3. La reparación en el duelo
Estamos ahora en medio del proceso de duelo que desencadenó la separación: el difícil y doloroso proceso de reparación de la imagen del otro en nuestro interior. Sumidos en la angustia y el dolor, en un primer momento tratamos de evitar el compromiso agobiante que significa reparar lo dañado. Para esto usamos distintas estrategias: negar que sea para tanto; arreglar “por encimita”; huir a relaciones que entierren ese dolor; consumir sustancias que exalten, que exciten, o que anestesien el dolor psíquico y la angustia; o bien enfrascarse en proyectos que a uno lo hagan sentirse poderoso, invencible y, al mismo tiempo, insensible.
Los mecanismos de defensa, sin embargo, tarde o temprano se desgastan, las estrategias mencionadas fallan, y lo perdido y dañado se instala inexorablemente en la mente. Algunas personas refuerzan de alguna manera las estrategias que utilizaron. Otras se resignan a asumir la realidad y empiezan el lento y fatigoso camino de la reparación: paso a paso, repitiendo como en su revés todo lo que fue dañado y ahora debe ser arreglado. La intención es hacer ahora el proceso exactamente contrario al que provocó el daño. Sería como observar en un film un jarrón que se golpea en el suelo y se quiebra: ésa sería la destrucción. La misma secuencia, pero ahora retrocediendo la película, sería la reparación. Pueden apreciar cuán exigente que es para la mente esta demanda. Ello explica que, aun habiendo logrado llegar a esta tercera etapa, podamos no sentirnos capaces de continuar.
Hanna Segal (1989) dice: “Cuando nuestro mundo interno se halla destruido, muerto, sin amor; cuando nuestros seres amados no son más que fragmentos y nuestra desesperación parece irremediable, es entonces cuando debemos recrear nuevamente nuestro mundo interior, reunir las piezas, infundir vida a los fragmentos muertos, reconstruir la vida”.
Mario Benedetti lo dice en el hermoso lenguaje poético de su Inventario:
Si quiero rescatarme
Si quiero iluminar esta tristeza
Si quiero no doblarme de rencor
Ni pudrirme de resentimiento
tengo que excavar hondo
hasta mis huesos
tengo que excavar hondo en el pasado
y hallar por fin la verdad maltrecha
con mis manos que ya no son las mismas.
Pero no sólo eso.
Tendré que excavar hondo en el futuro
y buscar otra vez la verdad
con mis manos que tendrán otras manos
que tampoco serán ya las mismas
pues tendrán otras manos.
Y así, poco a poco, ese otro que había sido dañado y destruido, va siendo recreado e incorporado como un personaje que ahora no persigue, sino que acompaña agradecidamente. Con su identidad restaurada, enriquece el escenario psíquico. Se transforma en un ser bueno que da paz, tranquilidad y sensación de hondo bienestar, además de recursos para enfrentar conflictos nuevos: “con mis manos que tendrán otras manos”. Vale decir, para enfrentar nuevas pérdidas y separaciones, porque refuerza la confianza en la potencialidad del propio amor.
Lo arriba descrito corresponde a un duelo elaborado. Supone reconocer el odio y la persecución que conducen a la destrucción y al daño, requiere capacidad de darse cuenta de que el otro que uno ama es el mismo al que agrede. Exige paciencia, tenacidad y tolerancia para reparar de manera adecuada al otro dañado, de forma tal que quede la convicción en la bondad propia, y en el perdón del otro. Sólo ahora es posible la reconciliación, etapa final de todo proceso de duelo.
Como ustedes han podido apreciar, son muchas las variables que deciden el curso de un proceso de duelo. Hay condiciones que facilitan dicho proceso y contribuyen a que llegue a buen término, lográndose así finalmente la incorporación de un otro y de una experiencia enriquecedora para la vida mental. Pero son muchas las condiciones que perturban este difícil proceso mental, y lo detienen en cualquiera de sus etapas. En la primera etapa, dejando al doliente en un escenario de persecución, odio y destrucción, que muchas veces lleva al suicidio o a la depresión grave. En la etapa de culpa persecutoria, de desesperanza y pesimismo, queda prisionero en un callejón sin salida, que lo arrastra a un estado depresivo si no grave, crónico. En la tercera etapa, asumido el daño realizado, puede no sentirse capaz de reparar y, por ende, de reconciliarse. No logra completar la experiencia y vive para siempre con el fantasma de un duelo no elaborado, que aumenta los temores, disminuye la autoestima y la seguridad frente a los demás.
¿Cuáles son estos condicionantes que facilitan o perturban este proceso de duelo? Los veremos a continuación.
4. Condicionantes que facilitan o perturban el proceso de duelo en el agredido y en el agresor
Podemos dividir estos condicionantes en dos grandes grupos:
a) Los relacionados con la constitución de nuestro mundo interno, de nuestra mente. O sea, con la calidad de los personajes que fuimos albergando en nuestra psiquis a lo largo de nuestra historia, los cuales van a facilitar o entorpecer este proceso.
b) Las condiciones reales, propias del mundo externo con el que interactuamos, que concurrieron a la situación de pérdida. Es diferente perder a un ser querido por una enfermedad crónica prolongada que por un accidente.
Este modelo de funcionamiento mental, referido fundamentalmente al duelo, tiene como objetivo proponer un vértice que nos ayude a pensar y elaborar el proceso de duelo social que nuestro país vive desde los años setenta. Por eso me parece oportuno aterrizar las ideas desarrolladas hasta aquí a los hechos acontecidos en ese período. A continuación puntualizaré cómo pudieran operar los condicionamientos internos y los externos en las personas que sufrieron las pérdidas. He considerado los que me parecen más relevantes, pero creo que pueden incorporarse otros al análisis.
A propósito de esto, quiero resaltar un aspecto que no es fácil de aceptar. Señalé al comienzo la relación estrecha que existe entre los conflictos y el duelo. Los conflictos despiertan agresión. La agresión siempre va acompañada de daño y destrucción en el mundo interno y eventualmente en el mundo externo; por lo tanto, siempre implica pérdida, o sea, duelo. Y esto no está referido solamente a la víctima de la agresión, sino también a quien la ejerce. De aquí se desprende que no sólo la víctima hace duelo; también lo hace el victimario, el agresor. Veremos a continuación que sus procesos de duelo son diferentes, porque las condiciones internas y externas en la víctima y el victimario son distintas. Pero lo que tienen en común es que ambos deben hacer un duelo por aquello destruido. Por esto, a continuación desarrollaré los condicionantes del mundo interno y del mundo externo en el agredido, y enseguida en el agresor.
Uso los términos agredido o víctima para referirme a la persona que sufrió la pérdida, y agresor o victimario para la persona que fue agente causante de dicha pérdida. Si bien el duelo puede tener relación con la pérdida de una cosa, un bien, una posición, un lugar o privilegio, no debemos olvidar que también requieren de duelo las pérdidas de utopías. De aquí en adelante lo referiré a la pérdida de una persona, esto es, a su desaparición o muerte.
B. Duelo en el agredido
1. Condicionantes del mundo interno
Entre los principales condicionantes del mundo interno, tenemos la forma en que el sujeto ha vivido sus anteriores pérdidas y duelos, y la relación que tenía con la persona perdida. Examinaremos ambos a continuación.
a) Elaboración de duelos anteriores
Como ya lo he señalado, una de las variables que determinan el curso de un duelo dice relación con la elaboración y el desenlace que la persona ha vivido en sus duelos anteriores, lo cual se traduce en qué tipo de personajes ha ido incorporando a su escenario psíquico. Si el duelo se detuvo en la etapa más persecutoria, los personajes que el agredido alberga serán vengativos, intolerantes, omnipotentes y agresivos. Si el duelo se detuvo en la etapa de culpa persecutoria, los personajes tenderán a ser impacientes,