuesta?

      —No, si realmente deseo algo.

      —¿Y me desea a mí? —preguntó ella, sonrojándose inmediatamente al darse cuenta de lo que había dicho—. Es decir, ¿desea tanto que yo trabaje para usted?

      —Es perfecta para el trabajo.

      —Yo creo que hay más que eso.

      —¿Qué le ha hecho pensar eso?

      —En primer lugar, su insistencia.

      —¿Y en segundo lugar?

      —Intuición femenina —replicó ella con frialdad, sintiéndose más segura.

      —Ah, eso.

      —Sí, eso. ¿Acaso va a negar que tengo razón?

      —Resulta una teoría interesante. ¿Qué le parece que salgamos juntos a hablar de ella?

      —No quiero salir —insistió ella, impaciente—. He tenido un día terrible, que usted no ha hecho que sea mejor, y había pensado en retirarme temprano.

      —Todavía es temprano —replicó él, consultando la hora en su caro reloj de oro—, poco más de las ocho. Tal vez podríamos hablar aquí. Prometo no robarle más de una hora de su tiempo.

      —Nunca permito que entren extraños en mi casa.

      —No creo que nosotros seamos unos completos extraños. Le prometo, señorita Coulsden, que mis intenciones son estrictamente honorables. Vaya, me ha salido una frase de lo más anticuada. Permítame decírselo de otro modo. No tengo ningún plan para su cuerpo, por muy hermoso que sea. Estará perfectamente a salvo conmigo.

      Sorprendentemente, Celena le creyó. A pesar de que lo encontraba tremendamente peligroso en muchos aspectos, instintivamente sabía que, en aquella ocasión, podía aceptar su palabra.

      —Muy bien, a pesar de que puedo asegurarle que va a perder el tiempo. Una vez que tomo una decisión, nunca cambio de opinión.

      —Y yo nunca acepto un no por respuesta. En ese caso, estamos en un callejón sin salida. Será interesante ver quién gana.

      Su casa siempre había sido un lugar tranquilo y acogedor. Sin embargo, en el momento en el que él entró, el ambiente se cargó, como había pasado en el despacho. Iba a ser una reunión muy difícil.

      Celena lo condujo al salón, que tenía unas agradables vistas sobre el patio, que ella había llenado con muchas plantas de gran colorido y arbustos trepadores. Las macetas daban a aquel pequeño espacio un aire casi mediterráneo.

      —Por favor, siéntese —dijo ella, indicándole un sillón. Luego, ella se sentó en una silla, lo que le dejaba a él en desventaja porque el sol del atardecer le daba directamente en los ojos.

      Entonces, él pareció adivinar su táctica, por lo que se levantó de nuevo y sonrió de un modo que indicaba que controlaba completamente la situación.

      —Es mejor que se siente usted en el sillón —respondió él, extendiendo la mano.

      A Celena no le quedó elección pero, antes de sentarse, corrió las cortinas. Sin embargo, como comprobó al sentarse, no lo suficiente.

      —¿Un punto de luz? —preguntó él, al ver que Celena entornaba los ojos—. Buen truco, señorita Coulsden, pero a mí me gusta ser el que tiene el control.

      —De acuerdo —dijo ella, tratando de no demostrar lo avergonzada que estaba—. Haga su oferta.

      —Creo —empezó él, después de una larga pausa—, que, lo primero de todo, deberíamos analizar sus motivos para rechazar esta oferta.

      —¿Analizar? No hay nada que analizar.

      —¿No? —preguntó él, con escepticismo—. A nadie, excepto a los muy ricos, le importa ganar más dinero.

      —Y usted se encuentra en ese grupo de élite y piensa que su dinero puede comprar cualquier cosa que a usted se le antoje. Permítame que le diga una cosa, señor Segurini. Yo no estoy en venta. ¿Es que no se lo dejé ya lo suficientemente claro?

      —¿Ha comprobado su situación laboral en su actual empleo?

      —Tenía razón —admitió ella, de mala gana.

      —¿Y tiene una hipoteca sobre esta casa?

      —No creo que eso sea asunto suyo —le espetó ella.

      Probablemente, lo sabía de todos modos. La casa de sus padres no había alcanzado un precio tan alto y las casas en aquella zona eran mucho más caras, así que, efectivamente, tenía una hipoteca.

      —Además, por supuesto —añadió él, muy lentamente—, están los honorarios que tiene que pagar por el internado de su hermana. Supongo que tiene que hacer maravillas con el dinero, Celena.

      —Fuera de aquí, canalla —replicó ella, poniéndose inmediatamente de pie—. No tiene ningún derecho a husmear…

      —Estás todavía más hermosa cuando te enfadas. Me sorprende que un hombre no te haya seducido todavía. Necesitas ese trabajo, Celena, entonces, ¿por qué no lo aceptas?

      Efectivamente, así era. Lo necesitaba. No se podía permitir rechazar una oferta como aquella una segunda vez.

      —Lo haré solo si triplica lo que gano en estos momentos —le espetó ella, en tono desafiante.

      —Hecho —respondió él, con una amplia sonrisa. Entonces, se puso también de pie y le extendió una mano que Celena se vio obligada a estrechar—. Sabía que acabarías recuperando la cordura. Todo el mundo tiene un precio.

      De nuevo, aquel saludo le pulverizó la mano. Sin embargo, mucho más fuertes fueron las descargas eléctricas que sintió por todo el cuerpo, la misma reacción química que había experimentado en su despacho, solo que más fuerte. «Por favor, Dios mío, no dejes que nuestros caminos se crucen con mucha frecuencia», suplicó en silencio.

      Capítulo 2

      UN MES después, Celena comenzó a trabajar para Luse. Durante la primera semana y media, no vio a Luciano, lo que la alivió mucho, a pesar de que su nombre andaba en boca de todos. Luciano eso, Luciano eso, Luciano quiere, a Luciano le gustaría… ¡Y Luciano lo conseguía todo!

      Celena estaba también algo perpleja por cómo había conseguido aquel trabajo. Nadie se había marchado de la empresa. En realidad, no había vacante alguna. Aparentemente, aquel puesto no existía antes, por lo que todo el mundo andaba tan desconcertado como ella misma. También había llegado un segundo ramo de rosas blancas. Aquella vez, simplemente decía Gracias.

      Entonces, llegó la llamada para que acudiera al despacho del gran hombre. Cuando Celena llegó al final del pasillo que conducía allí, notó que el corazón le latía con fuerza, algo que le molestó mucho. Al llegar a la puerta se detuvo un momento para recobrar de nuevo el equilibrio. Estaba respirando profundamente cuando la puerta se abrió de repente.

      —¿Qué está haciendo, señorita Coulsden? —preguntó Luciano Segurini, muy divertido—. ¿Armándose de valor para afrontar al león en su guarida?

      —Naturalmente