al grado de persecución que desencadenan. Las últimas sumergen en un clima mental de persecución de tal magnitud, que su superación requeriría un trabajo psíquico muy largo en el tiempo, muy exigente, que no siempre la mente es capaz de tolerar. Lo más trágico es que quien lleva a cabo la agresión destructiva con sadismo, habitualmente tiene una condición psicopática que lo hace inmune a la culpa consciente, pero que lo deja con tendencias autodestructivas, por la culpa persecutoria inconsciente. (Por ejemplo, el sargento Zúñiga en la película Amnesia, que comentamos en el capítulo V). El agresor sádico queda atrapado en el mundo paranoide y maníaco, y es de muy difícil recuperación.
c. ¿Qué nivel de persecución queda representando a la víctima en la realidad?
Como he señalado al estudiar los condicionantes externos del duelo, es la realidad la que reactiva los estados emocionales y afectivos que están en nuestra memoria. Una vez realizada la destrucción, la muerte, el crimen, la víctima queda representada por su institución, su grupo político, su grupo religioso, pero especialmente por sus familiares.
La reacción de intenso dolor y frustración en un primer estado mental de odio y persecución, lleva a los familiares a proyectar todo su aborrecimiento en el agresor, quien, por el papel que ha representado en la muerte de la víctima, es un blanco perfecto. Esta búsqueda de venganza intensifica la sensación de persecución en el agresor, quien se aleja cada vez más de reconocer su culpa y participación en el daño y, al contrario, se defiende atacando. Se mueve en la dinámica de ataque-fuga.
Más adelante, al referirme a la reconciliación, ahondaré más en esta dinámica para intentar mostrar lo compleja y, al mismo tiempo, lo desalentadora que es.
d. ¿Qué grado de justicia se ha podido llevar a cabo?
Puede resultar paradójico, pero el agresor queda en mejores condiciones para hacer el duelo cuando ha sido sometido a un adecuado proceso de justicia.
Si bien sus primeras reacciones sólo tenderán a aumentar su ánimo persecutorio, ocurre que el odio y la agresión hacia la víctima, el vivir un proceso de evaluación ajustado a derecho que precise su grado de responsabilidad, le abre la posibilidad de entender lo que ha hecho y así no tener que vivir huyendo de esa parte de sí mismo. Podemos huir de muchas situaciones y amenazas de la realidad externa, pero de nuestros personajes internos, de nosotros mismos, nunca podremos evadirnos por completo, ni siquiera en la locura extrema.
En el agresor, el tener que asumir un veredicto social sobre su agresión delimita el fantasma de cuánta maldad hay en él; la circunscribe, le permite reconocerla, le da la oportunidad de cambiar, lo que finalmente le reportará tranquilidad y una sensación de bondad.
Sin embargo, la reacción a la justicia no siempre facilita el camino del duelo. Las posibilidades de que ello ocurra están muy relacionadas con la capacidad mental del agresor (sus condicionantes internos), con la manera en que se lleva a cabo la justicia, y con lo realmente justo que sean el veredicto y la sanción. El interjuego de estos dos factores —la capacidad mental del agresor y el procedimiento judicial— determina si se generará más persecución en él, o si se acerca a la etapa siguiente y se contacta con la culpa.
e. ¿Qué sentido histórico social o trascendente, esto es, que proyección en el tiempo, tiene el acto destructivo?
En la guerra se es héroe matando o muriendo por la patria. Sin embargo, el carácter de tal requiere el consenso de toda la nación. En el caso de lo vivido en Chile a partir de 1970, es difícil encontrar un sentido histórico a los crímenes perpetrados por ambos bandos —el terrorismo de izquierda o la contrainsurgencia militar—, porque no existe consenso respecto de la imperiosa necesidad de esos actos. Ayuda al proceso de duelo cuando los mártires son reconocidos como héroes. Lo mismo ocurre en relación con los héroes sobrevivientes, aunque hubieran tenido que matar. El reconocimiento social, el pasar a la historia, ayuda a elaborar el duelo por alguien que fue muerto o por alguien que mató.
También el victimario, en el caso de ser creyente, puede obtener alivio y comprensión, disminuir la persecución y acercarse así a la elaboración del duelo, si asume su responsabilidad en la destrucción, rescatándose en el amor infinito de Dios. En el marco omnicomprensivo divino, el victimario puede encontrar alivio a su culpa persecutoria, factor que favorece el proceso de duelo.
Hasta acá hemos podido apreciar cómo el proceso de duelo está condicionado por determinantes del mundo interno y del mundo externo. A propósito de estos condicionamientos del duelo quiero detenerme en un punto que tiene gran relevancia práctica. En esta descripción de las condiciones de un proceso de duelo puede ir quedando la sensación de que, en la medida en que no se cumplan estos requisitos, el duelo se estanca y la persona cae en depresión. En la práctica, las cosas son mucho más complejas. La elaboración de un duelo nunca es completa, y ello por la imperfección de nuestra constitución humana, marcada por condicionantes internos —como la tendencia al narcisismo, a la ambivalencia y a la agresión— y externos —como la dificultad de hacer justicia, los poderes que se ven involucrados, los temores, la persecución—. En definitiva, por nuestra naturaleza limitada.
Muchas veces, en los procesos de duelo nos encontramos con situaciones en las cuales la víctima o el victimario no van a tener acceso a condiciones externas que les faciliten el duelo. Puede ocurrir que el cadáver nunca vaya a ser encontrado, que no se sepa jamás cómo acontecieron los hechos, que el verdadero culpable no confiese lo que hizo, que sea imposible imponerle un castigo, que no pueda hacerse verdadera justicia y, en algunos casos, que la sociedad no reconozca en su conjunto el sentido de esa muerte. El familiar afectado, la víctima, que se ve enfrentado a tales condiciones externas, ¿necesariamente terminará en una depresión? ¿Existe alguna posibilidad de que, a pesar de estos inconvenientes, se pueda elaborar el duelo?
Yo pienso que sí, y que ello dependerá de la capacidad mental del afectado, de sus condiciones internas; pero, además —y aquí surge el desafío para la sociedad y los grupos que rodean a víctimas y victimarios que han padecido tal pérdida—, de lo que hagamos tanto para contribuir a mejorar las condiciones del mundo interno del que sufre, como para aclarar en la medida de lo posible, apoyar y entregar lo que el doliente necesita desde las condiciones externas.
Para nuestro análisis nos importan, además de los condicionantes psíquicos internos, en forma especial la incidencia psíquica de los determinantes del mundo externo y, dentro de ellos, aquellos que surgen después de que se ha producido la muerte, después de haber acontecido la pérdida. Esto es importante, porque uno de los objetivos de esta proposición no es sólo lograr una comprensión intelectual de estos complejos procesos, sino, además, poder pensar estrategias que nos permitan conducir de la mejor manera un proceso de duelo nacional.
Como señalamos más arriba, entre los condicionantes externos que inciden en el proceso de duelo del agredido, están el grado de información y conocimiento que tiene el familiar acerca de lo que le aconteció y llevó a la muerte a su ser querido. Otro elemento importante es el acceso que tenga el deudo al cuerpo de la víctima, lo cual le permite el penar, y le da la certeza de su fallecimiento. Y por último, está el ejercicio de la justicia, que ayuda a delimitar las culpas para poder asumir la pérdida y hacer un duelo normal.
Los condicionantes del mundo externo que influirán en el proceso de duelo del agresor también están vinculados al grado de justicia al cual sea sometido por la sociedad. Pero, además, a la relación que sostenga en el tiempo con aquellos que representan a la víctima por él inmolada. Me refiero, en este caso, a su relación con los familiares de la víctima.
En términos de las condiciones externas que deciden en gran medida el proceso de duelo, tanto en el agredido como en el agresor, surge como un elemento central la relación que se establece entre agresor y agredido a raíz del hecho desgraciado.
Agresor y agredido están unidos ahora por la víctima. Ambos tienen que hacer un doloroso duelo, ambos están sumergidos en un estado mental de persecución y odio; ambos, para poder resolver esta desafortunada y trágica circunstancia, necesitan salir de este estado mental y así tener acceso a la posibilidad de reparar lo destruido. Y para salir de este estado mental, se necesitan el uno al otro.
Estamos