de los involucrados en el crimen, en un proceso que ayude a constatar el desgraciado hecho, puede llegar a sustituir parcialmente la necesidad de ver el cadáver. Pero se requiere de un reconocimiento auténtico y masivo.
Frente a las preguntas cargadas de culpa que se plantea el deudo, la búsqueda de un sentido histórico, social o trascendente disminuye las ansiedades persecutorias y facilita el proceso.
El sentido histórico social puede ser testimonial, de denuncia. Sin embargo, esto requiere justicia, de tal forma que, a través de la sanción punitiva, quede socialmente claro que la muerte del ser querido no fue un accidente. El hecho mismo de la violencia de su muerte puede constituir un sentido de denuncia al atropello y a la injusticia. Pero ello requiere un concierto social que lo avale, sancionando al culpable. Como veremos al estudiar la psicología de los grupos, la sociedad no tiene otro recurso para dejar en claro a todos sus miembros que un comportamiento es inaceptable, sino la sentencia penal. Ello significa que debe castigar adecuadamente el crimen. No por venganza, sino por sentido de responsabilidad social.
Es de enorme ayuda en el proceso de duelo la fe en el sentido trascendente de la acción del hombre. No un acto infantil que busca dar un significado automático al hecho para no hacer el duelo —algo así como “estaba de Dios”—, sino una búsqueda de sentido en una exploración que pasa por la realidad concreta en que suceden los hechos, con la incertidumbre propia de una búsqueda veraz y con el trabajo comprometido en la fe que tal discernimiento requiere.
Tal acto de fe contribuye no sólo a disminuir la culpa que proviene de la responsabilidad omnipotente, puesto que entrega parte de ella a un otro ser, a Dios. También ayuda al proceso de reparación, porque otorga esperanza y certeza de un sentido final y trascendente.
C. Duelo en el agresor
El agresor, ¿también requiere hacer el duelo?
Sí. El agresor ha destruido un otro hacia quien puede tener distintos sentimientos, pero en relación al cual inevitablemente se mueve en el espectro del amor-odio. Y por más odio que experimente por ese otro, la ambivalencia de nuestra constitución psíquica lo llevará a que también sienta amor. Lo que atormenta al agresor, aunque mate por odio, por venganza o por defensa propia, es que en una parte de su mente también siente amor por aquel a quien agredió.
Dada esta aparentemente paradójica situación, el agresor no estará en paz sino hasta que repare en su mente a aquel ser destruido. Su situación es, de partida, más persecutoria que la del agredido; parte en peores condiciones a hacer el duelo, porque la realidad del hecho le potencia la creencia en su propia maldad, y en su mundo interno se siente plagado de personajes agresivos, llenos de odio, rencor y venganza. Proyecta estos sentimientos en la víctima, quien pasa a ser la agresiva, la que se merecía ese fin, y cada vez se aleja más de comprender que hizo daño a alguien que también era bueno. Todo el mundo se va a transformando en vengador de su crimen. El agresor se aleja cada vez más de la posibilidad de reparar. Y el no poder reparar lo deja internamente perseguido, sus personajes malos lo incitan a conductas autodestructivas. Es un duelo tremendamente difícil de llevar a cabo. Sin embargo, no es imposible. Entendiendo los condicionantes que determinan la evolución del duelo en el agresor, tal vez veamos una salida para éste.
1. Condicionantes del mundo interno
Al igual que en el agredido, el curso del duelo en el agresor va a depender del desenlace y la elaboración que han tenido sus duelos anteriores. Es la calidad de los personajes internos que fue incorporando a lo largo de su vida la que, en un momento tan difícil como el de haber sido violentamente destructivo, lo van a ayudar a salir del círculo vicioso de la persecución y el odio.
La bondad y comprensión de sus personajes internos buenos lo conducirán a la dolorosa toma de conciencia de que ese otro también era amado, también era bueno. Deberá transitar por un período de culpa atormentadora que, poco a poco, lo puede conducir a reparar el daño hecho.
La maldad y el odio que destilan los personajes malos que arrastra en su historia, lo conducirán al ya descrito círculo vicioso de persecución, odio y violencia.
También influye en el desenlace del duelo del agresor el tipo de relación establecida con la víctima. Y acá también están presentes las dos variantes que describimos para el agredido.
En primer lugar, tenemos el monto de narcisismo existente en la relación, pero esta vez vinculado a la sobrevaloración de sí mismo que tenga el agresor, que lo lleva a considerar siempre al otro como alguien despreciable, peligroso y sin derechos. La realización de la muerte de esta persona desencadena una persecución que requiere reforzar cada vez más el propio narcisismo. Desde esa omnipotencia, que defiende de la persecución y donde el otro muerto es más una amenaza que un desafío representado por aquello que se debe reparar, el duelo se hace casi imposible.
Por otra parte, incide en el desenlace del duelo del agresor el grado de ambivalencia que existe en su relación con la víctima. Para asesinar a alguien se requiere no sólo un predominio del odio, sino, además, que el amor y el odio estén muy separados, muy disociados.
Alguien puede sentir mucho odio por una persona, pero si ese odio está integrado, aunque sea en pequeñas dosis, con amor, no será muy destructivo para el agresor. En cambio, incluso en casos en que el odio no es tan alto, pero se acompaña de una falta severa de integración con el amor, esto es, allí donde amor y odio están drásticamente separados, en la mente del sujeto la persona odiada es otra que la amada. En consecuencia, cuando mata cree matar sólo a la persona odiada, sin advertir que ella también es la amada. El día en que se dé cuenta comenzará el infierno de la culpa, antesala del inicio del trabajo de duelo. Mejor dicho, el purgatorio, porque el infierno es el estado mental persecutorio en el que vive al mantener separados amor y odio. Al conectarse con la culpa persecutoria, puede tener acceso a ese doloroso trabajo que es la elaboración del duelo, abriéndose así una esperanza de reconciliación consigo mismo.
Por todo lo anterior, más que el odio en sí mismo, es el grado de ambivalencia el que decide el destino de ese trabajo de duelo.
2. Condicionantes del mundo externo
Al igual que en el caso del agredido, la forma en que se llevó a cabo el crimen en la realidad tiene importantes repercusiones en la evolución del duelo para el agresor. A continuación nos detendremos a analizar cada uno de estos condicionantes externos del proceso de duelo.
a. ¿Qué grado de sadismo ejerció el agresor sobre su víctima?
Los duelos que hace el lactante en sus primeros meses de vida están destinados a fracasar, porque su mente aún rudimentaria tiene muy separados el amor del odio, y; también porque las frustraciones por la ausencia de la madre generan una agresión vinculada a las únicas formas de relación que el bebé conoce para tramitar su rabia, todas las cuales tienen un fuerte componente sádico. Entendemos por sadismo todas aquellas conductas agresivas que, al ser descargadas sobre otro, nos otorgan placer: placer de venganza, placer de triunfo, entre otros.
Cuando se destruye una relación, un objeto o un otro, en la fantasía o en la realidad, el grado de sadismo con que lo hagamos nos retrotrae a aquellos estados mentales primitivos que hemos caracterizado por la persecución, el odio y la venganza.
A mayor sadismo y persecución por parte del victimario, tanto más difícil será para él acceder al estado mental de preocupación por el otro, que conduciría al arrepentimiento y, más tarde, a la reparación.
b. ¿Que grado de libertad tenía en los momentos que llevó a cabo la muerte?
En el proceso de duelo, en el momento en que se emerge del estado mental persecutorio inicial, al tomar contacto con el hecho de que se destruyó a quien también se ama, surge la pregunta sobre el grado de responsabilidad que el sujeto tuvo en esa destrucción: si el acto destructivo fue inevitable, si fue en defensa propia, si fue ordenado por superiores; si era imposible negarse a ejecutarlo, o si tal vez tenía la posibilidad de negarse, pero no lo hizo porque ello le habría acarreado problemas; si fue lo llevó a cabo por iniciativa propia, o por convicción de que era un mal menor; si fue enmarcado en una estrategia global